Dicen que España fue mora
por la culpa del lunar
que tenía en la barbilla
la hija de don Julián,
el conde, aunque de estas cosas
no se puede uno fiar
pues siempre estuvo reñida
la Historia con la verdad
y los cronistas son gente
que solo piensa en cobrar,
hacen guapo al rey más feo
y lo demás les da igual.
Estaban los godos de-
mográficamente mal
por una razón muy simple
que pasamos a explicar:
la monarquía electiva
es un sistema que está
muy mal pensado. Si eligen
a quien no te gusta, vas,
apuñalas al monarca
y así vuelves a votar.
Si esto se repite mucho
(como sucedió en Hispa-
nia), el resultado es muy claro:
la gente se va a enfadar,
los diversos partidarios
del rey finado se van
a poner en contra tuya,
te van a vapulear;
tú, a tu vez, querrás venganza:
les escabechinarás;
ellos responderán luego
con matanzas y demás,
y así sucesivamente.
Y es obvia ley natural
que, a los pocos siglos de esto,
los hombres escasearán.
Si entonces alguien te invade,
¡claro!, te viene fatal.
Estos son los prolegómenos.
Hay que volver al lunar.
La situación era esta:
tocante a lo militar
los visigodos estaban
en gran inferioridad.
En eso, el rey don Rodrigo
—que era mujeriego y tal—
se encaprichó de «La Cava»
(no se habla aquí de champán,
pues «La Cava» era el apodo
de la hija del Julián,
aunque se ignora por qué).
En fin, seguimos. Pues va
el rey y se la trajina
con su regio trajinar.
Ella se chiva a su padre,
que se lo toma fatal.
Y como resulta que
se da la casualidad
de que el conde está en Tarifa
con empleo de guardián
del Estrecho, procurando
que nadie cruce la mar,
decide tomar venganza
por un medio singular:
se coge diez días moscosos
en que no va a trabajar.
Los moros, viendo su ausencia,
dicen: «¡Abdal delajá
tajalí, walla jilú
fateh zalí majará!»,
que significa en su lengua
«¡Esta es la mía y de Alá!»
En efecto: al ver sin guardia
la península de Espa-
ña, pues cruzan, nos invaden
más contentos que unas Pas-
cuas, pillando en puras bragas
a la goda Cristiandad.
Al Rodrigo le sacuden
en Guadalete y le dan
por muerto (aunque el rey escapa
corriendo hasta Perpiñán
y no se sabe más de él).
También muere don Julián.
A «La Cava» la repasan
muchos más de un centenar
de morabitos que estaban
con apetito voraz,
por lo que fue peor el re-
medio que la enfermedad.
La moraleja del cuento
no la vayan a olvidar:
Si un rey quiere con tu hija
varias noches pernoctar,
es mejor que seas monárquico
y digas: «Sí, Majestad».
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