Góngora en quince días

 


Estábamos yo y mi circunstancia en la cola del fiambre, en «Carrefour», aguardando turno, cuando se nos vino a la cabeza una pregunta crucial. ¿Qué pasa con Góngora? ¿Por qué nadie lee hoy a este grandísimo poeta?

          Hay dos teorías para explicar el fenómeno: unos dicen que escribe demasiado bien y otros, que escribe demasiado mal. Nosotros, en nuestra modestia hemos hallado la solución, puesto que somos capaces de enmendarle la plana al lucero del alba. Nuestro procedimiento (pendiente de patente) consiste en dar tres versiones distintas de cada verso gongorino:

Versión 1: La original, de la pluma del «Cisne del Bétis».

Versión 2: Una versión mejorada para supercultos eruditólogos.

Versión 3: Simplificación actualizada, para que la entiendan con facilidad todos los hispanohablantes, desde Getafe a Valparaíso.

          Hemos llevado a cabo el experimento, haciendo uso de nuestro excelso e inmarcesible dominio de la lengua castellana y nos ha quedado chupi guay.

          Empleamos como texto de referencia la primera octava real de La fábula de Polifemo y Galatea, dedicada al conde de Niebla, que supongo que todos ustedes se sabrán de memoria.

Versión de Góngora:

Éstas que me dictó rimas sonoras

culta sí, aunque bucólica Talía,

—¡oh, excelso conde!— en las purpúreas horas

que es rosa el alba y rosicler el día;

ahora que de luz la niebla doras

escucha, al son de la zampoña mía

si ya los muros no te ven de Huelva

peinar el viento, fatigar la selva.

 

Versión pedanto-filigranesca:

Aquestas que me infundió trovas eudísonas

erudito sí, maguer eglógica Talía

—¡oh, magistral conde!— en las corintas horas

que es rosetón el orto y maitinada la jornada,

ahora que de luminaria tu calígine maqueas

trasoye, a la eufonía de pipiritaña mía

si ya los baluartes no te otean de Onuba

carmenar el céfiro, destroncar la algaba.

 

Versión para periodistas y políticos:

Éstos que me largó ripios ruidosos

sabihonda sí, si bien campestre Talía,

—¡oh, elevado conde!— en las horas encarnadas

que es pimpollo el crepúsculo matutino y el día, amanecer vulgar y corriente

en ese momento en que de brillo la Neblina bruñes

oye, al compás de mi zambomba,

si ya no te guipan las tapias de Huelva

cardar el aire y deslomar el bosque.

 

Ésta es una labor filológica muy meritoria y complicada por la que espero el agradecimiento de mis compatriotas.

Ahora (por fin) la explicación de la obra gongorina (bueno, de parte de ella): el inicio de la Soledad primera:

Era del año la estación florida

en que el mentido robador de Europa

—media luna las armas de su frente

y el sol todos los rayos de su pelo—,

luciente honor del cielo,

en campos de zafiro pace estrellas.

 

Y nos preguntamos: ¿a qué día se refiere el autor? Pidamos ayuda a Derrida y deconstruyamos rápidamente:

Era del año la estación florida...

Claro, que esto se escribió en 1612, cuando todavía existía la primavera; no como ahora, que ya no la hay y pasamos del invierno al verano y del verano al invierno sin solución de continuidad, gracias a todos aquellos países que contribuyen al efecto invernadero sin firmar protocolos medioambientales.

...en que el mentido robador de Europa...

¿Quién tenía ganas de quedarse con Europa? Pues Zeus. Puede que, en tiempos de Zeus, Europa estuviese aún potable y dieran ganas de quedarse con ella. ¡Cómo han cambiado las cosas! Bueno: a lo que íbamos. Zeus la robó con engaños, de ahí lo de «mentido». Obviamente se disfrazó para seducirla. ¿De qué? No de lechero, de butanero ni de fontanero, ya que Europa no era un ama de casa aburrida. ¿De qué, entonces? Los siguientes versos nos lo aclaran:

...—media luna las armas de su frente...

Zeus se travistió de cornudo, vamos. Queremos imaginar que se convirtió en toro, que es lo típico desde Teseo, y no en un ñu o un cebú cualquiera.

...y el sol todos los rayos de su pelo—...

          Aquí don Luis tuvo un sanctus caeli transit, que se dice; se le fue el santo al cielo, porque los toros no tienen melena. Salvo los toros del «flower power» y no creemos que se refiriera a uno de ésos. Más bien parece un león, pero lo dejaremos en toro para que luego no digan que nos pasamos la vida metiéndonos con Góngora.

...luciente honor del cielo...

          Este toro, por lo visto, brillaba allá arribota. Ya veremos qué era, si cuerpo celestial o globo sonda mal bautizado, de esos que sueltan los americanos para que la gente los vea, crea en los ovnis y tener luego teleespectadores para las series de «Expediente X».

...en campos de zafiro pace estrellas.

¡Qué bonito! Aunque no quiere decir que el toro se coma las estrellas como si fuesen sopa de letras o fideos finos. Quiere decir que iba de acá para allá; que, metafóricamente, se trasladaba.

          Llegamos por fin (cansados, pero llegamos) a la solución del acertijo: «Era del año...»

 

Era el día concreto de primavera en que la constelación del Toro se pone visualmente donde tiene que ponerse; es decir, el día en que se inicia el signo astrológico de Tauro. Concretamente el 22 de abril.

          ¿Curiosa solución a la adivinanza, verdad? Eso era lo que quería decir Góngora. Sólo que no hacía falta complicarse la vida tanto para decirlo.

          (Ahora, pensándolo con detenimiento, nos asalta la sospecha de que a Góngora le pagaban por palabras.)

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