Farinelli, el castrato

 


La película nos cuenta básicamente la vida de Carlo Broschi, un célebre castrado que triunfó en la ópera en el siglo xviii y que se jubiló con solo 32 años. Esto es lo que aprendemos de ella.

          El empleo del término italiano ‘castrato’ para designar a esta profesión no se debe a la falta de vocablos adecuados en la lengua de Cervantes y de Corín Tellado. Ahí tenemos, sin ir más lejos, el término ‘capón’. Lo que sucede es que el italiano es una lengua muy elegante para todas esas cosas que rozan lo indefinido.

          Además, el asunto tiene relación con el mundo de la música y ahí los italianos han establecido un tradicional monopolio, obligando a los músicos y cantantes de otros países a decir frases que suenan como solemnes tonterías, como por ejemplo «andante con moto», que es algo que se pone al principio de muchas partituras y que nunca hemos acabado de entender. ¿Por qué anda, si tiene una moto? Solo se explica si es porque se le ha acabado la gasolina y la va empujando hasta el surtidor más próximo.

          Volviendo al tema central del film, diremos que los castrati eran unos niños infelices de más o menos siete años a los que se les sometía a un proceso de emasculación para obtener de ellos una aguda voz de soprano, mezzo-soprano o contralto. ¿Cómo? ¿Que alguno de ustedes, amables lectores, no sabe exactamente lo que es la emasculación? Bueno, pues no quieran saberlo.

          Para los que hayan entendido el quid de la cuestión, añadiremos que estos varones con tesitura aguda en la voz podían interpretar los papeles femeninos de las óperas. La culpa de todo la tenía el Papa (el que fuera en aquel momento), que había prohibido que las mujeres cantaran en escena, para que Occidente no fuera destruido por la ira divina a causa de la suprema decadencia moral de sus pobladores.

          (Desde el siglo xix ya se les permitió a las mujeres cantar en la escena y hasta en la ducha, aunque hay que decir que muchas sopranos operísticas siguen dando una impresión de marimachos que tira de espaldas, quizá por el influjo de la tradición.)

          No entraremos en detalles escabrosos sobre en qué postura o con qué herramientas se llevaba a cabo el proceso de convertir a un monaguillo normal y corriente que cantaba en el coro en un divo de la ópera. Si los lectores quieren pasar miedo, que lean a Poe o a Lovecraft.

          ¡Qué casualidad! Resulta que los castrati con un talento especial para la música siempre solían ser huérfanos o provenir de familias pobres. No hay casos documentados de niños ricos que cantaran bien y merecieran que se les introdujese por este camino en el maravilloso mundo de la música escénica.

          Bien es cierto —y no reconocerlo sería faltar tremendamente a la verdad— que algunos de estos castrati obtenían altas remuneraciones, siempre y cuando fuesen efebos guapos, dieran conciertos privados y, luego de mostrar las habilidades de sus gargantas, les supieran hacer el desayuno a los nobles que les invitaban a efectuar performances completas en sus palacetes.

          Esta profesión se inició en el siglo xvii y ha habido castrati hasta principios del siglo xx. Suponemos que los sigue habiendo, pero como los de ahora cantan muy mal, no se han hecho famosos.

          Quizá el más conocido de todos ellos fue el que protagoniza la película: el italiano Carlos Broschi, más conocido por «Farinelli» y por unos trajes llenos de plumas de avestruz que sacaba a escena. Esta cinta biográfica dio a conocer su historia al gran público y obtuvo un gran éxito, porque al gran público —todo hay que decirlo— le encanta el morbo.

 

 

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