Ramón María del Valle-Inclán (1866-1936)

 



 

          Don Ramón María del Valle-Inclán y otras hierbas fue un magnífico dramaturgo, no creemos que a estas alturas nadie tenga la desfachatez de negarlo.

Pero también es verdad que en su época no se le reconoció esa maestría en su totalidad y que se hizo más famoso por otros méritos extrateatrales, como, por ejemplo, discutir y pelearse con todo el mundo. No solo perdió un brazo en una de esas disputas, sino que consiguió enemistarse con todas sus amistades y que le echaran a puntapiés de bastantes establecimientos de todo tipo. También le expulsaron del Ateneo de Madrid, pero eso fue por negarse a abonar la cuota, pues consideraba que él era demasiado importante como para pagar, como hacían los demás socios.

          Su hobby preferido era insultar a Echegaray y asistir a la representación de sus obras para patear en ellas, algo que no nos lo hace muy simpático. Pero pasemos a sus textos.

          Valle fue original como él solo y tremendamente revolucionario en sus planteamientos (pese a ser políticamente más carca que otra cosa y un defensor confeso del carlismo). Su teatro osciló entre el drama «decadente» y el «esperpento», que a él se le debe y que aún se le está pagando. Sus ambientaciones habituales son dos: la del mito, centrada en un «espacio galaico», como se le ha dado en llamar, y la de la de la farsa, que funciona como un «espacio dieciochesco» y cursi.

          Su ciclo mítico consta de varias obras distintas, porque si no fueran distintas no serían varias, sino una y la misma. estas son las Comedias bárbaras, El embrujado y Divinas palabras, ambientadas en una sociedad arcaica y cochambrosa donde hay cantidades ingentes de maldad, irracionalidad, animalidad, sexo y muerte. Todo esto no es sino una manera elegante de decir que sus personajes son todos unos cafres.

          Tales piezas tienen como protagonista a Juan Manuel de Montenegro, el último de los héroes. En ellas hallamos violencia, lujuria, sacrilegio, maldiciones, violaciones, fantasmas, crímenes varios y ferias donde se venden buñuelos, así como algún que otro cura.

          Divinas palabras (1919) es la que más nos asusta. Mari-Gayla, esposa de un sacristán, lleva de aquí para allá a un enano idiota e hidrocefálico y cobra por enseñarlo, mientras que se la pega a su marido. este se decide a acuchillar a la infiel. En un descuido, el enano pimpla de más y se muere. La gente pilla a Mari-Gaila fornicando con un sinvergüenza y la apresa con la intención de darle una buena somanta. El sacristán se tira desde el tejado y resulta ileso; acto seguido pronuncia aquellas palabras célebres de Jesús sobre no tirar la primera piedra a nadie. La obra acaba y nadie puede negar que este final tan irracional (pues ninguno había entendido nada de lo que sacristán había dicho) es algo distinto a lo habitual en los dramas de adulterio.

          El ciclo de la farsa se caracteriza por una mezcla del teatro de marionetas con elementos de la commedia dell’ arte y del entremés, en un ambiente dieciochesco simbólico, lleno de mirtos, rosas, cisnes y jardines muy bien regados. Es una superación de la visión modernista, que queda tan desgastada que ya no puede volver a usarse nunca más. Ejemplo de este tipo de teatro es la Farsa y licencia de la reina castiza (1920).

          Hay otras aportaciones vallescas, pero lo más de lo más es el esperpento. Muchos han dicho que consiste en deformar la realidad, pero nosotros estamos convencidos de que la realidad es ya de por sí bastante fea sin necesidad de que se la deforme y que lo que Valle-Inclán hizo no fue en deformar nada sino mostrar la vida española de su tiempo tan cutre como realmente era.

          Contaremos Luces de bohemia (1920), su obra cumbre y ejemplo claro de este esperpentismo.

          Para empezar, el título está mal, pues en la bohemia que nos describe hay de todo menos luces. Sombras de bohemia hubiera estado mejor.

          La tesis de la obra es que ser artista en España nunca merece la pena, porque es un país que trata a patadas a sus hijos preclaros, haciéndoles mil perrerías, provocándoles hambre, angustias y pobreza, como al cabo le sucede al poeta Max Estrella, que protagoniza la pieza, que es una tragedia, porque hacia el final el poeta y su parienta la palman.

La obra es muy desagradable de contemplar y te deja horrible sabor de boca. Se publicó a cachitos en mil novecientos veinte y no se estrenó en España hasta bien entrados los años setenta, porque censurar lo bueno es una tradición nuestra que viene de antiguo. Valle quiere mostrar su país bajo una luz esperpéntica y se sale con la suya. Pega un palo a la política; otro, al arte; otro, a la ciencia; ataca a la izquierda y la derecha; a editores, periodistas, prostitutas, proxenetas, funcionarios, alguaciles y ministros; se despacha a gusto con todos y no deja títere con cabeza.

En la obra, en quince actos, se nos cuentan las miserias de un escritor que está viejo, arruinado y ciego. Su editor le ha despedido y hace días que en su casa ni se come ni se almuerza y tampoco se merienda. Max sufre alucinaciones y recuerda cuando vivía en París. Se lamenta de su suerte y despotrica en contra de la Academia, que no le ha dado un sillón. Al poco aparece Don Latino —que es un jeta de mucho cuidado—, que ha ido a colocar unos libros a una tienda y no logrado venderlos. Y allá marcha la pareja a buscar algo en metálico. Llegan a la librería con el único propósito de formalizar la venta. Hablan con Gay Peregrino, que ha venido de Inglaterra y dice que aquello es Jauja. Aburridos de escucharle, se marchan a la taberna de la Picalagartos mientras que fuera, en las calles, unos obreros vagos han declarado una huelga. Max le da su capa a un niño para que vaya a venderla y saque unas perras. Con el dinero se empeña en adquirir lotería.

A partir de aquí la cosa se complica, pues se encuentran al cabo de unos minutos con un grupo de poetas subversivos, por lo que Max acaba en una celda. Habla con un anarquista catalán, que le dice que la cosa se está poniendo muy fea. Le llevan ante el ministro y por la conversación nos podemos enterar de que las autoridades españolas tienen muy poca vergüenza. Durante toda la noche los dos amigos pasean sin rumbo. Es en el Café de Colón donde tropiezan con Rubén Darío y charlan con él un rato; mejor dicho: cotillean acerca de amigos a los que ponen de vuelta y media. Luego van a unos jardines oscuros donde se mezclan con furcias y pilinguis.

En las escenas siguientes se ve una cosa tremenda: los militares disparan a un niño que está en la acera y la huelga acaba a tortas. Max sale de allí por pies y llega hasta su calle; entonces empieza a sentir flojera. En menos que canta un gallo se muere en la misma puerta de su casa, circunstancia que Don Latino aprovecha para apropiarse del décimo tras robarle la cartera. Luego vemos el velatorio del finado Max Estrella, en donde se cuela un tipo extravagante, que empieza decir que no está muerto, tan solo con catalepsia; y, para demostrarlo, el muy cafre va y le pega fuego a un pie, por si el cadáver está vivo aún. Más tarde, en el cementerio tienen lugar las exequias, que consisten en que al muerto se le entierra mientras todos cuentan chistes obscenos.

¿En qué acaba todo esto? En que en la última escena vemos que está Don Latino muy contento en la taberna pimplando a todo meter, debido a que en el sorteo le ha tocado una friolera de millones. Los vendedores de periódicos vocean que la mujer y la hija del poeta se han suicidado en su casa por no tener una perra. ¡Esto es España, señores, tal y como Valle-Inclán la describe! ¡Esto es su vida bohemia, la realidad de sus gentes y su sociedad entera! En esta pieza magnífica y truculenta se presentan los rasgos de nuestra patria, que nos provocan ganas de mandarla a paseo y emigrar a cualquier otra parte.


 

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