La ciudad con nombre de can

 



          Alejandro Magno tuvo perro, pues siendo rey es muy fácil tenerlo, ya que no te faltan sirvientes que le saquen a hacer sus cosas (o criados que las limpien después de que las hagan, lo que es más cómodo incluso).

          Se llamaba Péritas, que los expertos dicen que es un nombre que puede significar «invernal» o cualquier otra cosa, y fue un regalo de su tío Alejandro I de Épiro, apodado «el Moloso» (esto es rigurosamente verdad: no se trata de una broma nuestra).

          Plinio afirmó que Alejandro recibió este perro ya adulto, mientras que Plutarco indica que lo educó él mismo desde cachorro. Como ambos historiadores no lograron ponerse de acuerdo, echaron un pulso para ver qué versión se escribiría. Ganó Plutarco y por eso decimos que Alejandro fue quien lo adiestró. (En realidad ni Plutarco ni Plinio tenían la más repajolera idea de todo esto. Ambos hablaban de oídas, de lo que le habían escuchado a Potamón de Mitilene, que fue quien contó la historieta del perro y que muy bien pudo habérsela inventado por completo).

           Entre las proezas de este magnífico perro se cuentan despedazar a un león, hacer caer a un elefante por el procedimiento de marearlo base de dar vueltas muy deprisa alrededor de él y comerse él solito una hornada entera de magdalenas sin sufrir empacho ni dolores estomacales.

          No se sabe a qué raza pertenecía el can. Pudo ser un mastín, un galgo e incluso no se descarta que fuera un perro-salchicha, porque no ha quedado constancia, ya que Péritas era reacio a dejarse fotografiar y no quedan referencias de él en ninguna parte... salvo en el British Museum, donde se conserva una estatua de perro que podía parecerse al original con un poco de imaginación.

          El perro acompañó al ejército alejandrino en aquel interminable viaje hasta la India, donde murió, en el 326 a. C. Alejandro se llevó un disgusto de aúpa y estuvo una semana sin comer (lo que no le vino mal, porque el picante indostano le sentaba como un tiro).

          Entonces decretó tres días de luto y obligó al poeta castrense que iba con las tropas a que compusiese una oda a Péritas en dulce... (aquí falta una coma) ... una oda a Péritas, en dulce recuerdo de su fiel compañero. No contento con este homenaje, le puso el nombre del can a la siguiente ciudad que fundó, que estaba a orillas del río Hidaspes, el actual Jhelum, un afluente del Indo que pasaba por allí («allí» es lo que hoy conocemos como Pakistán). La muerte de Péritas le vino muy bien en cierto sentido, pues el conquistador se pasó la vida fundando ciudades y no se le ocurrían nombres para todas, por lo que bautizó con el nombre de Alejandría a unas cincuenta ciudades más o menos en toda Asia.

 

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