Filmiperros y caricacanes

 

 


          Los filmiperros o perros de película, al igual que sus congéneres reales, también nos han proporcionado muchas horas de placer, al igual que los caricacanes o perros-caricatura que aparecen en las tiras cómicas. Hablaré, —por nostalgia — de algunos de ellos y que me perdonen los que se queden fuera de de esta perrienumeración.

          El primer perro «virtual» al que le tuve cariño fue Huckleberry Hound, un simpático y hanna-barbérico personaje bastante plano (me refiero al dibujo, no a su personalidad), con una pajarita roja y un poco bastante de pluma. Junto con el inolvidable oso Yogui, el caballo Tiro Loco McGraw, los ratones Pixie y Dixie y el gato Jinks —de memorable acento andaluz («¡marditoh roedoreh!»)—, aparecía en dibujos animados —en blanco y negro entonces— y en tebeos. Por estos últimos me enteré, sin sorprenderme en absoluto, de que Huckle era azul (celeste), un color que a mí me gusta mucho, por lo que a la comparación coloquial de «Eres más raro que un perro verde» nunca le encontrado el sentido.

          De aquella época sesentera era también Lindo pulgoso, que no hablaba (a diferencia de Huckle, que lo hacía por los codos), sino que se limitaba a reírse entre dientes de las desventuras de la abuelita, con quien vivía. Iba siempre muy desastrado, pese a no llevar ropa, y estaba pidiendo a gritos que alguien le pasara un peine por toda su anatomía. Era muy famoso.

          Scooby-doo no se le iba a la zaga en popularidad. Su nombre surgió de Strangers in the Night, la famosa canción que interpretaba Frank Sinatra y que tenía un estribillo que decía: «Doo-be-doo-be-doo doo-doo-doo-be-doo» (por la que que el letrista se llevó algunos miles de dólares). La principal característica y recurso cómico de este personaje consistía en que era muy cobarde, además de ser miedoso, gallina, medroso, acoquinado, atemorizado, amilanado y pusilánime. A mí nunca me hizo mucha gracia, la verdad.

          Los siguientes perros pintados que conocí fueron los de Walt Disney, un señor que hoy despierta sentimientos encontrados, pero que para mí fue como un dios bondadoso que creó a Pluto para regocijo de sus criaturas. Era el perro ideal del personaje ideal (Mickey Mouse) y condensaba en él toda la esencia perruna en psicología, comportamiento, movimientos y achuchabilidad. Pluto es el Perro por antonomasia, como Mahoma es el Profeta, Aristóteles es el Filósofo, San Pablo es el Apóstol. Si a Isabel y a Fernando se les llama los Reyes Católicos porque eran más católicos que nadie, ningún perro es más perro que Pluto.

          Pero no le va a la zaga otro personaje genial: Goofy [que vendría a significar «bobo»] y que es antropomorfo y hasta algo amorfo. Este simpático bicho forma con Mickey y el pato Donald un trío que ríase usted de otros tríos famosos (Craso, Pompeyo y César; Sófocles, Esquilo y Eurípides; Athos, Porthos y Aramis; Peter, Paul and Mary, los Panchos; los Chichos o José, Ortega y Gasset). El secreto del éxito de este personaje es que Mickey era muy serio, Donald siempre estaba cabreado y a los guionistas les era más fácil escribir material cómico para Goofy.

          Disney se inventó muchos perros heroicos, como la valiente pareja de Pongo y Perdita, de la película 101 dálmatas, que corrían grandes peligros para rescatar a sus cachorros de la supervillana más mala de todos los tiempos: la terrorífica Cruella de Vil, emperrada en desperrar el mundo para hacerse abrigos de pieles (y que desgraciadamente no es un mero personaje de ficción, sino un trasunto de muchas mujeres reales que han considerado como el colmo de la elegancia ponerse un zorro muerto sobre los hombros). Creo que esta película hizo mucho bien y que los que la vieron de pequeños nunca contribuyeron de mayores al asesinato peletero.

          ¿Y qué decir del Golfo y de Reina, de La dama y el vagabundo? ¿Existe mejor historia de amor? ¿Hay algo que incite más al romanticismo que compartir unas albóndigas? Porque, a fin de cuentas, el amor duradero de una pareja consiste en eso, en compartir albóndigas cariñosamente durante toda la vida. Al lado de esta pareja, Romeo y Julieta resultan insulsos y Calisto y Melibea, unos pijos renacentistas.

          Tierna como ella sola resulta Nana, una enorme y peluda San Bernardo que es la perra nodriza de los niños Wendy, John y Michael que aparecen en Peter Pan. Su abnegación, su cariño hacia sus «cachorros de hombre» no tiene parangón. ¡Lástima que salga tan poco!

Sufrí mucho con Toby, un sabueso que se tenía que enfrentar a su amigo zorro. Los guionistas fueron muy torpes y no supieron dosificar el drama (había demasiado, sin casi momentos de alivio) y a los niños no les gustó, por lo que la película fue un fracaso. Sin embargo, había sido la cinta de Disney más cara de las hechas hasta entonces (doce millones de dólares), lo que nos enseña que no se debe dejar que los tontos sean quien administren y gasten el dinero.

               Bolt, de la película de su mismo nombre, era un perro-estrella televisivo que se creía un supercán, porque no se había enterado de que la televisión es mentira. Lo mandan por error a Nueva York y para regresar a Hollywood tiene que cruzarse el país de costa a costa, como Forrest Gump o Alvar Núñez «Cabeza de vaca» (Conquistador y canalla español del siglo XVI que fue desde Florida a California a pie y que, según él mismo contó en su libro, Naufragios, se comió a su fiel perro por el camino, por no encontrar otra cosa mejor).

 

          Y en Mascotas aparece Max, prototipo del perro cariñoso, que tiene que soportar a otro perro más en la casa, con los consiguientes celos, aunque luego la historia se va por otros derroteros y queda en manos de un conejo sociópata. El perro es simpático, pero la película no deja de ser un remake de Toy Story, solo que con bichos.

No muchos se acuerdan de Charlie B. Barkin (yo casi no me acordaba, lo confieso), un pastor alemán que salía en Todos los perros van al cielo, de Don Bluth. No era uno de mis preferidos, porque se trataba de un personaje muy negativo y aquello era básicamente una película de gangsters.

          De la televisión mencionaré al valiente D’Artacán, que junto con sus mosqueperros corría aventuras sin par, sin salirse de la historia de don Ale Dumas (padre). Era una serie hispano-japonesa para elaborar la cual trabajaron Akira Nakahara, Taku Sugiyama, Yoshihiro Kimura, Katsuhisa Hattori, Shuuichi Seki, Taku Sugiyama, Shigeo Koshi, Fumio Kurokawa, Saito Shuhokaku, Koji Mori, Takao Ogawa, Kobayashi Shichiro, Kazue Ito, Takasago Yoshiko, Sakai Shunichi, Kimura Keiichiro, Endo Shigeo, Junzo Nakajima, Taku Sugiyama, Shigeo Koshi, Yoshiko Kayama, Maron Kusaka, Yoshiko Kayama, Hattori Katsuhisa y Luis Ballester (a media jornada).

          El perro del abuelo de Heidi se llamaba Niebla, pero esto lo sé por haberlo leído, porque no he visto la serie (lo siento: no se puede saber de todo).

          Pequeño Ayudante de Santa Claus es el perro de la familia Simpson. Es juguetón, rompe todo y le encanta beberse el agua de los retretes. Pese a todo ello, su dueño no le regaña y le deja vivir a su aire. Solo por esto se le pueden perdonar muchas cosas a Homer.

          Y en cuanto a los perros de los tebeos, el primero que me viene a la mente es Rantanplán, que aparecía en los cómics de Lucky Luke. Su nombre era como una inversión del de Rin Tin Tin (un perro muy listo), ya que él era un perro muy tonto. Guardaba la prisión donde solían meter a los hermanos Dalton (malos y pistoleros de pro), pero siempre se le escapaban. Era increíblemente lento (de hecho, en las viñetas no se movía nada). Luego se hizo con él en Francia una serie televisiva que probablemente no habrá visto nadie.

          Milú era el compañero inseparable de Tintín, aunque se separaban muchas veces. Pese a ser macho, su nombre se lo puso Hergé en recuerdo de una novia suya (no queremos entrar en aclaraciones psicoanalíticas de este hecho). Dos de sus principales características eran la precaución y su gusto por el whisky.

          Charlie Brown y su pandilla nos dieron a Snoopy, que daba rienda suelta a su imaginación tumbado boca arriba en su caseta (dentro nunca, porque era claustrofóbico). Su mayor obsesión era ser escritor, aunque no se le ocurría qué escribir, razón que me hace solidarizarme con el personaje. La NASA lo adoptó como mascota e instituyeron un premio con su nombre, pero no me pregunten la razón. Y si Bugs Bunny fue el único conejo ganador de un Oscar, Snoopy fue el único personaje de tira con una estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood.

          El pequeño Idéfix, perro del grandullón Obélix, es el único animal de los tebeos de Astérix «el Galo». Es un Schnauzer diminuto, aunque come mucho. Realmente, no hay mucho que decir de él, pues casi no interviene en la acción argumental, sino que se limita a estar por ahí. Tiene bigote, al igual que Astérix, que Obélix y que doña Emilia Pardo Bazán.

          Por último (hay otros más, pero ya estoy cansado), mencionaré al pobre Odie, perro tonto al que el egoísta de Garfield gusta de torturar de todas las formas que se le ocurren, algo que nunca he podido perdonarle al gato.

          No añado más ejemplos, porque, como acertadamente dijo Oscar Wilde, «Quien pretende agotar un tema, sólo consigue agotar a sus lectores».


 

 

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