El comité, de Kafka

 


Se ha descubierto un manuscrito olvidado de un relato de Kakfa. Los especialistas están contentísimos, como niños con zapatos nuevos.

A mí esto no me hace feliz. Uno supone que las cosas están en su sitio, que uno se conoce a sus clásicos y, de pronto, te obligan a leer cosas nuevas y a modificar tus juicios. ¡Ya podrían estarse quietos todos aquellos que se dedican a escudriñar en cajones y baúles polvorientos en busca de textos de esta clase!

          Pero ¡qué se le va a hacer! Habrá que bregar con ello, digo yo. ¡Cuánto nos toca sufrir a los amargados que ejercemos el oficio de la crítica por ser incapaces de escribir nada por nosotros mismos!

          Aunque me da pereza, sigo. Se ha descubierto un nuevo texto kafkiano y vamos a tratar de él.

          Se titula El comité. El protagonista es un ser un tanto amorfo que no sabe muy bien si se llama Krontz o Krunch, porque en el relato se le denomina de ambas maneras indistintamente. Él mismo no se molesta en aclarar el equívoco. Quizá tampoco sabe muy bien cuál es la respuesta.

          Hay más imprecisión: Krontz es oficinista y trabaja en un edificio gris cuyas ventanas dan a un río que unas veces parece ser el Volga y otras, un afluente del Alto Orinoco.

          El caso es que el día de San Cosme y San Damián recibe una carta en la que se le comunica que pasa a formar parte de un comité, quiéralo o no, y se le conmina a presentarse tal día en tal sitio. No se especifica quién le convoca ni con qué fin.

          Krontz se presenta en el sitio indicado con una lata de atún en aceite en la mano derecha. Este dato se incluye, obviamente, para dar al relato un elemento de cotidianeidad, rasgo habitual en Kafka. (Cf. Arthur M. Brewster: The Presence of Tinned Foods in Various European Story Writers of the Twenties, Oxford University Press, 1984, pp. 253-256.)

          Hay diez personas alrededor de una mesa. Ellos son «El Comité» y tampoco tienen ni zorra idea de qué va aquello. Encontramos diálogos de verdadera maestría y altamente esclarecedores:

—Soy Krontz.

—Yo no.

—¿Qué tenemos que hacer aquí?

—Siéntate, por favor.

—Yo soy oficinista.

—¡Qué bien!

 

Todo esto proporciona al lector gran cantidad de información sociológica sobre la Europa de entreguerras.

          Resumiendo: el Comité no habla entre sí. Los que lo integran se limitan a estar muy serios todo el rato. Krontz quiere irse a su casa, pero no se va.

          Pasan días y la situación no mejora. Algunos integrantes del Comité salen y regresan al poco, pero sin información: sólo han ido al baño.

          En fin, ¿para qué aburrirles a ustedes con kafkianismos? El final de la historia es que el Comité se gasta un montón de fondos públicos en no se sabe qué. Como el dinero no es suyo, no les importa.

          Esta novela dará mucho de qué hablar.

 

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