Calígula

 


 

Un emperador descontento con sus consejeros y funcionarios fue Calígula. Es verdad que él estaba como una cabra de los Apeninos occidentales, pero no es menos cierto que los subalternos que le rodeaban eran todos una panda de inútiles.

Calígula no los mandó asesinar, porque para entonces había matado ya a tanta gente que la cosa había terminado por resultarle tediosa y ya no le proporcionaba emoción alguna.

Lo que sí hizo para avergonzarlos a todos fue sacar a concurso público una plaza de cónsul que había quedado vacante. Estamos hablando de un contrato indefinido, a tiempo completo y con buenas perspectivas de futuro y coche de empresa. Todos los consejeros de Calígula se hicieron ilusiones de que el codiciado puesto podía ser para ellos.

Tras mantenerlos en vilo durante unas semanas, el perverso emperador le dio el puesto de cónsul y corregente de Roma a su caballo Incitatus, para quien hizo construir como honor añadido un pesebre de marfil y un bebedero de oro.

Para evitar las posibles y más que probables iras del emperador, los frustrados consejeros manifestaron unánimemente que la decisión era muy sabia y que el caballo merecía el puesto mucho más que ellos.

Y lo triste del caso es que eso era verdad.

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