El séptimo sello

 


Una obra inmortal: El sép-

timo sello, de Ingmar Bergman.

 

Ya no la ve nadie. ¿Y eso?

¿Acaso es mala? ¿O es fea?

¿O aburrida? La razón

de que los jóvenes crean

que ver esta gran película

no les merece la pena

es porque es en blanco y negro.

Es la razón verdadera.

¡Es lástima! Pero así

es como ahora se piensa.

 

¿De qué trata esta película?

Es la crítica perfecta

de la idiotez medieval,

de la sandez de una época

en que sólo se pensaba

en cómo organizar guerras

para matar sarracenos

y disfrutar sarracenas.

 

La cuento: Un cruzado vuelve

de tal guisa que da pena

a su casa. Está hecho un asco,

tiene una pinta patética.

Ha perdido la fe en Dios

y en su santísima Iglesia.

No sólo eso: además

ha perdido la cartera

y no tiene en el bolsillo

ni media corona sueca

con la que pagarse un plato

que le alimente y le suenan

a hueco las tripas porque

ya hace años que no merienda.

 

Se encuentra con que la peste

está haciendo jugarretas

al país y tienen todos

más canguelo que vergüenza.

Urge escapar de allí y él

enfila la carretera

para llegar a algún sitio

(no sabemos si a Noruega,

a Dinamarca, a Finlandia

o hacia Castilla la Nueva).

 

Se junta con unos cómicos

de kilómetro o de legua

que van en un carromato

haciendo de feria en feria

unas funciones cantadas:

medievales operetas.

Pero esto no es importante.

 

Lo que importa es que le llega

el momento de morirse.

¿Que cómo lo sabe? ¡Buena

pregunta! Porque aparece

una señora muy seria

—o señor, porque es bien rara—,

vestida con una tela

negra hasta el suelo y con cara

de no gustarle la juerga.

 

El caballero no quiere

morir —no es que le apetezca

mucho, realmente— y decide

posponerlo por su cuenta.

¿Cómo engañar a la Muerte?

¿Cómo lograr que se avenga

a darle un plazo, una prórroga?

Esta claro: entreteniéndola.

Y como resulta que

ella en ocasiones juega

al ajedrez (por matar

el rato), pues se concierta

una partida entre ambos.

Mientras él mantenga enteras

sus piezas, pues no se muere.

Si le dan jaque, ¡a la huesa!

 

¡Y no me dirán ustedes

que la idea no es estupenda!

Él va retrasando el óbito

con habilidad tremenda,

pero al final se distrae

y chafa la estratagema

porque la Muerte, que es

mucho más lista que Séneca

(y que, según dicen muchos,

estudió en la Politécnica),

hace trampas en el juego

para comerle la reina

y en tres jugadas le gana

e ipso facto se lo lleva.

 

Esta historia que he contado

encierra una moraleja:

si te encuentras con la Muerte

y algo así se te plantea

es mejor jugar al «Trivial»

y estudiarse las respuestas.

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