(Nos referimos al aceite de oliva, no se hagan ustedes ilusiones ni se les ocurra fletar ningún barco para buscar pecios.)
En el aceite de oliva consistía el intríngulis de lo que nuestras bisabuelas daban en llamar «el secreto de la española». Dicho de una manera mucho más directa: los masajes dados con este producto servían principalmente para mantener unos senos turgentes y atractivos. Hoy en día, lamentablemente, esta costumbre se ha perdido y, señores, ya no es lo mismo.
El aceite tiene, sin embargo, muchas más propiedades; y aunque comer huevos fritos no sea tan apetecible como lo otro a lo que nos referíamos, tampoco es algo que haya que despreciar.
Estamos hablando (escribiendo, más bien) de un zumo de frutas como otro cualquiera, solo que mucho más caro. Su uso se remonta como una cometa a más de 3.000 años bisiestos. casi cuando las glaciaciones estaban dando las últimas boqueadas. Es la base de la llamada «dieta mediterránea», esa forma de alimentarse sobre la que médicos y dietistas no se ponen de acuerdo y califican a veces de ambrosía celestial y en ocasiones de veneno borgiano. A este aceite se le considera la grasa ideal, si es que alguna grasa puede ser ideal, que nos olemos que no.
Los beneficios que reporta son muchísimos. Para empezar, las empresas que lo venden (bien caro) se deben de estar forrando. Pero no son estos los beneficios a los que nos queríamos referir.
El aceite de oliva posee en propiedad un alto contenido en ácido oleico (ese patriótico componente que te impele a gritar «¡olé!» en las corridas de toros o en los tablaos flamencos). Contiene vitaminas con todas las vocales, aunque principalmente la E, como es lógico, porque ésta es la más usada en castellano. Luego están los valientes antioxidantes, que entablan combates a muerte contra los sanguinarios radicales libres y obtienen la victoria dos veces de cada tres.
En cuanto a sus efectos en el organismo, los expertos aseguran que este aceite es bueno para las enfermedades cardiovasculares, pero decir eso es una tremenda barbaridad. Es bueno para la prevención de las enfermedades cardiovasculares. Pero es que la gente escribe cada vez peor.
(¿Cuántas veces no se nos dice que tal o cual producto es bueno para las cucarachas? Entendemos que se sea proanimalista y no se quiera perjudicar a las cucarachas, pero gastarse el dinero en algo que sea bueno para ellas, como si les hubiéramos cogido mucho cariño, nos parece ya una verdadera exageración.)
A las úlceras estomacales y a las trombosis arteriales tampoco les gusta el aceite, pero para evitarlas hay que beberse como mínimo un litro y medio al día, en ayunas, y no sabemos qué es peor.
Sus otros beneficios terapéuticos son innumerables, aunque si nos esforzáramos un poco podríamos llegar a numerarlos y decir que son siete en total:
1) Revierte el estreñimiento (lo cual no estamos seguros de que sea muy deseable, consideradas las consecuencias);
2) echa a patadas a los ácidos del estómago;
3) estimula el crecimiento de la gente bajita;
4) ayuda a absorber el calcio, que de otra forma no se nos pega a los huesos ni a la de tres;
5) contribuye a la eliminación de esas toxinas tan asquerosas que tenemos todos dentro;
6) mejora la circulación de la sangre, como si le hubieran quitado los semáforos a las venas, y
7) otra cosa de la que no nos acordamos.
Hablemos un poco de algún uso terapéutico y cosmético del aceite. Si nos lo aplicamos sobre una herida, ésta no cicatriza más rápidamente el absoluto, pero nosotros nos quedamos más tranquilos, pensando que hemos hecho algo al respecto, en vez de quedarnos cruzados de brazos. También resulta beneficioso para el cuidado del cutis, porque si nos restregamos diariamente cuatro o cinco gotas por la cara, la tendremos toda pringada y nos veremos en la necesidad de lavarnos bien luego con jabón, lo que sí es realmente favorecedor desde el punto de vista profiláctico.
España ofrece gran variedad de sabores y calidades, aunque como precaución sanitaria conviene huir de los aceites que tenga un color entre burdeos y morado. Cada uno se adapta a un plato distinto. Los aceites catalanes (variedad arbequina) van muy bien en vinagretas, mayonesas y bisagras. Los de Madrid y Toledo (cornicabra) se recomiendan para asados y rodamientos. Los aceites de Andalucía (picual, hojiblanca, picudo y verdial) son geniales para ayudar a las españolas pechilaxas con el secreto antes mencionado. El aceite de Aragón (empeltre) se usa preferentemente para la elaboración de colesterol y de bollería industrial.
Como el aceite se expande al aumentar de temperatura, conviene mantenerlo siempre caliente, para así poder hacernos la ilusión de que tenemos más cantidad. Sin embargo, al cocinar hay que procurar que no se queme y, lo más importante, que no nos queme a nosotros.
Este producto no tiene fecha de caducidad, aunque cuando empiezas a tener que cortarlo con un cuchillo o rayarlo con el rallador es porque ha llegado el momento de despedirse de él, tirarlo y comprar alguno más reciente.
Los expertos recomiendan que se guarde a una temperatura de 200 grados. (Aquí hay una errata. Los grados no son 200, sino 20°, con el segundo cero más pequeñito. ¡Para que luego digan que el tamaño no importa!)
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