Dante y Beatriz

 

A Dante se le recuerda principalmente por ese gorro tan raro que llevaba pegado a la cabeza y que le debía de dar un calor insoportable. También a veces aparecía en los retratos con una corona de laurel, que iba mermando en hojas a medida que el vate se iba comiendo cocidos dominicales.

          Pero de Beatriz no se sabe nada. ¿Era rubia? ¿Morena? ¿Calva? ¿Barbilampiña? ¿Era del tipo matrona o ama de cría gallega o, por el contrario, era de palmito asexuado? ¿Su anatomía recordaba las montañas o las planicies?[1]        Nunca se sabrá.

          Dante dijo de ella que era una dama «de dulces facciones y escaso bigote, tan bendecida y tan hermosa como un ángel», pero de estas ridiculeces parciales y platónicas más vale no fiarse.

          Contemos la cursi historia de estos amores, que tiene miga.

          Dante ya sabemos quién era. ¿(Y el que no lo sepa, que le pregunte a cualquier amigo.) Beatriz (o Bice, como la llamaban todos para abreviar y ahorrar saliva) era hija de Folco Portinari de Portico di Romagna, un nuevo rico que se mudó a Florencia y buscó una casa cercana a la del futuro poeta, porque era un barrio muy bueno, con comercios, colegios y autobuses frecuentes.

          No podemos dejar de decir que este dato no está comprobado al cien por cien y que según Boccaccio —gran cotilla de la época— la tal Beatriz no existió un absoluto y fue una pura invención del Dante, para disimular el hecho de que sus preferencias sexuales iban por otros derroteros.

          Como fuere: aceptemos la existencia real de Beatriz como hipótesis de trabajo y prosigamos con nuestro relato.

          El amante vio a su amada por primera vez en una fiesta en el palacio de Folco. Él tenía nueve años y un gran flequillo. Ella tenía ocho y muchos mocos. Pero esto no fue óbice para que surgiera una gran pasión. Beatriz llevaba un vestido carmesí y en aquel primer encuentro, ante la encandila la mirada de Dante, la niña le mordió un dedo a su aya, que se empeñaba en arreglarle las coletas. Este rasgo de rebeldía subyugó a nuestro héroe para los restos. Tal hecho sucedió en 1274, año que, de seguro, todos los lectores recordarán, porque fue cuando llovió tanto.

          La historia de estos intensos amores se nos queda un poco coja, porque Dante no volvió a ver a Beatriz hasta nueve años después, lo cual, considerando que era su vecina y que las calles de Florencia eran la mar de estrechas, significa tener muy mala suerte.

          Cuando por fin volvió a cruzarse con ella —tras haberla idolatrado mentalmente durante todo este tiempo—, el muy cobardica no se atrevió a dirigirle la palabra. En el momento de cruzarse, ella inclinó la cabeza, bien para saludarlo o bien porque acababa de pisar algo desagradable que había sobre el pavimento. Dante sintió reverdecer su pasión y se emocionó tanto que no supo contestar a aquel saludo (si es que lo era).

          Cuatro años más tarde (estamos ya en el 1287), la joven contrajo el sarampión y también matrimonio con un rico banquero[2] con el que se aburrió tanto que 1290, a la edad de 23, decidió morirse, acto que llevó acabo con férrea determinación y completo éxito.

          El poeta creyó también morir al escuchar la noticia de que su amada había finado (o finiquitado, como sea que se conjugue el verbo). Pero no murió, porque morirse es algo más difícil de lo que comúnmente se cree. Quiso acercarse al cadáver, pero no le dejaron, porque Folco le tenía manía (debido al gorro del que antes les hemos hablado) y Dante tuvo que seguir de lejos el cortejo fúnebre. Para poder llegar junto a ella y dar la última despedida al cuerpo de Beatricita, tuvo que disfrazarse de seto e ir acercándose poco a poco.

          Al ver muerta al objeto de sus amores, Dante tomó dos determinaciones que habrían de transformar su vida. En primer lugar, decidió escribir una obra literaria interminable, dedicada a ella. Fue la Vita nuova, un soporífero diario íntimo que escribió en verso y en prosa, según se hubiera levantado ese día con el pie derecho o con el izquierdo.

Y la segunda determinación fue desengrasar y zambullirse desde el trampolín del desenfreno en la piscina del vicio, consiguiendo tener múltiples amantes que le compensaran de los 5.840 días de celibato (5.843 si queremos ser exactos y contamos los años bisiestos) que tontamente había mantenido desde que la viera por primera vez. Este numéricamente abundante desenfreno sexual duró todo un año. Al finalizar, Dante se detuvo, reflexionó, decidió cambiar su vida y definitivamente de los placeres de la carne, por lo que se apresuró a contraer matrimonio con Gemma Donatil, una señora con la que la libido no corría ningún peligro de desmandarse.

          Podríamos aquí, para acabar este escrito, insertar algunos poemas de los que Dante dedicó a su amada, pero realmente los lectores nunca nos han hecho nada malo y sería una ingratitud por nuestra parte someterles a ellos innecesariamente a ese tormento inquisitorial.

          Dante siguió usando a Beatriz como motivo literario. En su Divina comedia le hizo descender del Cielo «en medio de una nube de flores» para que le sirviera de guía. (Para ir al Infierno, en cambio, no la uso a ella, sino que le pidió a su amigo Virgilio que le acompañara, pues en el Infierno era evidente que iba a encontrarse con muchas mujeres pecadoras y hay sitios a los que es mejor que vayan los hombres solos o acompañados únicamente por sus amigos varones.)


 



[1] ¿Ven de qué manera más elegante lo hemos planteado?

 

[2] ‘Rico banquero’: expresión tautológica allí donde las haya.

 

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