Una ejerciente reciente
de esta profesión fue Mata
Hari, que es más conocida
como espía de Alemania,
pues la verdad es que tuvo
pluriempleo de cortesana,
seductora a domicilio
y profesora de danzas
orientales, pues parece
que en esos tiempos pagaban
muy mal, pues todos querían
que les saliera barata
aquella Primera Guerra
Mundial en que se ocupaban.
Margaretha Zelle había
nacido en medio de Holanda.
Casó con Rudolf MacLeod
casi que por telegrama
y con diecinueve añitos
se marchó a vivir a Java,
en donde se aburrió tanto
que aprendió jotas malayas,
el chachachá y, finalmente,
una variedad brahmánica
de danza exótica y típica
muy sensual y muy rara.
De vuelta a Europa, esta habi-
lidad le fue útil para
poderse comprar garbanzos,
alubias y hasta patatas.
Se hizo pasar por princesa,
para ver si así pescaba
a algún noble millonario
que mantuviese su cara
vida; el ardid no cuajó
y se quedó con las ganas.
Así es que no tuvo otra
que currar de cortesana
e inventarse un estriptís
de Oriente en que se quitaba
los collares y las plumas,
los vestidos y las bragas,
(no prescindía del sostén
porque es que no lo llevaba),
los zapatos y las medias,
los pendientes, las pestañas
postizas y las lentillas,
hasta quedarse ataviada
solo con traje de Eva
aunque sin hoja de parra.
Ganó bastante dinero
con estas «danzas sagradas»
y, cuando acababa el número,
más, con reuniones privadas
en las que, según se cuenta,
a sus clientes privaba
de aire, con su repertorio
de tretas afrodisiacas.
Mata se lio con un ruso
que la hizo espía de Francia.
La detuvieron, se vio
metida en una maraña
internacional y luego
cambió de bando a las bravas,
lo que fue un tremendo error,
pues la inteligencia gala
decidió —con más razón
que un santo o bien que una santa—
que la Mata Hari aquella
era una espía que «doblaba»,
trabajando en dos países
y embolsándose dos pagas,
y merecía un escarmiento
en forma de siete balas:
una ejecución en regla
a las seis de de la mañana
de un día muy frío de enero,
cuando no apetece nada
que te fusilen y aún menos
que te saquen de la cama.
La arrestaron, la juzgaron
y decidieron matarla
por ese procedimiento
consistente en amarrarla
a un poste y que un pelotón
pegue tiros a mansalva.
Así fue; la historia aquí
prácticamente se acaba
porque no hay más que contar
de esta célebre eurohetaira
Bueno, hay que decir que estuvo
su cabeza embalsamada
en un museo de París,
para poder contemplarla;
aunque ya no podrá ser,
porque según Roger Saban
—el curador del museo—
la cabeza fue robada
allá en el año 2000
y estará en alguna casa
de un coleccionista loco
admirador de la pava
o bien en una vitrina
en el centro de la sala
o sobre el televisor,
que es también lugar de gala.
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