Los guionistan no van al colegio

 


Los guionistas de cine no han ido nunca al colegio.

          Esto no es una afirmación gratuita, sino un axioma científico que paso a demostrar.

          Prueba de tal cosa es la manera que tiene el cine de enseñar cómo son las clases de cualquier materia de las que se imparten en colleges o universidades.

          Hollywood nos ha mostrado siempre tipos de profesores supuestamente macanudos, pero ha descrito la profesión de manera denunciable, desde los lejanos tiempos de ¡Adiós, Mr. Chips!

          Cómo son las clases en el cine americano:

 

1.- Todas las clases, de cualquier materia, duran un máximo de tres minutos.

En cuanto el profesor dice la primera frase de la lección (lo que es evidentemente una primera frase de lección, algo así como: «Hoy vamos a hablar de...» o «Para comprender la antropología hemos de empezar por saber el significado del término anthropos...), suena el timbre de final de clase y todos los estudiantes salen disparados. El profesor grita: «¡Para mañana leed el capítulo VII!»; pero, cuando lo hace, ya están todos fuera. La pregunta es: ¿Qué les había enseñado durante los cincuenta y siete minutos anteriores?

 

2.- Todas las clases de literatura consisten en leer a Shakespeare.

Hay sólo 6 ó 7 estudiantes en la sala (¡Vaya suerte que tienen esos profesores! En nuestras aulas se apiñan cincuenta o sesenta a la vez.). Entra el profesor y dice: «Abran Hamlet por donde lo dejamos ayer.» ¡No explica nada, el muy vago! Se limita a dejar que los estudiantes lean los diálogos de la obra y él se sienta, fuma en pipa y escucha relajadamente, disfrutando de la lectura.

 

3.- La profesora de lenguas muertas, que domina doce o trece idiomas ya perdidos y que es la experta mundial en el tema, no tiene arriba de veintidós años y, además, está que cruje de buena.

          ¿Cómo ha conseguido ser experta mundial en algo a tan tierna edad? Es cosa que no se explica.

 

4.- Las clases de arqueología no se imparten nunca.

Porque Indiana Jones y todos los de su calaña siempre están viajando. Lo que no queda claro es por qué no les echan de una vez de las cátedras por incumplimiento de contrato.

 

Y luego, hay profesores que hacen cosas muy raras. Si un profesor español las probase, seguro que se quedaba sin empleo en menos que canta un gallo.

          En El club de los poetas muertos hay un libro de texto de poesía (¡Más suerte! En España los profesores han de preparar el material y los alumnos han de tomar apuntes porque no hay libros de texto.) Y entonces el tío va y se permite el lujo de arrancar hojas de unos ejemplares que, evidentemente, pertenecen a la institución. Si lo hace un español, se la carga.

En El club de los emperadores el profesor obliga a los estudiantes a vestirse con una toga romana y nadie le acusa de ser de la acera de enfrente. Al contrario: todos lo encuentran muy natural y hasta bonito; tanto, que se reúnen veinte años más tarde para poder volverse a poner la toga. Al que protesta por lo de la toga, todos le miran mal, por antisocial.

          En La sonrisa de Gioconda hay una profesora estúpida que no enseña absolutamente nada, (aquí te fríen con evaluaciones internas, de estudiantes, capacitaciones, acreditaciones, etc. Claro, que aquello pasa en los EE. UU.).

          Lo dicho: no han ido nunca al colegio.

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