La consecución de la paz mundial y más cosas

 


 

          Por un azar que no viene al caso he descubierto el remedio para la inmensa mayoría de los males humanos, la solución definitiva que nuestra especie busca desde hace milenios. Es desmesuradamente simple, estúpidamente fácil, accesible a todos y, además, gratuita; vamos, que es perfecta.

          Estoy orgullosísimo de mí mismo.

          La solución consiste... ¿Cómo decirlo? es algo genial, de puro simple. Consiste meramente en andar treinta y siete kilómetros diarios.

          Y se dirán ustedes: «¿Cómo esa caminata puede solventar los conflictos de un mundo tan complejo como es el nuestro?» Pues sí: ¡mira tú por donde, lo hace!

          Piensen que, aparte de algún terremoto que otro (regalo de la madre Naturaleza), la inmensa mayoría de nuestros males deriva de la abyecta y detestable conducta humana.

          Pero tras caminar treinta y siete kilómetros todos los días, la conducta humana se modifica de una manera drástica, lindante con lo milagroso.

          Consideremos las guerras, para empezar. Tras el kilométrico paseo estaríamos tan sumamente derrengados que seríamos del todo incapaces de reunirnos en ninguna plaza pública para rugir de indignación contra cualquier otro país o de exaltarnos en furia patriótica. Y mucho menos querríamos coger una ametralladora (con todo lo que pesan) y desplazarnos a cualquier lado a pegar tiros, por mucho que los políticos intentaran convencernos de que nuestros futuros blancos se merecían ser soberanamente tiroteados. Lo único que querríamos coger sería la cama cuanto antes y olvidarnos de la política.

          Las actividades terroristas también se resentirían, pues poner bombas en coches y grandes almacenes quema mucha energía nerviosa y cansa bastante.

          La criminalidad se reduciría asimismo. El típico carterista que ha de estar horas y horas sin fin en las plazas aguardando a sus víctimas no tendría fuerzas ni para tenerse en pie. Los asaltadores de bancos considerarían que los lingotes pesan mucho y no les apetecería el atraco.

          La medida afectaría positivamente también a la violencia de género, pues para pegarle a tu mujer tienes que estar fuerte y los kilómetros habrían consumido tus energías. Y nadie sería infiel a su pareja, a no ser que el amante viviese muy cerquita y no hubiese que desplazarse demasiado.

          Todo esto sin contar los beneficios económicos que obtendría la industria del calzado.

          Sigan pensando y verán cómo eliminaríamos así todo tipo de conductas indeseables.

Si me quieren avisar para concederme el premio Nobel de la Paz o cualquier otro que incluya una suculenta cantidad en metálico, mi correo electrónico es egjardiel@gmail.com

 

 

 

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