Cursillo de compra de sofás

 


 

 

Exceptuando a Confucio, que no dijo nada al respecto, la manera adecuada de comprarse un sofá ha sido una de las cuestiones que más han preocupado a todos filósofos desde tiempo inmemorial. Los presocráticos los preferían redondos, porque así les parecían más perfectos; Santo Tomás necesitaba uno bien grande, porque era gordo hasta la superlatividad y de otra forma no cabía; Schopenhauer siempre se estaba quejando de que el suyo no era lo bastante cómodo; a los existencialistas se les clavaban los muelles y los filósofos del lenguaje los preferían en forma de ‘ele’.

            ¿Qué características debe tener el sofá ideal?, se preguntarán ustedes.

Buena pregunta, les respondo yo.

            Somos un mundo de vagos y está bien que sea así. Muchos dicen que deberíamos hacer deporte en nuestros ratos libres y que con ello nuestra salud se beneficiaría. Pero eso es una mentira del tamaño de la deuda externa. Los deportes te hacen polvo los riñones y las medias marathones han producido más infartos que todas las hamburguesas de todos los McDonald’s juntos. Así es que lo más sensato es sentarse ante la «tele» a ver cómo hacen deporte los demás. Un buen sofá es, pues, altamente imprescindible en nuestra vida.

            Existen en todos los colores —verdes, azules, malvas y glocios— (¿a que no conocían este último color? Ya me lo parecía a mí), de todas las formas y tamaños, pues los hay rectangulares, oblongos y algunos en forma de paralelepípedo, así es que podemos elegir el más adecuado para nuestras necesidades apoltronatorias. Pero no debemos precipitarnos en elegir, porque seguramente el sofá nos durará más que muchas otras cosas y estará ahí cuando nuestro pelo y nuestra mujer ya nos hayan abandonado, cuando nuestros hijos haga años que no nos saluden y nuestra memoria se entretenga en hacernos jugarretas. Además, no son nada baratos, por lo que conviene invertir sabiamente, elegir uno sólido y serle siempre fiel, no flirteando más con ningún otro en ningún escaparate.

 

ESTRUCTURA

Los asientos deben ser duros y los respaldos, blandos. Cuando sucede al revés, los resultados no son muy satisfactorios. Pruébalos en la tienda. Puedes llevarte tu colección de novelas de Agatha Christie y leerlas todas allí sentado para comprobar que el sofá te gusta. Asegúrate de que al levantarte recuperan rápidamente su forma. (Y asegúrate de que tú también recuperas la tuya. En caso contrario, corre a Urgencias.) Los muy blandos se estropean antes, sobre todo si saltas sobre ellos con frecuencia, queriendo dar la impresión de persona original y de temperamento juvenil y desenfadado.

 

MATERIALES

Los de madera maciza (pino, haya, abeto) son los más flexibles. Los metálicos (hierro, acero) son más caros, pero duraderos, algo que, de seguro, ya te imaginabas. Nos estamos refiriendo al armazón. Pero si los almohadones son también metálicos, la vida de tu sofá se alarga un montón. Si quieres que te dure entre 15 y 20 años, elígelo con armazón de acero y muelles y no lo utilices en absoluto, para de esta forma garantizar su resistencia. Es más: ni le quites el envoltorio. Las patas unidas a la estructura resisten más que las atornilladas. Las que van unidas al armazón principal con cinta adhesiva de doble cara no acaban de resultar.

 

POR DENTRO

Muchos sofás son sólidos por fuera y con pluma por dentro, como les sucede a algunos individuos tipos que yo conozco. Los sofás con pluma por dentro son confortables, pero acaban saliéndose (igual que los tipos que mencionaba) y el sofá se deforma y ablanda en demasía (no quiero seguir con el símil). El poliéster ha sustituido a la gomaespuma con buenos resultados (aunque parece ser que la gomaespuma va a entablar una demanda). El látex es antialérgico y transpirable, pero resulta un 20% más caro y produce una curiosa enfermedad de la piel que hace las delicias de los dermatólogos, pues aún no está clasificada ni tiene cura conocida.

 

POR FUERA

Al elegir la tela para la tapicería, procura que esté sanforizada. Esto no sabemos lo que es, pero es muy importante. Ya sabes: si el sofá no está sofronizado, digo... sanforizado, no te lo compres bajo ningún concepto, aunque te den tres por uno, porque, por otra parte, donde pones un sofá puede que no puedas poner tres y la gente que se compra tres sofás se pasa la vida levantándose de uno para ir a tumbarse en el otro, en su natural afán de sacarle partido a su compra.

 

TAMAÑO Y FORMA

En la tienda los sofases... (¿es sofases? Esto nos lleva a la duda. ¿Cómo se forma el plural de estas palabras agudas? Como la Academia acepta ‘maravedís’, ‘maravedíes’ y ‘maravedises’ como plural de ‘maravedí’, diríamos aquí que nos podemos comprar varios sofás, sofaes o sofases, según nos plazca.) Como decíamos, en la tienda los sofás/aes/ases parecen más pequeños, por lo que debemos apuntar las medidas de nuestro salón, no vaya a ser que no caba. Porque el sofá nos ha de cupir en el salón y, si no nos quepe, tenemos un problema serio. Consideremos también nuestra propia altura, para poder efectuar en él no sólo los sentamientos habituales sino también algún que otro tumbamiento ocasional. Al echar la cabeza hacia atrás, hemos de poder apoyarla en el final del respaldo. Los riñones deben quedar ajustados al respaldo para que el cuerpo no resbale, porque en algunos sofás de skay te resbalas continuamente, lo que te obliga a poner debajo una alfombra mullida, para evitar magullamientos. La cadera debe estar a la altura de las rodillas, aunque esto parezca un despropósito anatómico. Los pies deben tocar el suelo sin forzar las rodillas, para conseguir lo cual no está de más apuntarse a cualquier taller de yoga en el que te enseñen a adoptar esas posturas sin partirte un chakra.

 

ESTILO

Los de colores claros aumentan visualmente su tamaño. Cuanto más claro, más grande. Y más pequeño cuanto más oscuro, claro. Pero esto es sólo apariencia. Si quieres convencerte, cómprate dos sofases: uno blanco y otro negro y túmbate consecutivamente en los dos. Te darás cuenta perfecta de lo que te digo y también te darás cuenta de que has hecho el canelo, pues no hacía falta comprarse dos sofás para entender algo tan simple. Para que no se pasen de moda, conviene elegir modelos de líneas sobrias y tapicerías lisas, pues las rugosas de piel de rinoceronte con sarpullido son incómodas a la hora de pasarles la aspiradora para quitar las migas.

 

COMODIDAD

Los hay de agua y rellenos de otros líquidos indescritos que te hacen mecerte muellemente de babor a estribor. Algunos usuarios los prefieren rellenos de vinos añejos y hay quien no le hace ascos al Cola-Cao. Hay sofás cuyo asiento se puede desplazar hacia delante, hacia detrás o incluso hacia los lados. Incorporan para ello un pequeño motor que no tiene más inconveniente que el humo ligeramente tóxico con que llenará tu salón. Algunos integran respaldos y reposabrazos de diferentes alturas y propósitos. Hay reposabrazos especiales para hacer crucigramas, otros para dibujar monigotes, para dejar el vaso de cerveza y otros distintos para dejar el vaso de leche. Diversos fabricantes te lo construyen «a la carta» por unos precios modiquísimos.

 

MANTENIMIENTO

Procura que no reciban sol ni calor directo del radiador. Tampoco dejes que pasen excesivo frío: justo un término medio. La resistencia de la tapicería se mide en ciclos Martindale, dato que te aportamos para que veas que leyendo libros también se aprende. Una tapicería decentita exige un mínimo de 15.000 ciclos, lo cual no te será muy difícil de conseguir, previo cursillo ad hoc. La tapicería debe ser desenfundable (las de hierro, soldadas al sofá, son de complicada limpieza cuando se oxidan) y lavable en casa, para que la cuenta de la tintorería no te obligue a vender a ningún pariente cercano a esas redes de tráfico de órganos que pagan tan puntualmente.

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