Mariano José de Larra, autor teatral

 


 

          El teatro es algo tan apasionante y atractivo que muy pocos escritores han podido resistirse a la tentación de zambullirse en la piscina de sus encantos y escribir alguna que otra obra para la escena, aunque ese no fuera su género habitual. Poca gente sabe que existen comedias escritas por Francisco de Quevedo y por el mismísimo Luis de Góngora. En esta categoría — profesionales en un género y aficionados en otro— cae, dándose un buen batacazo, nuestro querido y admirado Larra.

          Decimos lo del batacazo porque «el pobrecito hablador» no consiguió un triunfo muy espectacular, que digamos, con la pieza teatral en la que se embarcó. Dio vida dramática al personaje de Macías «el Enamorado», lo que era una empresa romántica como la que más y que hubiera tenido mayor éxito si la hubiera realizado alguien más ducho en tales menesteres.

          El drama histórico Macías (1834) estaba dividido en cuatro actos, de eso no cabe la menor duda. También se nos dice que estaba escrito en verso y esto es algo que ya nos parece mucho más discutible, pues dar el nombre de verso a lo que había allí sería un agravio comparativo a otros autores.

          Y el caso era que Larra sabía de teatro: escribía críticas sagaces y había adaptado con éxito para la escena española varias obras de Eugène Scribe. Pero esto no resultó suficiente. De hecho, su novela El doncel de don Enrique «el Doliente», que versaba asimismo sobre el personaje de Macías y que se publicó aquel mismo año, era bastante, bastante mejor.

          Santiago Macías había sido un trovador gallego que se hizo un huequecillo en el Cancionero de Baena. Murió trágicamente en 1370, un año especialmente malo para las castañas. No sabemos nada de su nacimiento, salvo que pudo tener lugar en la localidad de Padrón o quizá no. De su juventud también se ignora todo y, como murió a los treinta años, no hay muchas noticias sobre su vejez. Así es que Larra tuvo que inventarse prácticamente todo lo que puso en su obra.

Macías saca a doña Elvira toda mojada de un río en el que se ha caído y ambos se enamoran (el uno del otro). Él se va a la guerra, ella se casa con otro señor, él vuelve, protesta muy fuerte y acaba dando con sus huesos en la cárcel. Allí toca el laúd y canta sin cesar poemas a su amada para desesperación de los carceleros, que piden el traslado. El marido de la dama decide tomar cartas en el asunto y asaetea al preso a través de un ventanuco. Como se ve, todo es extremadamente romántico. Por si fuera poco, se dice que, a partir de entonces, todos los miércoles sin faltar uno, una figura etérea de mujer vestida con un camisón bastante transparente visita la tumba de Macías en la ermita de Santa Catalina de Arjonilla, dándole unos sustos morrocotudos a los pastores que se ganan honestamente la vida por aquellos andurriales.

          Pero Larra no sabe sacarle partido a este argumento. Es un agudo crítico teatral que no tiene ni un ápice de sentido teatral. Larra —que se pegó un tiro por amor— es mucho más héroe romántico él mismo que el héroe de cartón-piedra que se inventa para su pieza. Esta historia de cómo un gran escritor compuso un bodrio puede servir de ejemplo de paradoja en cualquier diccionario de retórica.


 

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