Locutor: Pasamos ahora, queridos oyentes, a nuestro apartado titulado «Diversos aspectos culturales de la seguridad. ¿Es esto posible o se trata simplemente de una tomadura de pelo del tamaño de un castillo mozárabe?». Hemos elegido un título tan largo para esta sección con el deliberado propósito de rellenar el mayor tiempo del programa, como ustedes se habrán ya figurado. Aquí se tratarán la historia de la seguridad, su aparición en la literatura y el cine, curiosidades, anécdotas y, por supuesto, mucha información útil. La sección está a cargo de Enrique Gallud Jardiel, un experto muy destacado pero poco puntual, porque aún no ha aparecido por aquí. Esperen... (Pausa.) Me comunican que ya ha llegado, que ya está en nuestros estudios: que está entrando por la puerta, vamos. Aquí está ya. ¡Adelante! ¡Adelante! (Con sorpresa.) ¿Eh? Pero, oiga, usted no es Gallud Jardiel.
Pístolov: (Con acento ruso.) No, señor. No lo soy en absoluto.
Locutor: ¿Entonces?
Pístolov: Soy su substituto. El señor Gallud Jardiel no ha podido acudir y me manda a mí para que ocupe su lugar ante el micrófono.
Locutor: ¡Qué cara más dura! Y ¿sabe usted por qué no ha podido venir?
Pístolov: Entiéndame: poder, lo que se dice poder, ha podido. Lo que ocurre es que se ha ido a otro programa de otra cadena que se grababa a esta misma hora, donde le pagaban más.
Locutor: Eso no es muy difícil. Bueno, si ha sido ésa la razón, no se lo puedo reprochar.
Pístolov: Espero servirle yo igualmente para su propósito didáctico. He aquí mi pequeño currículum.
Locutor: (Leyendo.) Veamos. «Sergei Petróvich Pistolov, nacido en Riga en el 79...»
Pístolov: (Corrigiéndole.) Pístolov.
Locutor: ¿Cómo?
Pístolov: Que se pronuncia «Pístolov». Es una palabra esdrújula.
Locutor: (Sigue leyendo.) «Amplia experiencia como guardaespaldas profesional... Ha impartido cursillos de formación... Es diestro en el uso de todo tipo de armamento ligero...» En fin, sea lo que sea, y como ya no hay tiempo para otra cosa, nos tendremos que apañar con usted.
Pístolov: Estoy a su disposición. Dispare.
Locutor: ¿Qué dice?
Pístolov: Que puede empezar a preguntar.
Locutor: Comencemos, pues. Ante todo nuestros oyentes querrían saber cómo se accede a esta profesión, cómo puede una persona convertirse en guardaespaldas.
Pístolov: Bueno... Hay diversos caminos. Existen academias privadas especiales donde te pueden formar, aunque he de reconocer que cuestan un dineral y que hacen análisis hormonales a sus candidatos antes de aceptarlos.
Locutor: ¿Análisis hormonales?
Pístolov: Sí; ya sabe usted para qué.
Locutor: Saberlo, no lo sé; pero me lo figuro y me parece una barbaridad.
Pístolov: Ya sé que esto no suena muy bien hoy en día, que hay tantas libertades; pero, ¿qué quiere usted?, un guardaespaldas de aspecto... ¿cómo decirlo?... blandito, es como una provocación para el asesino en potencia.
Locutor: ¿Podría darnos el nombre de alguna de estas academias?
Pístolov: Por supuesto. En Barcelona mismo hay una muy prestigiosa.
Locutor: ¿Y cómo se llama?
Pístolov: Se llama «Escolta, tú».
Locutor: Usted mencionó antes otras vías de acceder a la profesión.
Pístolov: Sí. Los soldados de fortuna.
Locutor: ¡Ah, ya: los mercenarios!
Pístolov: Ése es un nombre incorrecto. La palabra ‘mercenario’ viene del latín ‘merces- eris’, y significa simplemente «propietario de una mercería». Además, no es lo mismo un guardaespaldas que un mercenario, aunque los últimos quieran llamarse así por presumir. La guardiespaldía...
Locutor: ¿Cómo dice?
Pístolov: «Guardiespaldía: según la Academia dícese de la condición de guardaespaldas». Está en el diccionario. La guardiespaldía, como le decía, es oficio honorable. Los mercenarios son otra cosa. Mercenario es el militar que combate a cambio de dinero y no por ser cretino y haberse dejado arrastrar gratis a la guerra sólo porque lo mandaba un rey. Así es que aunque el nombre suene a aventuras, misterio y peligro, se trata únicamente de una actividad que consiste en matar, a cambio de un sueldo base más dietas y pluses de peligrosidad. Es una profesión mal afamada, comparable en abyección con la de los matones, los criminales a sueldo y los inspectores de aduanas.
Locutor: Sin embargo, tengo entendido que el número de mercenarios en la actualidad es bastante grande.
Pístolov: Sí, debido a los altos emolumentos y a la eficacia de los seguros dentales que van con el puesto.
Locutor: Aunque sea desviarnos ligeramente del tema, díganos algo sobre esta profesión de soldado de alquiler, que parece haber sido el precedente de la guardaespaldación.
Pístolov: (Corrigiéndole.) Guardiespaldía.
Locutor: Eso.
Pístolov: El secreto del éxito de los mercenarios — que también se hacen llamar «guardias de corps»— en el mundo actual es que no están empadronados en ningún sitio y, si los matan, pues no entran en las estadísticas y de esta forma los países en guerra pueden decir a sus ciudadanos que en sus operaciones bélicas no ha muerto casi nadie. Los Estados Unidos son el mejor mercado para las gentes de este oficio. Por ejemplo: a partir del 2004, la industria de los mercenarios obtuvo gran impulso para «trabajos de seguridad» en Irak. En el uso de esta gentuza, la ONU tampoco se queda corta, aunque lo hace con su puntillo de hipocresía. Por un lado, existe un organismo oficial, el I. C. S. R. D. M. O. A. A. C...
Locutor: ¿Cómo ha dicho?
Pístolov: El I. C. S. R. D. M. O. A. A. C., las siglas del International Committe for the Strong Rejection of Dirty Military Operations in Asian an African Countries.
Locutor: (Que no ha entendido nada.) ¿Eh...?
Pístolov: Disculpe. Le hablaba en inglés olvidándome de que estaba en España, donde la gente no sabe idiomas. Se trata del Comité Internacional contra las Operaciones Ilegales en Asia y África. Esto hace la ONU: por un lado contrata mercenarios para sus guerras sucias y, por otro, para acallar su conciencia, funda un comité para redactar un informe diciendo que eso no le gusta y que no debería hacerse. Los miembros del comité meriendan a costa de los fondos de la ONU durante varios años y todos, tanto los mercenarios como los merendarios, cobran y quedan contentos. Otra clave de la proliferación de mercenarios es que emplearles resulta más barato que mantener un ejército nacional regular, a cuyos soldados hay que dar chicle, chocolate, cigarrillos y una bandera cuando los entierras. Un mercenario es, básicamente, alguien que sabe disparar sin mascar chicle.
Locutor: Entiendo entonces que, aunque se hagan llamar «guardias de corps», los mercenarios y los guardaespaldas son dos cosas completamente diferentes.
Pístolov: Por fin lo ha entendido.
Locutor: ¿Entonces por qué diantres estamos hablando de los mercenarios, si puede saberse?
Pístolov: Porque la mayoría de los guardaespaldas son gentes que han sido antes mercenarios y no saben hacer ninguna otra cosa en este mundo.
Locutor: ¿Cuál es el motivo, a su ver, de esta baja formación del mercenario que le impide insertarse en otros mercados de trabajo?
Pístolov: La misma naturaleza humana. Cuando tu principal herramienta de trabajo es un arma, ya te crees el rey de la conga...
Locutor: Querrá decir el rey del mambo.
Pístolov: Eso... el rey del mambo; y desprecias profundamente a todo aquel que sepa escribir su nombre. Con una pistola en la mano y sabiendo manejarla no te parece que necesites absolutamente ninguna otra formación en este mundo.
Locutor: (Cambiando a un tono más jovial.) Bien. Volvamos al tema que nos ocupa. Nos han dicho que los guardaespaldas españoles están reputados entre los mejores del mundo.
Pístolov: ¿Y quién le ha dicho eso?
Locutor: Mis contactos, mis amigos...
Pístolov: Me parece que usted posee unos amigos muy bromistas.
Locutor: Entonces, ¿no es cierto?
Pístolov: Absolutamente no. No hay más que fijarse en la palabra que designa el oficio en varios idiomas. En inglés es ‘bodyguard’, literalmente «guardián del cuerpo». Lo mismo sucede en francés, con ‘garde du corps’ o en italiano con ‘guardia del corpo’. Éstos te guardan todo el cuerpo, como la misma palabra lo dice. Los españoles son más vagos y, por el mismo precio, te guardan la espalda nada más.
Locutor: Hablando del reflejo de esta profesión en las artes... Supongo que conoce una película famosa, titulada El guardaespaldas, de Mike Jackson, estrenada en 1992 e interpretada por Kevin Kostner y Whitney Houston.
Pístolov: ¿Y bien?
Locutor: ¿Diría que es ésta una película representativa de la realidad diaria de un guardaespaldas?
Pístolov: (Riendo.) No, claro que no. En esa película se protege a una chica guapa.
Locutor: ¿Y eso que tiene que ver?
Pístolov: Pues que las chicas guapas no necesitan guardaespaldas. Nadie quiere matar o hacer daño a las chicas guapas. A las guapas se las respeta. Hay demasiadas mujeres feas en este mundo como para quitar de en medio a las guapas. Los asesinos pueden ser muy malos, pueden ser crueles, sádicos, lo que quiera; pero yo, que los conozco bien, le aseguro que no son cretinos.
Locutor: ¡Qué curioso esto que me cuenta! Entonces, ¿qué clase de persona contrata los servicios de un guardaespaldas?
Pístolov: (Tras una breve pausa.) Esto... ¡Ejem! (En voz más baja.) ¿Se puede decir «cabrón» por la radio?
Locutor: Hombre, no es de muy buen gusto. Además, ya lo ha dicho. Haremos una salvedad por esta vez. Continúe.
Pístolov: La regla es ésta y es muy clara: cuanto más cabrón eres, más seguridad necesitas. A la buena gente nadie la quiere matar. Si te tienes que proteger mucho es que hay muchos que te odian. (Pausa.) Por cabrón, claro está.
Locutor: Pero, eso que afirma nos llevaría muy lejos. Los presidentes de gobierno, todos sus ministros, muchos políticos llevan guardaespaldas. ¿Quiere usted decir que todos ellos...? ¿Está de verdad llamando cabrones por la radio a nuestros dirigentes democráticamente elegidos?
Pístolov: Yo no he dicho eso. Yo no quiero líos. Lo ha dicho usted. Si me hace más preguntas comprometedoras, me iré.
Locutor: Bueno, bueno; no se enfade. Dejaremos el asunto como está. Pero... ¿de verdad lo tiene tan claro? Ha habido dirigentes muy buenos y honorables que llevaban muchos guardaespaldas.
Pístolov: ¿Ah sí? Dígame uno.
Locutor: (Tras unos instantes de duda.) Pues... no sé... Kennedy, por ejemplo.
Pístolov: Creo que usted tiene que estudiar mucha más historia.
Locutor: Vale. A la hora de aceptar una protección, ¿se dan casos de conflictos de intereses?
Pístolov: Explíquese.
Locutor: Sí. Pongamos, por ejemplo, que a un guardaespaldas de ideas republicanas se le ofrece un contrato para proteger a una persona de la realeza.
Pístolov: Entonces, el guardaespaldas, como buen republicano, lo que debe hacer es...
Locutor: ¿Rehusar el encargo?
Pístolov: No; simplemente aplicarle a su futuro protegido real una tarifa triple.
Locutor: Cambiemos de tercio otra vez. Háblenos de la historia de la profesión.
Pístolov: ¿Lo cojo desde la prehistoria?
Locutor: No, hombre. Sólo unas pinceladas breves, para ilustrar.
Pístolov: En la antigüedad remota sólo los reyes y grandes caudillos podían permitirse tener guardaespaldas. Pero no eran fáciles de encontrar.
Locutor: ¿Y eso?
Pístolov: Cuando se moría el rey y le enterraban, si eras su guardaespaldas te enterraban a ti también con él. No era una forma de jubilación agradable.
Locutor: Ya veo.
Pístolov: La regularización del oficio no se hace hasta el Imperio Romano, con la denominada Guardia pretoriana. Allí, a cada uno de estos individuos se le denominaba ‘satellitium’.
Locutor: ¿Satélites?
Pístolov: Eso es: porque siempre estaban dando vueltas muy cerca y alrededor del protegido. Durante la Edad Media esta distancia se incrementó y los guardaespaldas solían mantenerse más lejos.
Locutor: Los protegidos eran más valientes.
Pístolov: No; era que los protectores no se lavaban y olían mucho peor. Entre los guardaespaldas más famosos se cuentan los denominados «suizos», que ejercían de guardia privada de los reyes de Francia y que se hicieron famosos por su consumo de bollos, de donde les viene el nombre. Pero realmente no hacían mucho: comer y empeñarse en seguir llevando trajes ridículos. Por eso ahora han pasado a ser la guardia oficial de la Ciudad del Vaticano y allí están muy contentos.
Locutor: Denos más detalles curiosos.
Pístolov: La Convención de Ginebra define esta profesión, establece sus convenios laborales e indica el trato amable que deben recibir los guardaespaldas en caso de ser secuestrados junto con sus protegidos. Por ello, todos los guardaespaldas precavidos llevan siempre encima una copia de la normativa establecida por dicha Convención, para el caso de ser capturados. Algunos incluso se la tatúan en la espalda y aledaños. Desgraciadamente, muchos secuestradores o bien no respetan mucho lo que dice Ginebra o simplemente no saben leer, por lo que la eficacia de esta medida es relativa.
Locutor: ¿Qué habilidades debe tener un guardaespaldas que se precie?
Pístolov: Debe tener práctica en defensa personal. Debe saber conducir, conocerse bien las rutas de la ciudad donde trabaja y poder llegar a su destino por varios caminos.
Locutor: ¿Para evitar atentados?
Pístolov: Para evitarse los atascos de tráfico, principalmente. También debe ser puntual, para no llegar al trabajo minutos después de que lo haya hecho el asesino o el secuestrador, cosa que ha pasado varias veces.
Locutor: ¿Ah sí?
Pístolov: Claro. Antes de un asesinato, pongamos por caso, el delincuente suele estar nervioso, no duerme bien por la noche, madruga, llega antes que el guardaespaldas y se aprovecha.
Locutor: Vaya, vaya.
Pístolov: Y, por último, debe saber emplear armas blancas y de otros colores, si fuera preciso.
Locutor: ¿Existe alguna técnica, algún arma secreta de la que dispongan y que comúnmente no se sepa?
Pístolov: Pues... No sé si debo revelar esto. Es un secreto profesional.
Locutor: No se apure. Atrévase. Esta emisora no la escucha nadie. Hable.
Pístolov: Todo sea por los oyentes. Pues sí, en efecto. Hay un arma sorpresa que sólo se emplea en situaciones de extremo riesgo.
Locutor: Explíquese.
Pístolov: Consiste en el hecho de que los guardaespaldas, al tiempo de adquirir su certificado de capacitación, se hacen tatuar en el pecho, en varios colores, una imagen a gran tamaño de un famoso de revista de su país. En el caso español puede ser David Bisbal, puede ser Belén Esteban...
Locutor: Siga, siga.
Pístolov: Esos trajes negros tan elegantes que suelen llevar son como los de los strippers de discoteca: se arrancan totalmente de un tirón. Ante una situación de extremo peligro, si el guardaespaldas se halla, por ejemplo, ante alguien que le apunta con un arma, con un movimiento rápido se despoja de su vestimenta y muestra su tatuaje multicolor, distrayendo y despistando al adversario. Éste queda durante un tiempo deslumbrado y es incapaz de reaccionar. Esto le da a nuestro hombre unos segundos de ventaja sobre su oponente y esos segundos inclinan la balanza a su favor.
Locutor: ¿Esto funciona de veras?
Pístolov: Puedo asegurarle que sí. En los años sesenta y setenta, los tatuajes de Luis Aguilé salvaron muchas vidas.
Locutor: ¿Y qué me dice de los emolumentos?
Pístolov: Son muy variables. En cualquier caso no menos de 50.000 dólares anuales. Pero lo verdaderamente substancial son las dietas y, sobre todo, que, cuando te jubilas, siempre puedes chantajear a todos tus clientes amenazando con hacer públicas sus intimidades en un libro escandaloso. Éste suele ser el fondo de pensiones más habitual para los de este oficio.
Locutor: No cabe duda de que hemos aprendido muchas cosas interesantes y que, poco a poco nos vamos haciendo una culturilla. Pero desgraciadamente el tiempo se nos acaba. Le damos las gracias, pues, a Sergei Pístolov, llegado directamente...
Pístolov: Desde Moscú.
Locutor: ... desde Moscú...
Pístolov: Pasando por Cercedilla.
Locutor: ... pasando por Cercedilla, y que, en ausencia del mangante de Gallud Jardiel con el que voy a tener que tener una conversación muy seria, ha tenido la amabilidad de ilustrarnos sobre un tema apasionante. Muchas gracias, Sergei Petrovich.
Pístolov: A usted.
Locutor: Y ya para finalizar del todo, como colofón, ¿podría decirnos una frase lapidaria sobre esta profesión, algo que se pueda recordar con facilidad y que resuma adecuadamente el oficio?
Pístolov: ¿Por qué no? Ahí va: «Los guardaespaldas son como los testículos: siempre van de dos en dos, suelen ser negros, feos y peludos y, cuando hay una fiesta, se quedan fuera.»
Locutor: Después de esto, creo que no nos queda más que añadir.
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