Destriparé aquí la vida
de un señor que fue pintor
amateur o aficionado,
porque es que nunca cobró
por un cuadro ni un florín
(situación que le llevó
a una pobreza extremada
y poco colesterol,
pues sólo comía los lunes,
no poseía ni un perol,
ni jamás vio una chuleta
ni supo qué era el arroz).
El tipo del que les hablo
era don Vincent Van Gogh,
un hombre con mala suerte,
una figura contro-
vertida del diecinueve,
que en su vida no logró
ni vender una pintura
ni hacer una exposición.
(Miento: que a su hermano Theo
un cuadro le colocó
—por empeño de su madre—
que mostraba un girasol
de color verde aceituna
sobre un campo de algodón,
detrás de unos tulipanes
que crecían con fervor
en una playa del trópico
cercana a Sebastopol.)
¿Por qué no vendió más cuadros,
se preguntará el lector?
La razón es bien sencilla
y a dar la respuesta voy:
«Sus cuadros eran muy feos,
aunque se diga que no».
Bien es verdad que hoy se venden;
y que cuestan un pastón,
alcanzando en las subastas
un precio muy superior
que el de algunos calzoncillos
de alguna estrella de rock
(pero hay gente que está loca
y muy propensa a hacer ton-
terías cuando, de pronto,
deja su medicación).
Vincent madrugaba mucho
para ir a sacar carbón
en una mina asquerosa
y, un día, se suicidó;
no bebiéndose cianuro
ni leyendo a Hegel, no,
sino yéndose a un trigal
y allí pegándose con
gran indiferencia estoica
y certera precisión
entre el píloro y el bazo,
un tiro con un cañón.
(Este dato, que parece
que es una exageración,
lo he sacado de la «Wiki»,
no me lo he inventado yo.)
Luego hicieron una «peli»:
El loco del pelo ro-
jo, con Anthony Quinn
y Kirk Douglas, con guión
tomado de una novela:
Lust for Life, de Irving Stone;
dirigida por Vincente
Minnelli y que ganó...
Esperen: no gano nada.
Y es justo, porque era un ro-
llo de padre y señor mío,
una inmensa aburrición,
pero que tuvo la suerte
de gustar a los esnobs
lo que le valió a Vicente
subir su cotización.
2 comentarios:
que bello lo que escribes
Muchas gracias.
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