La leyenda de la ciudad sin nombre




(Joshua Logan, 1969)

 

 Gran comedia musical

ambientada en California

a mitad del XIX,

en esa década loca

en que abundaban en oro,

el whisky y los pieles rojas:

Paint Your Wagon (en España

se tituló de otra forma

con un nombre original

que les tocó en una tómbola).

 

La protagonista es una

señora de toma y moja

el pan, como el refrán dice,

y que es la segunda esposa

de un mormón que va y la rifa

en medio de una colonia

de buscadores de oro.

Y se dirán: ¿quién la compra?

Pues un borrachín simpático.

Mas se complica la historia,

porque un socio del beodo

perenne va y se enamora

de la mujer en cuestión.

Y ella también, a su forma.

La solución que le dan

a este conflicto, la fórmula

que encuentran para salir

de esta situación anómala

es que se casan los tres.

Se la turnan y ¡a otra cosa!

 

¿Cómo permiten las gentes

inmoralidad tan gorda?

Porque en la ciudad no hay ley

que tenga en raya a la tropa

y no hay sheriff, hay tan solo

furcias (y de esas, muy pocas).

Viven juntitos los tres,

saltándose a la garrocha

los mandamientos, las leyes

y otras normas paranoicas,

y respetando los turnos

para meriendas y cópulas.

Y tienen felicidad,

la pelambrera lustrosa,

la libido satisfecha

y hasta repleta la andorga.

 

Pero entonces van y llegan

a aquel lugar en mala hora

unos cuantos puritanos,

una familia asquerosa

que se pasa el día rezando;

y al socio ahora le incomoda

convivir arrejuntado

al borracho y la jamona.

Y así, de pronto, le da

una ventolera y toma

una mala decisión,

inoportuna e impropia:

se irá para no pecar,

aunque ella se quede sola.

El borracho dice que

él también se va a la porra

y hay un duelo de lealtades

que acaba de mala forma.

 

La moraleja, señores

y señoras (tomen nota),

es que nunca hay que hacer caso

de lo que piensen las otras

gentes, pues los aguafiestas

se encuentran hasta en la sopa.

A nadie le gusta ver

disfrutar a las personas;

todos quieren que te chinches;

si te ven feliz, te odian;

si te ven sufrir, se alegran,

vamos, que bailan la jota

si te hallan acongojado

o en condiciones penosas.

 

Por eso hay que vivir siempre

haciendo lo que nos brota

del manantial (por decirlo

de una manera estilosa).

No hagas lo que espera el mundo,

lo que otros piensen no importa;

mira por ti y haz tu santa

voluntad en cada cosa.

Si vives según sus reglas,

mereces lo que te ocorra

(digo ‘ocorra’, porque ‘ocurra’

no rima). ¡Qué mala pota!

(Aquí quiero decir ‘pata’.

La cosa está complicosa

y me tengo que inventar

esa palabra tan tonta

de ‘ocorra’ para rimar

este final. Mas no importa:

‘Complicosa’ es neologismo

con connotación retórica

que gustará en la Acade-

mia de la Lengua Española.)


 

 

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