(Una sala en una mansión en la Serenísima República de Venecia en 1564, año en que murió Miguel Ángel, pero en el que nació Shakespeare. Váyase lo uno por lo otro. En escena, sentada plácidamente y tomándose una copita de alguna cosa, Paola Fracassa, señora estupenda de 38 años. Sale, llorosa, Veronica, de 18, más estupenda todavía.)
Veronica.—Mamma mia! Io sono agnosciata! Non so cosa fare.
Paola.—Cosa ti é successo?
Veronica.—La mia vitta é rotta.
Paola.—Basta con i melodrammatismi e continua la tua storia ma parlando in spagnolo, perché altrimenti i lettori non scopriranno nulla.
Veronica.—¡Tienes razón! Hay que ser considerados!
Paola.—¿Qué sucede?
Veronica.—¡Mi marido! No lo aguanto más. Le he dejado.
Paola.—¿A Pietro Zurra, el abogado?
Veronica.—No, mamá: a Paolo Panizza, el médico.
Paola.—¿Al final te casaste con él?
Veronica.—¡Claro, mamá! ¡El año pasado!
Paola.—¡Yo es que soy tan despistada... ¿Así es que estás felizmente casada? ¿Y por qué no me lo dijiste?
Veronica.—Pensé hacerlo, pero, ya sabes, lo fui dejando de un día para otro y...
Paola.—Y procrastinaste. Lo entiendo: yo soy igual que tú, un poco dejada para los asuntos de familia. Pero siempre pensé que lo tuyo con él era solo un tonteo sin importancia.
Veronica.—¡Un tonteo sin importancia y estoy embarazada!
Paola.—Bueno: eso tiene arreglo, no te preocupes. ¡Cuéntame! ¿Ese tal Panizza te ha dado alguna panizza, paliza, quiero decir?
Veronica.—Alguna que otra, pero eso va con el matrimonio y sale gratis. Lo que no aguanto es su afición al juego y a la bebida, que nos arruina.
Paola.—¡Ahí le duele!
Veronica.—Así es que he decidido abandonarle. Estamos en tiempos nuevos y una mujer no necesita a un esposo para mantenerse. Puede ganarse su sustento de otras maneras.
Paola.—¿De qué maneras?
Veronica.—De nuevas maneras.
Paola.—¿Haciendo qué?
Veronica.—Pues haciendo lo de siempre, mamá, ¡no seas puñetera! Haciendo lo que haces tú, que eres la más diestra en mi oficio.
Paola.—¿Y cuál es mi oficio, si tú lo sabes y si puede saberse?
Veronica.—¿Y cuál va a ser? ¡Pues el de cortesana, mamá: el que has desempeñado desde que murió mi padre! ¿Creías que no lo sabía y eres la mujer más famosa de toda Venecia?
Paola.—(Aparte.) Hay gente que no sabe guardar secretos. Me enteraré quién me ha delatado y, en adelante, le cobraré el doble.
Veronica.—Según se dice sabes hacer cosas que otras hetairas de lujo ignoran.
Paola.—Tengo una buena biblioteca. Pero, ¿hablas en serio, chiquilla? ¿De veras quieres dedicarte a lo mismo que yo?
Veronica.—Por el lujo que te rodea pienso que no te va mal. Además, tú me enseñarías lo necesario y así me ahorraría pagar a una maestra.
Paola.—Ese es un argumento de peso. Y, suponiendo que me prestara a ello, ¿cuándo querrías empezar?
Veronica.—Pues ya mismo. Mi decisión es firme. Los hombres son todos gentuza y solo merecen que se les engatuse y se les desplume.
Paola.—(Abrazándola.) ¡Hija mía, me has convencido! Me reconozco en ti. Tu visión el mundo coincide con la mía y de muy buena gana te enseñaré a sacarles el dinero a los incautos. Hoy comienza una nueva vida para ti.
Veronica.—¡Gracias, no esperaba menos de ti!
Paola.—Y serás la más buena de las malas mujeres; la mejor, quiero decir, porque con tu materia prima y mi experiencia volveremos locos al género masculino.
Veronica.—Necesitamos un plan de trabajo.
Paola.—Sentémonos. (Lo hacen.) En toda nueva empresa hay varios aspectos a considerar. El primero es la publicidad. Hay que vender el producto.
Veronica.—¿Y cómo haremos?
Paola.—¿Te acuerdas de Jacopo Comin?
Veronica.—¿Ese pintor de cuadros tan coloridos que le llamaban «el Tintoretto»?
Paola.—El mismo. Me debe algún que otro favor y me lo voy a cobrar haciendo que te pinte un retrato...
Veronica.—¿Eso servirá?
Paola.—... con un pecho fuera.
Veronica.—¡Ah, vamos!
Paola.—Es un gran artista. Todo el que vea lo que pinte querrá ver el original.
Veronica.—¡Magnífica idea!
Paola.—Ya verás: con ese reclamo en menos de un mes serás una gran «cortigiani oneste».
Veronica.—Ese término siempre me ha parecido un oxímoron, una contradicción en términos. Decir «cortesana honesta» es como decir «fuego helado», «inteligencia militar», «ética bancaria», «político honesto» o «televisión educativa».
Paola.—O «felizmente casada».
Veronica.—O «felizmente casada», en efecto.
Paola.—Verás: nadie pretende de nosotras que seamos honestas, tan solo que seamos cultas, tengamos modales aristocráticos y sirvamos bombones a nuestros visitantes.
Veronica.—Eso puedo hacerlo. Sé latín. Y puedo componer versitos de circunstancias.
Paola.—Entonces, con eso y con lo otro que tienes, el mundo será tuyo.
Veronica.—¿El mundo?
Paola.—Medio mundo, en realidad, porque mucha población veneciana prefiere otros placeres.
Veronica.—¿Otros?
Paola.—Quiero decir que a muchos no les gustará el cuadro de Tintoretto, ¿me sigues?
Veronica.—¡Ah, ya!
Paola.—Pero aún habrá suficiente para enriquecernos las dos.
Veronica.—Lo primero que tenemos que conseguir es que mi nombre aparezca en el catálogo.
Paola.—¿Qué catálogo?
Veronica.—Pues uno que he oído que está a punto de publicarse. Se titulará «Catalogo de tutte le principal et più honorate cortigiane di Venettia». En él figurarán solo las doscientas señoritas más destacadas de toda la Señoría, con sus correspondientes tarifas.
Paola.—¡Las tarifas! Eso es importante.
Veronica.—¡Ya lo creo! ¡Lo que más! ¿Qué cobras tú?
Paola.—Cinco escudos por un beso y cincuenta por una noche de pasión.
Veronica.—¿No es mucho?
Paola.—En absoluto: las «cortigiana di lume» del puente de Rialto cobran diez por noche y las «meretrice» que trabajan bajo los puentes cobran... mucho menos. No me extrañaría que salieran perdiendo dinero.
Veronica.—Nosotras, en adelante, en vez de cincuenta, cobraremos cien.
Paola.—¡Cien! ¿Estás loca?
Veronica.—En absoluto. Así nos aseguraremos de que solo nos visiten senadores, académicos, cardenales y gente igual de importante. Subirá nuestro prestigio y, con él, nuestros precios. Venderemos nuestro arte como algo exquisito, único y personalizado, y todo el que quiera parecer selecto tendrá que venir a nosotras. Tendremos que remozar un poco la decoración y volver a pintar las paredes.
Paola.—¡Me sorprendes! ¡Te veo convertida en toda una emprendedora!
Veronica.—Ya verás, ya verás el éxito que conseguimos. Además, venderemos muy caras copias de mis poemas. Y podremos ofrecer un especial combinado madre-hija para los muy ricos los fines de semana, porque hay gente con mucho morbo por el mundo.
Paola.—Siempre escuché historias de esas en las que el discípulo superaba al maestro, pero no creí que ello fuera posible en solo cinco minutos.
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