El origen del atletismo

 

 



Un lugar mitológico, concretamente la cumbre del monte Ida de Creta, que no sabemos cómo es ahora, porque hace tiempo que no vamos por allí y el sitio habrá cambiado mucho. En esta historia van a aparecer los Dáctilos, hijos de la titánide Rea. Son Heracles Ideo, Peoneo, Epimedes, Yasión y Acésidas, pero como estamos convencidos de que ningún actor conseguiría aprenderse el nombre de su personaje, les llamaremos por el nombre del dedo que les corresponde. Esta historia la contó el pelma de Pausanias (siglo II d. C.), por lo que no sabemos si creérnosla o no, porque el hombre, como cualquier otro historiador, se inventaba todo aquello de lo que no tenía información.

    Pulgar (Heracles Ideo) está esperando, impaciente. Por el lateral que les pille más a mano, salen los dedos Corazón (Epimedes), Anular (Yasión) y Meñique (Acésidas).

 

Pulgar.—¡Menos mal que habéis venido! ¡Llevo ya un rato largo esperándoos, mano sobre mano!

Anular.—¿Para qué nos has llamado?

Pulgar.—Pues para crear una tradición.

Corazón.—¿Una tradición? ¿Y por qué?

Pulgar.—Pues porque somos seres del pasado remoto y es lo que nos corresponde hacer.

Corazón.—¿Cómo, cómo? Vamos por partes. A ver: explícanos eso de que somos remotos.

Pulgar.—Es obvio: nos encontramos al principio del mundo civilizado, somos seres legendarios y todas las tradiciones importantes las han creado señores míticos y muy antiguos, como nosotros.

Corazón.— ¡Antiguo lo serás tú!

Pulgar.—Y tú también, Corazón: no te hagas el jovencito, que tú eres el mayor de los cinco.

Anular.—¿Y lo que dices de que tenemos que crear tradiciones? ¿Puedes saberse para quién?

Pulgar.—Para beneficio de los humanos.

Anular.—¿De los hombres? ¿De esos seres asquerosos y canallas?

Pulgar.—Pues sí.

Anular.—¡Pero si no se merecen en absoluto que nadie haga nada por ellos!

Pulgar.—Sin embargo, todos lo hacemos. Mira: Prometeo les consiguió el fuego.

Anular.—¡Y bien que lo pagó! Que, como castigo por favorecerles, un buitre le come el hígado todos los días y seguirá comiéndoselo durante toda la eternidad.

Pulgar.—Estás equivocado, Anular; no es un buitre: es un águila.

Anular.—Te aseguro que si alguien te muerde el hígado, te da igual que sea un pájaro u otro.

Pulgar.—Como fuere, vamos a crear una tradición para que los humanos se diviertan.

Corazón.—¡Ya son ganas!

Pulgar.—Corazón, no tienes corazón. ¿Por qué no querrías hacer nada bueno por ellos?

Meñique.—No: la cuestión es por qué querrías hacerlo tú. Siempre les has tenido gran simpatía. No estaría de más que nos dijeras la razón. Yo nunca he sabido por qué.

Pulgar.—Tú nunca has sabido nada, Meñique. Eres muy corto.

Meñique.—¡Solo de tamaño!

Pulgar.—Y de entendederas también.

Corazón.—Sí, venga, Pulgar. Dinos por qué quieres tanto a los hombres.

Pulgar.—Si he de seros sincero, porque estoy íntimamente ligado a ellos, porque somos... ¿cómo diría yo?... uña y carne. Muchos animales no me tienen y, gracias a mí, los seres humanos se han desarrollado por encima de otras especies. Entenderéis que esté de su parte en la guerra evolutiva.

Anular.—Visto así...

Pulgar.—Además, los humanos hacen y harán muchas cosas por mí.

Anular.—¿Como qué?

Pulgar.—Pues desarrollar herramientas en la que yo encaje, como guantes o tijeras, ¿te parece poco?

Corazón.—Vale: nos has convencido, comprendemos tu simpatía y te ayudaremos en tu propósito. Dinos qué tienes en mente.

Pulgar.—Pues como los hombres son poco dados a tareas serias, como a la mayoría no les gusta usar para nada la mente, ese regalo que los dioses les hicieron, he pensado en algo que tenga que ver con el cuerpo.

Anular.—¿El cuerpo?

Pulgar.—Sí. Los humanos parecen estar obsesionados con él. La comida, el sexo y la apariencia son todo lo que les importa en este mundo. Para dar placer a su estómago no dudan en sacrificar y devorar a bellísimas criaturas de la naturaleza. Para su goce físico no dudan en cometer toda suerte de tropelías sexuales: adulterios, violaciones, incestos, lo que haga falta. Para su apariencia recurren a gimnasios, operaciones, pelucas, tatuajes, maquillajes y pestañas postizas.

Corazón.—¿Seguro que no les gustaría algo más intelectual? Podríamos inventar el ajedrez y crear la tradición de que se jugara todos los domingos por la tarde.

Pulgar.—No tendría éxito, ya te lo digo yo. Puede que algún otro ser legendario lo invente en algún momento, pero siempre será algo minoritario.

Anular.—¿Entonces?

Pulgar.—Pues he pensado en unos juegos físicos. Podríamos inventar el atletismo.

Meñique.—¿Atletismo? ¿Qué sería eso?

Pulgar.—¡Ay, qué tonto eres! ‘Atlos’ es «competición» y es griego. ¡No sabes ni tu propio idioma! ¡Debería darte vergüenza!

Meñique.—¡No sé por qué! Mucha gente no conoce su idioma, pronuncia mal y no sabe poner los acentos.

Pulgar.—Entonces también a ellos debería darles vergüenza. Pues el ‘atletismo’ o ‘competicionismo’ sería esta forma distinta de competición, para que no se confundiera con cualquier otra competición más digna. Y llamaríamos ‘atleta’ al competicionista.

Corazón.—¡Bien pensado!

Pulgar.—Podríamos empezar por una carrera simple.

Anular.—¿Y cuándo?

Pulgar.—Pues hoy mismo. En cuanto llegue Índice, que no sé dónde se ha metido. Podemos correr los cinco hasta algún lugar y el que llegue antes gana. Luego es solo cuestión de repetirlo todos los años y la tradición estará ahí.

Anular.—¿Todos los años? ¿No será mucho?

Pulgar.—¡Mira que sois vagos! Una vez al año, correr un poquito no hace daño.

Anular.—Yo voto porque sea cada cuatro, por lo menos. Porque esto de correr cuando no se tienen piernas, como nos sucede a nosotros, resulta complicado.

Corazón.—Sometámoslo a votación.

Pulgar.—Yo quiero que sean cada año. ¿Y tú qué quieres Anular?

Anular.—Yo no quiero anular nada.

Pulgar.—No, si es que me ha faltado la coma. ¿Tú que quieres, Anular?

Anular.—¡Ah! Yo digo que cada cuatro.

Corazón.—Yo también quiero estas carreras cada cuatro años.

Pulgar.—¿Ya no estás más a mi lado, Corazón?

Anular.—(Aparte.) A mí esto me suena como un bolero.

Corazón.—(A Anular.) ¡Así es que nosotros vamos ganando!

Pulgar.—¿Y qué dices tú, Meñique?

Corazón.—(Escandalizado.) ¿Él también vota?

Pulgar.—¡Pues claro!

Corazón.—¿Y la opinión de un tonto ignorante vale tanto como la nuestra?

Pulgar.—Ese es el quid de la democracia que hemos inventado por aquí.

Corazón.—¿Y si los tontos son más?

Pulgar.—En ese caso se hace lo que quieren ellos.

Anular.—¡Pero es que los tontos son siempre más numerosos que los listos!

Pulgar.—En efecto. Pero toca aguantarse.

Anular.—¡Pues estamos buenos!

Corazón.—(A Anular.) No te preocupes. (Alto.) Mira, Meñique: te conviene votar como nosotros, porque Anular y yo constituimos una mayoría.

Pulgar.—¡No le influyas!

Corazón.—Y, aunque no entiendas por qué, hemos tomado esta decisión por tu bien y el de todos.

Pulgar.—¡No hagas demagogia!

Corazón.—Y demostrarás ser muy listo si vas con la mayoría.

Meñique.—¡Me has convencido! Yo quiero ser listo, así es que voto porque las competiciones se celebren cada cuatro años.

Pulgar.—(Aparte.) ¡Mecachis en el mar Egeo!

Corazón.—Está decidido.

Pulgar.—(Resignado.) Vale: cada cuatro años.

Meñique.—¿Y el premio? ¿Habrá premio?

Pulgar.—No tenemos presupuesto, así es que nos apañaremos con un poco de laurel.

Meñique.—¿Laurel? ¿Y qué puede hacer el ganador con el laurel?

Pulgar.—Puede echarlo en las lentejas. Y, más adelante, ya iremos incorporando otras variantes de competicionismo... de atletismo, quiero decir.

Anular.—¿Como cuáles?

Pulgar.—No sé... pegar saltos, tirar piedras muy lejos, cosas así. Ya se nos ocurrirá algo.

Meñique.—¿Y fundamos la tradición ahora?

Pulgar.—En cuanto estemos todos, ya os he dicho.

Corazón.—No sé por qué, pero me parece que esta tradición no se hará muy popular.

Pulgar.—¿Y eso?

Corazón.—Resulta como muy anodina. Le falta chicha. A los humanos les gustan las cosas más intensas y salvajes, como tirar cabras desde torres altas o pinchar a toros con cuchillos. No creo que actividades tan insulsas como correr y saltar vayan a coger arraigo.

Anular.—El Corazón siempre tiene razón.

Corazón.—Así es que propongo que incluyamos también peleas.

Anular.—¿Peleas?

Corazón.—Lucha grecorromana, por ejemplo.

Meñique.—¿Greco... qué?

Corazón.—Romana.

Meñique.—¿Cómo?

Corazón.—De los romanos.

Meñique.—¿Quiénes son esos?

Corazón.—Bueno, todavía no han aparecido por la Historia, así es que no tienes por qué saberlo. Hablo de lucha, en general. Si a los humanos no les gusta el combate a bofetadas, siempre se pueden añadir más adelante espadas y tridentes, y hacer los enfrentamientos a muerte.

Pulgar.—¡De ninguna manera! Eres cruel, Corazón. No. Tienen que ser actividades en las que no mueran los participantes. (Pausa.) O, al menos, que no mueran muchos cada año.

Anular.—Es verdad.

(Sale Índice, el dígito que faltaba.)

Pulgar.—¡Por fin llegas!

Índice.—¿Me estabais esperando?

Pulgar.—(Entusiasmado.) Sí, para crear una tradición entre todos. Verás... se nos ha ocurrido que podríamos organizar unas competiciones físicas cuatrianuales. Empezaríamos con una carrera de cien metros y...

Índice.—Ya está hecho.

Anular.—¿Qué?

Índice.—Que eso ya está hecho, os digo. Lo que queréis crear ya está hecho hace mucho.

Anular.—¿Ah, sí?

Pulgar.—¿Qué dices?

Índice.—Varios siglos atrás, Zeus, para celebrar su victoria sobre Cronos, se sacó de la manga unos juegos deportivos que se hacen precisamente cada cuatro años.

Pulgar.—¡No me digas!

Corazón.—¡Vaya plancha!

Índice.—Está todo puesto por escrito en un libro y bien detallado. Lo cuenta Hesíodo, en su Teogonía.

Pulgar.—(Completamente desolado.) ¡No tenía ni idea!

Índice.—Y según varias tradiciones escritas, también Pélope se inventó algo parecido en honor a Enómao, unas competiciones que llevan ya tiempo celebrándose en la Anatolia. Y en la Ilíada, Homero ya habla de unos juegos celebrados ante los muros de Troya en honor a Pátroclo.

Los cuatro.—¡No sabíamos nada!

Índice.—Pues así es.

Pulgar.—Veo que tienes mucha información sobre libros.

Índice.—¡Como que soy el Índice!

Pulgar.—(Completamente chafado. Aparte.) No he inventado nada. ¡Mi gozo en un pozo! ¡Y, además, he hecho el ridículo con mi propuesta!

Índice.—(Tras una pausa.) Hay que leer más.

 

No hay comentarios: