Un cuarto de hora con Juanita Pérez

 


Juanita Pérez sólo tiene diecisiete años y ya lleva trece practicando la gimnasia rítmica. todos sus entrenamientos y sacrificios dieron fruto cuando logró una medalla de bronce en los Juegos pan-atléticos y pan-americanos de Barranquilla, en el 2014, dotada con 350 euros y un diploma con las letras en relieve. Es delgada y alta. aparece con una pierna vendada y unas aparatosas muletas. Sonríe y le quita importancia: «Un pequeño problema en el entrenamiento. en cuatro o cinco meses estaré como nueva.»

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¿Cuándo empezaste a practicar la gimnasia rítmica?

—Empecé a los cuatro años. Al principio era como un juego. A los siete, ya entrenaba todos los días. Al salir de clase iba disparada al gimnasio y también iba allí por las mañanas. Me levantaba a las cuatro y entrenaba hasta las ocho. Así es que no he jugado mucho con otras niñas. No me daba tiempo. Por eso no tengo ninguna amiga.

¿Tienes novio?

—¿Novio? ¿Qué es eso?

¿Cuándo decidiste dedicarte totalmente a la gimnasia?

—Creo que fue mi padre quien lo decidió. La verdad es que no recuerdo qué hacía antes. ¿Qué hace la gente que no hace gimnasia rítmica?

¿Así es que tus padres te apoyaron?

—Totalmente. Bien es verdad que se pusieron un poco tristes cuando tuve que dejar los estudios a los diez años, debido a las muchas horas de entrenamiento. Pero les compensé, dándoles a ellos los 350 euros del premio.

¿Cuántas horas entrenas a diario?

—Entre catorce y dieciséis. Es muy divertido.

¿Cuál es la mejor edad para una gimnasta?

—Los diecisiete, más o menos. Puedes mantenerte como máximo hasta los diecinueve. Luego, tu vida profesional se acaba definitivamente.

Después ¿qué te gustaría hacer?

—Bueno, no tengo estudios. Así es que creo que podré trabajar en TelePizza. A mí me gustaría ser actriz, pero también me han hablado de un servicio de limpieza nocturna para grandes almacenes.

¿Cuál es tu rutina diaria con el equipo nacional?

—Nos levantamos a las seis y no desayunamos nada, para mantener el peso. Los domingos sí nos dejan tomar tostadas, aunque sin leche. Entrenamos, ballet, aparatos, abdominales... Venimos al hotel. Comemos lechuga o endivias, como nos apetezca. Descansamos media hora o así, aunque algunas remolonas se están hasta tres cuartos de hora, y por la tarde volvemos a empezar. Luego, vuelta al hotel, una ducha fría y a la cama sin cenar.

¿Merece la pena el sacrificio?

—Desde luego. Es una vida excitante. Y nos tratan muy bien. Aunque pagarnos, no nos pagan, porque representar a los colores de España es ya un honor. Pero la Federación nos hace una buena rebaja en los uniformes de gimnasia, que son caros de por sí. También a veces nuestro entrenador nos deja abrir los minibares de las habitaciones de los hoteles. No podemos beber nada, pero nos deja mirar y es muy emocionante.

¿Cuál es tu recuerdo más bonito?

—El de la Olimpiada de Barranquilla. Todo el mundo aplaudiéndote. Es chupiguay.

¿Y el peor?

—El continuo dolor en las piernas y en el estómago. Tengo una úlcera de tantos analgésicos como tomo. ¡Ah! Y también cuando los diversos entrenadores me dan masajes, porque siempre me frotan en sitios donde no está bien que me froten. Pero no les puedo decir nada, porque son los que me entrenan.


 

 

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