Los pescadores de perlas

 

 


 

Los pescadores de perlas (Les pêcheurs de perles, 1863) Georges Bizet

 Si comparamos esta obra, a la que se le dieron dieciocho representaciones, con la comedia The Mousetrap, de Agatha Christie, que lleva sesenta y ocho años en cartel (unas 27.500 funciones), hemos de reconocer que la ópera no sale muy bien librada.

Indudablemente, su montaje decepcionó al público de su momento, que quería ver en el escenario del teatro el fondo del mar, con algas y medusas flotando (y algún pulpo, a ser posible), mientras los protagonistas desnudos cosechaban las perlas. No fue así y solo se mostraron amores en tierra firme, lo que defraudó a muchos.

La acción sucede en Ceilán —cuando se llamaba así, que ahora se llama de otra manera— y trata un tema originalísimo: un triángulo amoroso, algo que estamos seguros de que no se encuentra en ninguna otra ópera de las docenas de miles que se han compuesto.

Los protagonistas son Nadir (un nombre que suena astronómico), Zurga (que parece el nombre del hombre forzudo de un circo italiano) y Leïla (que es un nombre musulmán con diéresis de regalo). Como en ceilán son budistas, no entendemos nada.

Por motivos que sería muy prolijo explicar, los pescadores de perlas quieren matar al tenor y a la soprano (tras oírles cantar, aunque puede que fuera por otro motivo) y el barítono lo impide. Decide crear una distracción, para que los protagonistas huyan, y como no se le ocurre otra cosa en ese momento, opta por prenderle fuego a toda la aldea, socarrando a todos sus habitantes. Las cosas, si se hacen, hay que hacerlas a conciencia.

 

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