Invictus

 

 

 

Las películas basadas en hechos reales tienen el supremo inconveniente de que están basadas en hechos reales, es decir: pueden llegar a ser muy aburridas, ya que en muchas ocasiones la realidad lo es. En Invictus tenemos un buen ejemplo. Se presenta como una epopeya deportiva, pero nos quedamos sin ver cómo se gesta la gesta. Tiene un gran director (Clint Eastwood) y un gran actor protagonista (Morgan Freeman), pero la productora debió de plantearse ahorrar dinero a la hora de contratar al guionista, que se salta la garrocha lo más importante: contarnos cómo un equipo malísimo se convierte en un equipo excelente en veinte minutos escasos de metraje.

La historia empieza con Nelson Mandela, un político con una trayectoria acompletamente alómana... anólama... amólana...

Un lector.—(Corrigiéndome.) Anómala.

Yo.—Anómala. Muchas gracias.

... con un político con una trayectoria completamente anómala, que primero estuvo unos años en la cárcel y luego fue elegido presidente, cuando lo habitual es que primero se sea presidente y luego —en función de su corrupción— se acabe en la cárcel.

Como fuere, en Sudáfrica son muy raros, eso ya lo sabemos, y de esta manera el argumento se justifica. Mandela se encuentra con un país dividido, porque a los negros les gusta el fútbol y a los blancos, el rugby. Este resto de apartheid deportivo dificultad la convivencia. El presidente se vuelca en apoyar en su afición a los blancos, pensando que así los negros estarán contentos. No nos pregunten ustedes por la lógica de esta conducta, porque nosotros no la encontramos tampoco por ninguna parte.

Al equipo rúgbico (¿se dice así?) de los Springboks («las gacelas saltarinas») lo han excluido de las dos primeras Copas del Mundo de rugby debido a la política segregacionista y al mal olor corporal de sus jugadores. Mandela aboga por la integración y el jabón, y consigue que Sudáfrica anfitrionee el torneo mundial de 1995, exponiéndose así al ridículo intercontinental.

En primer lugar, el equipo es malo, malo. En segundo, la denominación de ‘gacelas’ no favorece nada a los jugadores en un deporte en el que se se supone que eres brusco y viril. Mandela quiere que el equipo gane la Copa para que, por lo menos, los sudafricanos dejen de odiarse entre sí durante un día o dos.

Y ya está. El equipo malo se vuelve bueno no sabemos cómo. (Quizá en el guion original sí se incluía este proceso, pero se perdieron algunas páginas y este cacho no se filmó).

Llega la final y el tópico envuelve la cinta. Hay un empate, una prórroga y en el último segundo un jugador hace un drop de tres puntos y Sudáfrica gana.

No creemos que la revelación de este dato constituya un spoiler, porque todos ustedes se lo estaban imaginando.


 



 

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