El puente sobre el río Kwai


 

 

Si hay una historia que parte

el corazón es El puente

sobre el río Kwai, la película

de David Lean, porque es que quieres,

por un lado, que los presos

lo hagan muy sólido y fuerte,

pero, por el otro lado,

quieres también que lo vuelen

los aliados y chafen

su plan a los japoneses.

 

¿Cómo se llega a este impasse?

Déjenme que se lo cuente.

 

Una selva en donde hace

más calor que en Albacete.

Un campo de prisioneros

mandado por un teniente

que tiene que conseguir

en el plazo de unos meses

poner un puente en el Kwai

para que pasen los trenes

y que, si no lo consigue,

se pinchará en donde duele,

haciéndose el harakiri

(que, por cierto, me parece

que se llama de otra forma

que no recuerdo). Acaece

que llegan allí cien presos,

con oficiales ingleses

que no quieren trabajar

en la construcción del puente,

porque dicen, los muy cucos,

que el trabajo es de payeses.

 

Hay tensión. Enfrentamientos

entre los dos caracteres:

el teniente niponés

y el otro oficial que tiene

al mando a los prisioneros

y que es un Sir petimetre.

 

Tras cocerse en una celda

al sol, el britano accede

y se presta a construir

un puente muy resistente

para demostrarle al mundo

que un inglés vale por siete

de las razas inferiores

(todas las demás, se entiende).

 

Hay un tipo americano

que es, ¡claro está!, el más valiente.

Consigue escapar del campo

y vuelve a volar el puente

para que no pase el tren

que a los malos abastece

de armamento y shushi hecho

a base de salmonetes.

 

Pero luego, en un momento

dado, si el lector se mete

en la cinta, pues resulta

que se ve en medio de un brete,

porque quiere que construyan,

quiere que el comando llegue

y rompa, quiere dos cosas

opuestas y diferentes,

y acaba con una esquizo-

frenia más grande que el Everest.

 

¿Les cuento el final? Pues llega

el tren. Se lían a cachetes

el inglés y el yanqui. Hay tiros

y explosiones muy potentes.

Casca el tinglado. El tren cae.

El japonés queda verde

viendo al convoy hecho añicos

y flotando en la corriente.

Y en el clímax de la historia,

Mary se casa con Peter

y se van a Filadelfia,

donde ella tiene un pariente

que posee en un sitio céntrico

un negocio que promete,

y les hará un buen contrato

renovable a los seis meses

para que vendan allí

pipas, chicle y cacahuetes.

 

(Me temo que al final me he confundido un poco y he mezclado los argumentos de dos películas diferentes. Lo siento mucho. No volverá a suceder.)

 

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