Los gatos en la Antigüedad

 

 


 Origen mítico

          Si hemos de creer en los mitos —que no hemos de hacerlo, porque todos son mentira—, la especie gatuna se originó en el arca de Noé. Un ratón y una ratona que no tenían nada mejor que hacer durante la travesía se dedicaron a aumentar sus camadas en progresión geométrica, creando un problema de abastecimiento alimentario. Entonces Noé le pasó tres veces la mano por los morros a una leona que había por allí y la leona estornudó un gato, que se ocupó del problema ratonil.

          Según otra versión (solo tolerada para mayores de 18 años), la vida en el arca era muy aburrida y como el león estuviese durmiendo casi todo el rato, un mono convenció a la leona de que olvidara sus votos de fidelidad. Esta transgresión de las leyes naturales dio origen al gato tal y como hoy lo conocemos.

 

La Prehistoria

Se cree que la domesticación del gato comenzó en el 7 500 a. C y se completó en el 7 000, a mediados de diciembre. Los gatos actuales tienen un antepasado común, relacionado con los aitanis, un carnívoro de los bosques que apareció hace 60 millones de años, a principios de julio, y que tenía la talla y velocidad de las jinetas. Estos bichos poseían un cuerpo alargado y colas largas, y comían como limas.

De los proailurus y los pseudaelurus surgen los gatos. Los félidos se dividieron en dos subfamilias... (¿de verdad les interesa esto?; a nosotros, no, así es que lo resumiremos al máximo).

Durante el Oligoceno... (hace mucho tiempo de eso).

En el Mioceno (también es muy antiguo).

Hace diez millones de años (esto ya es más digerible) surgieron los félidos modernos, que se originan en Asia y se dispersan enseguida por todo el mundo, a excepción de Australia, Madagascar y Murcia (no se sorprendan: no hay leones ni tigres en Murcia).

Hablamos del Felis catus, cómo lo llamó Carl von Linneo, que se ganó la vida inventándose nombres para las cosas, como un publicista cualquiera. Los primeros datos sobre la domesticación de los gatos se hallaban en Egipto, hacia el año 2000 a. C., hasta que se descubrieron restos de uno en una tumba de Chipre y se dio un salto atrás de 5000 años más, hasta el 7500. Ese margen de error es el que nos hace desconfiar ligeramente de arqueólogos e historiadores.

Por sus características, se dedujo que aquel, más que un gato domesticado, era un gato «acostumbrado». Vamos, que aguantaba vivir cerca de los hombres, pero sin que le hiciese demasiada gracia la cosa.

Con la aparición de la agricultura se inventaron los silos y graneros, y, consecuentemente, la Naturaleza fue e inventó los ratones para que se comieran el excedente de alimento. Luego vinieron los gatos a poner orden en aquel buffet libre en el que los graneros se habían convertido.

Un especialista, Charles Driscoll, hizo una encuesta entre 979 gatos y de las respuestas de estos dedujo que la domesticación del gato había tenido lugar en el creciente fértil del Nilo entre el 8000 y el 10000 (no quiso pillarse los dedos con la fecha exacta).

 

 

Grecia y Roma

          ¡Qué curioso, que en muchas historias Grecia y Roma aparecen juntas, como hermanas gemelas, cuando en realidad se llevaron muy mal, guerrearon y la otra sometió a la una, robándole su cultura! En fin...

          Los griegos se dedicaron en un momento histórico al comercio de gatos (así, como suena). Los precisaban para acabar con esos «marditoh roedoreh», que diría el gato Jinks; como los egipcios no se los quisieron vender, los robaron impunemente. Se hicieron con seis parejas y las llevaron a Grecia para que se reprodujesen, tras hacer esas cosas que hay que hacer cuando quieres reproducirte.

          Años después, establecieron un comercio muy lucrativo, vendiéndoles mininos a los romanos, a los galos y a los celtas, haciendo una rebaja en el tercero si les comprabas dos. De esta manera, la cuenca mediterránea se gatificó.

          Los griegos no llegaron a deificar al gato, como habían hecho los egipcios, pues eran gente un tanto sensata, pero sí que le cogieron cariño, pues era más elegante y limpio que los humanos (y las humanas) y que las mangostas que solían usarse antes para desratizar y desratonizar, que lo. dejaban todo perdido.

          Como animal de compañía, en Grecia se prefería al perro, pero se puso de moda regalar gatos por los cumpleaños y la gente se acostumbró a tenerlos en casa y a limpiarles la arena.

          Claro que no todos amaron a los gatos. Esopo, sin ir más lejos, no saca ninguno en sus fábulas, sino que se las apaña con la comadreja. Parece ser que de niño le arañó uno ya les cogió manía para siempre. Por ello, los gatos no tienen lugar en la literatura helénica fabulística y esópica, porque en otros libros sí aparecen.

          Roma no quiso saber nada de gatos. Allí llamaban ‘feles’ a un felino de pequeño tamaño: el gato montés, que luego apareció protagonizando alguna zarzuela. Como no era costumbre criarlos en las casas, no podemos decir nada más de ellos. Bien es verdad que los griegos se los estaban vendiendo a precios imposibles y que esto dificultó su propagación.

 

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