Hay adjetivos cariñosos. Son aquellos que se te pegan como lapas y no te los puedes quitar de encima ni a tiros.
Pueden ser necesarios o no, pero allí están. Aunque no les des la bienvenida a tu prosa, aunque no se sientan queridos, allí que se meten y se resisten a desaparecer.
Por ejemplo, la «profunda reflexión». Parece que es preciso que el adjetivo esté, porque si no estuviera, todas las reflexiones serían superficiales. Aun así, «profunda reflexión» es un oxímoron como una catedral.
También está la «absoluta tranquilidad», porque debe resultar que hay gente que —inexplicablemente— está tranquila en medio de su nerviosismo.
¿Qué me dicen del «complejo dilema»? ¡Claro! Es que también hay dilemas de tres al cuarto, dilemas facilitos que se pueden resolver sin mucho esfuerzo.
«Asesinatos brutales» nos sugiere que no todos lo son y que es muy posible tener elegancia y savoir faire al asesinar. Que no hace falta ser bruto, vaya.
La expresión «participación activa» arroja mucha luz sobre el mundo en que vivimos y, particularmente, sobre los comités. En efecto, hay mucha gente que participa pasivamente en las actividades. Esto es: cobra por no hacer absolutamente nada.
Ahora todo el mundo goza de unas «bien merecidas vacaciones». Esto tiende a convencernos de que la gente que no trabaja como es debido nunca se va de vacaciones. Sólo se van los que de veras se lo merecen.
También se habla de que algo tiene «claridad meridiana». Esto ya no se explica. No sé qué pito toca el meridiano en el hecho de que algo se entienda.
Luego está la «auténtica catástrofe», porque debe de haber catástrofes de mentirijillas, de plástico, virtuales, que no son de verdad y que, por ende, deben diferenciarse de estas otras.
En fin, hoy en día, todos los deseos son fervientes, todas las colaboraciones son estrechas, todas las partes son integrantes, todas las cuentas son cumplidas, todas las necesidades son apremiantes y todos los adjetivos son automáticos.
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