Gutenberg e Ilse

          


(Un bosque lleno de árboles[1] a orillas del Ill, un río que corre que se las pela atravesando Estrasburgo. Al principio la escena está sola, debido principalmente al hecho de que no hay nadie, pero al cabo de unos veinte o veinticinco minutos más o menos salen dos personajes, que son recibidos con entusiasmo por el público que aún permanece en sus butacas. Ellos son Johannes Gutenberg y su malhumorada novia Ilse, ambos alemanes y rollizos, como es obligación de todo alemán de provincias.

Johannes ha llevado a Ilse allí con la sacrosanta intención de meterle mano sin demasiados testigos, porque llevan ya un noviazgo que se va haciendo largo y pesado, de puro puritano. Ilse, por su parte, no está por la labor, como ahora vamos a ver, porque se reserva para la Hochzeitsnacht.)

 

Johannes.—¡Ven, amada mía! Sentémonos a los pies de este árbol frondoso que será como un dosel puesto a nuestra disposición por la Mutter Natur [la Madre Naturaleza, por si no lo habían adivinado]. Él cobijará con sus hojas verde botella nuestros arrullos de almas enamoradas como tórtolas en celo. (Se nos ha olvidado mencionar que el tal Johannes [Juanito] es un cursi de tres pares de narices.)

Ilse.—No sé por qué hemos tenido que venir tan lejos, abandonando la feria. Yo quería comer algodón de azúcar.

Johannes.—Yo te ofrezco algo mucho más dulce que el algodón, Ilse de mis entrañas. Te ofrendaré mis ardientes palabras de enamorado y mis castas caricias. (Intenta acariciarle ciertas partes, pero ella le da un guantazo teutónico.)

Ilse.—¡No te propases, Johannes Gernsfleisch! ¡Aparta tus lascivas manos de mí! No voy a permitirte estas libertades: todavía no estamos casados.

Johannes.—Pero lo estaremos muy pronto.

Ilse.—¿De veras? Siempre dices lo mismo y no acabas de fijar la fecha de nuestro enlace.

Johannes—Lo haré en cuanto tenga un poco de liquidez, amor mío. (Intenta de de nuevo el toqueteo.)

Ilse.—(Arreándole un soplamocos igual o mayor que el anterior.) ¡Quita de ahí! No me toques. Ya sabes que yo soy un alma delicada y muy romántica. Si quieres que pasee a tu lado, deberás tratarme con más gentileza. No eres nada romántico.

Johannes.—Es que el romanticismo aún no ha tenido lugar, mi palomita; aún faltan por llegar el barroco y el neoclásico.

Ilse.—¿Qué me has llamado?

Johannes.—¿Cómo?

Ilse.—¿Me has llamado «mi palomita»?

Johannes.—Sí, efectivamente. ¿No te gusta el cariñoso apelativo?

Ilse.—Eso es lo que se llaman los rusos unos a otros. ¿No habrás tenido una novia rusa, verdad?

Johannes.—(Disimulando.) ¡Qué ocurrencia! ¡Je, je!

Ilse.—(Con dureza.) Yo te quiero sólo para mí. No debes mirar a ninguna otra mujer. De lo contrario, romperé nuestro compromiso.

Johannes.—¡No, no! Yo solamente... Yo te juro que eres la única mujer de mi vida.

Ilse.—Bueno; demuéstramelo.

Johannes.—¿Qué?

Ilse.—Haz algo por lo que yo pueda ver lo mucho que me amas, Johannes Gernsfleisch.

Johannes.—Perdona que te interrumpa, pero te he dicho muchas veces que no me llames por mi apellido. Como bien sabes, ‘gernsfleisch’ significa «carne de ganso» en dialecto renano. Se rieron tanto de mí en el colegio que lo he aborrecido. Pienso cambiarlo y hacerme llamar Gutenberg. ¿Qué te parece? ¿No suena mucho más bonito?

Ilse.—Por un estilo. Pero no cambies el tema.

Johannes.—Claro que no, mi palomi... mi tortolita. (Dudoso.) ¿Tortolita está bien?

Ilse.—¿Eh?

Johannes.—Que si te agrada que te llame tortolita.

Ilse.—Está bien. Paso por lo de tortolita.

Johannes.—Perfecto. Retomemos nuestra conversación. ¿Por dónde íbamos?

Ilse.—Yo te pedía una muestra de tu amor. Como dice el refrán: «Taten sprechen lauter»[2].

Johannes.—¿Y qué debo hacer?

Ilse.—No sé. Algo romántico, supongo.

Johannes.—¿Quieres que te cante una balada al oído?

Ilse.—No: te he oído cantar otras veces y no deseo repetir la experiencia.

Johannes.—Puedo recitarte «Los Nibelungos». Me lo sé de memoria.

Ilse.—¿Todo? ¿El poema entero? ¿Los veintiocho cantos?

Johannes.—(Orgulloso.) En efecto.

Ilse.—Lo siento, pero no me vale. Eso no seduce a ninguna mujer

Johannes.—Pues no se me ocurre qué más pensar.

Ilse.—¡Ya lo tengo!

Johannes.—¿Qué?

Ilse.—Graba las iniciales de nuestros nombres en este alcornoque.

Johannes.—Las iniciales...

Ilse.—Así, cuando en siglos venideros vengan otros enamorados a este bosque, las verán y sabrán cómo el amor nos unió. ¡Venga, Gernsfleisch! ¿A qué esperas?

Johannes.—Es que no tengo navajita.

Ilse.—Yo sí. (Se saca una navaja de entre la ropa interior, ante la sorpresa de su novio.)

Johannes.—¿Y eso?

Ilse.—Algo que llevo siempre, por si intentas propasarte.

Johannes.—(Asustado.) Fick![3]

Ilse.—Venga: empieza.

Johannes.—Ya voy. (Talla laboriosamente una J y una I entrelazadas en la corteza del árbol. Cuando acaba, se guarda la navaja, para evitar futuros peligros.)

Ilse.—¿Qué has puesto ahí?

Johannes.—Ji.

Ilse.—Ji. Tiene gracia.

Johannes.—Sí. Ji.

Ilse.—(Contemplando la talla.) Queda muy bonito en verdad. Nos recordará siempre lo mucho que nos queremos. (Tras una pausa, en la que se repite el hecho ya rutinario de que Johannes intenta acariciarla de nuevo y ella le abofetea otra vez.) Pero, ahora que lo pienso, es una pena que la talla se quede aquí y tengamos que venir tan lejos siempre que la queramos ver.

Johannes.—Es cierto.

Ilse.—(Decidida.) Me la llevaré.

Johannes.—¡Eh?

Ilse.—Me la llevaré a mi casa.

Johannes.—¿Con árbol y todo?

Ilse.—No, estúpido. Arrancaremos el trozo de la corteza. (Lo hace como dice.) ¿Tienes algo para envolverlo?

Johannes.—Mi pañuelo. ¿Sirve?

Ilse.—Claro. (Envuelve el trozo de corteza tallado en el pañuelo y se lo guarda en el bolsillo internacional.)

Johannes.—¿Te ha parecido romántico lo de las iniciales?

Ilse.—No ha estado mal.

Johannes.—¿Te parece  que prosigamos, volviendo a coger nuestra conversación desde un principio? Te sugería que nos sentásemos bajo el árbol y descansásemos del paseo. Tú podrías tumbarte sobre la olorosa hierba; yo me echaría a tu lado y...

Ilse.—¡Mi navaja!

Johannes.—¿Eh?

Ilse.—¡Dame mi navaja!

Johannes.—Claro. Toma. (Se la da.)

Ilse.—Eso está mejor.

Johannes.—(Nada: que hasta que no me case no hay nada que hacer.)

Ilse.—¿Decías algo?

Johannes.—¿Yo? Te preguntaba que si te apetecía tumbarte un poco, pero ya veo que no. Por cierto: ¿no tienes calor?

Ilse.—¿Calor?

Johannes.—(Intentándolo de nuevo.) Yo tengo calor, mucho calor. Es sofocante. Creo que voy a quitarme este jubón de terciopelo que me está asando. (Lo hace.) ¿No te apetece a ti quitarte nada? Si llevas muchos botones, yo te podría ayudar... (Ilse le arrea otro tortazo de aúpa.) ¡Ay!

Ilse.—¡Vámonos de aquí!

Johannes.—¡Cómo?

Ilse.—Gernsfleisch, eres un sinvergüenza. Sólo piensas en aprovecharte de una pobre chica inocente y desvalida como yo. No sé si quiero seguir en relaciones contigo.

Johannes.—Pero mi palo... mi tortolita. ¿Qué estás diciendo?

Ilse.—Acompáñame a casa. Y luego, desaparece mi vida. No te quiero volver a ver más.

Johannes.—(Nada, que no consigo nada.)

Ilse.—(Sacándose el trozo de corteza tallada de algún sitio íntimo donde lo tenía guardado.) Y quédate con esto. No quiero este estúpido «ji». (Se lo tira a la cara.)

Johannes.—Pero, mi amor... (Se le acerca, tierno.)

Ilse.—¡Apártate de mí! (Le sacude otro trompazo de «Vater und Sehr Lord Mine»[4] y sale corriendo.)

Johannes.—(Que ha quedado con un palmo de narices.) ¡Maldita sea mi suerte! Cinco años de noviazgo y aún no he logrado comerme ni una rosca. Y para reconciliarme con Ilse me voy a tener que gastar todos mis ahorros en algún regalo. ¡Qué día más tonto, por Dios! (Decide abandonar el lugar y, de pronto, ve en el suelo el pañuelo. Lo recoge y comprueba que está manchado.) ¡Anda, qué curioso! Parece ser que la resina del árbol ha dejado en el pañuelo la marca de las letras que grabé! ¡Ah, pues...! (Pensando detenidamente.) Esto se puede cobrar. Aquí hay negocio... (Marchándose muy contento.) Pues no va a ser un día tan malo, después de todo.

 



[1] Hace falta la puntualización, porque también hay bosques vacíos de árboles, no se vayan a creer.

[2] «Obras son amores». (Nota del editor, bastante molesto por tener que ir detrás del autor, traduciéndole las cosas.)

[3] «¡Córcholis!» (Nota del autor.) Pensamos que quizá esta no sea la traducción exacta del término. (Nota del editor.)

[4] «Padre y muy señor mío». (Nota del editor, otra vez.)

No hay comentarios: