Raimon Panikkar

 



          Una vez hice de Panikkar.

          Es una manera de hablar. Lo que quiero decir es que tuve que sustituirle a última hora, cuando no pudo acudir a un acto. Era la conferencia inaugural de un curso de verano de la Universidad Complutense de Madrid sobre filosofías orientales y mucho público –cursillistas y oyentes-- se habían congregado para escuchar al que era el hispanoindio más reputado. Panikker no acudió (por motivos de salud, aunque esperó hasta el último minuto para informar) y los organizadores del curso me pescaron a mí, que no tenía que dar mi conferencia hasta dos días después. “Háblanos de cualquier cosa”, me pidieron, desesperados. Obviamente, no podía hablar de cualquier cosa: tenía que ceñirme al tema anunciado, que eran los postulados filosóficos del hinduismo. Los expliqué y, aunque esté feo que yo lo diga, creo que el público no quedó descontento.

          No volví a ver a Panikker con vida. Yo le conocía desde hacía años y habíamos hablado muchas veces. Era una persona agradabilísima, cariñosa hasta con la gente a la que acababa de conocer, siempre con la sonrisa en los labios, siempre contento. Parecía que había encontrado el secreto de la eterna felicidad. Pero cuando le preguntabas por él, sus respuestas eran vagas y esto no vale. Cuando un maestro religioso, un guru al antiguo estilo y en el mejor de los sentidos como él pretendía ser, llega a conocer o incluso solo a intuir verdades eternas, es parte de su maestrazgo el transmitirlas a sus discípulos o a cualquiera que le pregunte de una manera concreta y definida. Las frases del estilo de “Dios es Amor” o “sé tú mismo” o “realízate” pueden sonar muy bonitas y hasta profundas, pero no ayudan nada a llevar una vida buena y bella para uno mismo y para los demás, que es lo que Bertrand Russell define como los que tendrían que ser nuestros objetivos vitales.

          Raimon era encantador como persona, pero falible como filósofo. Tras conocerle a él y tomarle afecto, me interesé por su vida y obra. Era un hindú, que se convirtió al cristianismo y profesó como sacerdote y luego se apartó (ligeramente) de la Iglesia y regresó a una versión muy light y muy New Age de las filosofías indias. Evidentemente, tendía al sincretismo religioso, pero no lo decía claramente. Quien leía sus textos sin un conocimiento previo de ambas teologías (la cristiana y la hindú) no solo no asimilaba nuevas ideas, sino que se le confundían las que ya tenía. Pero no es raro que un filósofo sea confuso. Muchos de ellos y muy reputados lo son para mí y para otros.

          Lo que aprendí de Panikker como intelectual fue la importancia suprema de la claridad, de la que él lamentablemente carecía. Su obra podría haber sido magnífica sin este defecto de la oscuridad. Intentó hacer una amalgama de religiones, una doctrina que sirviera para muchos y lamentablemente le comprendieron pocos.

Creo que el sincretismo ideológico es siempre deseable, pues es la versión cultural del mestizaje, algo que siempre enriquece y que está llamado a prevalecer y triunfar, aunque a muchos no les guste, por lo que conviene aceptarlo e irse acostumbrando a él. Pero el sincretismo no puede forzarse. Se equivocan los que afirman (muchas veces con la mejor de las intenciones) que todas las religiones son iguales, en un intento de eliminar odios y discriminaciones. Las religiones son muy parecidas en la ética, pero muy distintas en la metafísica. Todas coinciden bastante en normas de comportamiento: no escupas a tu padre, no robes a tu vecino, no asesines al señor que pasa por la calle. Pero la concepción del universo y el papel del ser humano en él difiere radicalmente entre panteístas y creacionistas. No es lo mismo buscar a Dios fuera de uno que dentro de uno. No es igual pensar que todos somos parte integrante de una Naturaleza divina, al igual que todos los otros seres (animales y plantas incluidos) a creer que pertenecemos a un pueblo elegido y que Dios nos quiere más a nosotros por nuestra cara bonita y nos ayudará a aniquilar cruelmente a nuestros enemigos. No es comparable la noción de reencarnación y de innumerables vidas en las que expiar y enmendar nuestros errores aprendiendo de ellos a la de un castigo eterno si, impulsados por unos instintos que nosotros no hemos pedido, nos comportamos de una manera que desagrade a la divinidad, según unos conceptos de pecado que alguien se inventó una tarde de domingo de la Antigüedad.

Panikker cayó desgraciadamente en el error de corrección política de querer contentar a todos, de no rechazar nada por ilógico que fuera, de pretender conciliar lo inconciliable, creando más confusión que directrices y más ambigüedad que verdaderas enseñanzas.

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