¡Sí, señores!: es posible
hacer una gran película
con un guion adaptado
de una novela malísima.
¿Ejemplo? Doctor Zhivago,
un drama que te da risa,
que hizo Boris Pasternak
un año que se aburría.
(El libro es harto infumable
—acéptelo o no la crítica—,
más la película no:
es casi una maravilla.
Yo tengo debilidad
por David Lean, el artista
de El puente sobre el río Kwai,
el de Pasaje a la India,
de Lawrence de Arabia y otras
varias estupendas cintas
que entretienen mucho más
que una partida de brisca.)
La novela va de amores
allá en la Rusia zarista
y habla de un médico a quien
le gustaba la poesía,
la campiña, los crepúsculos,
la música y las torrijas.
El doctor era un romántico
de los de toda la vida
y se llamaba Zhivago
como toda su familia
y Yuri, que ese era el nombre
que le dieron en la pila
bautismal. Tenía bigote
en punta y también patillas,
que se copió de una foto
que salió en una revista.
Se tocaba con un gorro
que era de lana muy fina
y le sentaba muy bien;
siempre llevaba pellica
y aun así iba congelado.
Tocaba la mandolina
(que se llama balalaika
desde el Moscova hasta el Vístula).
Y aunque, en resumen, el hombre
resultaba un poco lila,
se le tuvo por un buen
partido para las niñas.
Así es que se casó pronto
con una chica flaquísima
que tenía por nombre Tonya
y era más Tonya que lista.
Su historia de amor es cosa
de tres, más bien sencillita:
sin que su esposa se entere
tiene Yuri una querida
que está, sin exagerar,
estupenda: Lara Antípova,
a quien, por simplificar,
la llaman Lara o Larisa.
Un tiempo no pasa nada,
salvo que Tonya está encinta
con antojos de alcachofas,
pero la cosa se lía
cuando tiene lugar la
revolución comunista
y el pueblo sale a la calle
a dar «¡mueras!» y a dar «¡vivas!»
y a gritar que Nicolás
Segundo es un zar roñica
que se gasta todo en él
y no da ni para pipas
para el bienestar del pueblo,
que sufre miseria y tiña.
A Yuri, que va alternando
sus dos mujeres, le trincan
y le llevan a la guerra
a la fuerza, lo confiscan
como si fuera un caballo
y le tienen tres mil días
curando heridas de bala
con aspirina y tiritas.
Consigue, en un interregno,
pasar un tiempo en su villa
que está en medio de la estepa,
en un lugar con un clima
tan frío que se le hielan
del bigote hasta las guías.
Allí se siente nostálgico
y, por eso, se dedica
con entusiasmo poético
a escribir y a sudar tinta
al hacerle un verso a Lara,
porque no encuentra la rima.
En fin, como ven ustedes
la historia es una engañifa,
porque tiene escaso sexo
y violencia muy poquita.
Pasan años y los a-
mantes se pierden de vista.
Y un día que Yuri sale
a comprarse una camisa
porque la que lleva puesta
ya es vieja y está hecha tiras,
tras conseguir a codazos
un asiento en el tranvía
y sentarse en él, de pronto,
mira por la ventanilla
y ve a Larisa, que pasa
por una calle contigua.
Emocionado, se baja
y persigue a la individua
pero, ¡oh, desdicha!, al querer
alcanzar a su amiguita
que corre que se las pela,
sufre el pobre un aneurisma
o un infarto, sufre algo
y se muere allí enseguida
sin que ella se dé ni cuenta,
ya que marcha tan deprisa
porque es tarde y tiene hora
para ver a la modista.
Así se acaba esta historia,
que va de pasiones tibias
más que ardientes y que muestra
las desgracias de esta vida
y las penas de un poeta
en la Rusia bolchevista.
(Como es una historia cursi
la hemos escrito en cursiva.)
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