Las 7 vidas del gato

 

 


 

La comedia de Jardiel

Las siete vidas del gato

trata de supersticiones,

de mala suerte o mal fario

y mezcla a varios mininos

con varios asesinatos.

 

¿Y qué culpa tienen ellos

de esos delitos? El caso

es que si son responsables

o no, no queda muy claro.

Contaremos de qué va

la maldición de que hablamos

y ustedes pues ya deciden

lo que sea y se hacen cargo.

 

Hay una familia en que

varios primos se han casado

con sus primas (que las otras

mujeres les daban asco).

Pero en dos generaciones

y sin poder evitarlo

los maridos sacudieron

con mucha fuerza y un palo

a sus dos medias naranjas,

a las que dejaron K. O.

Y de este triste suceso,

lo sorprendente y extraño

fue que, al suceder los crímenes,

sendos gatos asomaron

los bigotes por allí

y en el domicilio de ambos

asesinos nunca hubo

gato, lo que era muy raro,

¿no les parece? Eran negros,

tan negros como el sobaco

de una vulgar cucaracha

o de algún escarabajo

subsahariano y que no

se lavase demasiado.

 

Cuando empieza la comedia,

un marido enfurruñado

le pega un tiro a su esposa

y así se queda tan ancho.

Sale allí el gato de marras

para dejar aclarado

que ya es la tercera vida,

para que vayan contando.

 

En el subsiguiente prólogo,

encerrada en su habitáculo,

otra víctima se muere

asfixiada (con el gasto

que morir por gas supone)

y un minino en este cacho

de comedia se pasea

sin que le afecte ni tanto

así el envenenamiento

(fíjense en que ya es el cuarto).

 

Luego vemos a una dama

en un sillón tricotando

y alguien viene y la estrangula

desde detrás y llevando

unos guantes elegantes

de color verde y muy caros.

(Y al punto un gato aparece

por allí, ronroneando).

 

En el siguiente episodio

—ya falta menos: ¡ten ánimo,

lector!— tres muchachas cursis

están tocando el piano

y se asoman al balcón,

pues por allí está pasando

una regia comitiva.

Suena un ¡pum! y es que un anarco-

sindicalista le ha puesto

una bomba al soberano.

Pero al mismo tiempo, suena

un tiro que le han tirado

a una de las chicas pijas

desde otro balcón cercano.

Es el crimen que hace el sexto

y tampoco falta el gato.

 

Estos son los prolegómenos.

Cuando empieza el primer acto,

resulta que primo y prima

(ambos primos) se han casado,

sin tener en cuenta que

su enlace está muy gafado,

que solo queda una vida

al gato y que está cantado

en el simbólico gato

que va a ocurrir algo gordo

o suceder algo trágico.

Mas como han pensado con

el órgano equivocado

y se han dejado arrastrar

por su sexual entusiasmo

(sin considerar que aquello

tendrá un fin bastante malo),

el espectador ya sabe

mucho antes que ellos que en cuanto

aparezca por allí

el minino endemoniado,

él matará a su mujer

con un cuchillo afilado,

dándole con una lámpara

junto a la base del cráneo,

arrojándola por la

ventana sobre el asfalto

o leyéndole fragmentos

de algunos libros premiados

con el Nadal o el Planeta,

lo que te afecta al miocardio

y te deja más difunto,

mas morido y putrefacto

de lo que está Julio César,

por ejemplo, o don Pelayo.

 

¿Qué ocurre, pasa o sucede?

¿La mata por fin? No vamos

a contar el argumento,

no queremos destriparlo.

Muere alguien, sí. ¿Es la mujer?

¿Muere el marido? El finado

¿es el gato inoportuno

que viene siempre anunciando

la visita de la Parca?

 

Como nosotros pillamos

de los derechos de autor

de Jardiel, sería tirarnos

metafóricos pedruscos,

rompiendo nuestro tejado,

si contásemos el de-

senlace de este relato.

Lo suyo es que ustedes vayan

a una función algún sábado

a ver la obra o la lean,

cuando dispongan de un rato;

y así, del dinero que

ustedes paguen, cobramos.

 

Únicamente diremos

que tiene preciosos párrafos

esta comedia y también

originales diálogos

y, en definitiva, dice

—como ya hemos mencionado—

que los gatos tienen siete

vidas y las van gastando.

Y como dato erudito

muy pedante y muy pesado,

les diremos que en los tiempos

de aquel imperio egipciano,

se juntaron nueve dioses

en Ra y, todos apiñados,

formaron un gato místico

y este concepto ha quedado

en el inconsciente colec-

tivo de los pueblos bárbaros.

 

Mas la gente tiene a veces

menos memoria que un pájaro

y de nueve pasó a siete

(el descuento del tío Paco).

Desde entonces, los felinos

caseros han conservado

ese halo de misterio

por haber sido sagrados,

un carácter harto serio

—cual si fueran catedráticos—,

distinción y pulcritud

(no son, como el pueblo, guarros)

y lo de las siete vidas,

que es asunto problemático,

pero que da mucho juego

si se lo lleva al teatro.

 

 

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