Son mis cuatro evangelistas
Groucho, Chico, Zeppo y Harpo.
Hitos de la humanidad:
la rueda y Sopa de ganso.
Señores, la «peli» es la
destilación, es el caldo
de la esencia, es el resumen,
síntesis de los hermanos
Marx y su humor. Es magnífica.
No debemos olvidarlo.
Cierto es que, contra la guerra,
se han hecho muchos films, ¡claro!:
Johny cogió su fusil,
Senderos de gloria y tantos
otros que no nombraré.
Pero es que este film es mágico.
Piensas que es una comedia
para que pases el rato
y, sin querer, te das cuenta
de su planteamiento drástico:
los políticos son tontos;
los gobiernos, ¡no digamos!;
los motivos de un conflicto
son asquerosos y vanos;
los soldados se reclutan
con cien embustes y engaños;
nadie gana, todos pierden;
y nunca estamos a salvo
de que nuestros gobernantes
(que han sido seleccionados
de la forma más estúpida)
no nos metan cualquier año
en la guerra más idiota
que se le ocurre a un humano.
Los Marx nos dicen a gritos,
con procedimientos varios:
«¡Majaderos! ¿No os dais cuenta,
acaso no tenéis claro
que si os gobiernan necios
acabaréis malparados?»
En la película, Groucho
—sin experiencia— es nombrado
Presidente de un gobierno
porque le ha gustado tanto
a Margaret Dumond, que es
la más rica del Estado,
que la señora decide
otorgarle a dedo el cargo.
(¿No nos pasa eso a nosotros?
¿No hay políticos muy malos
a los que las gentes votan
porque les parecen guapos?)
Groucho gobierna fatal
y se rodea de malos
consejeros (¿no les suena?)
Sólo quiere disfrutarlo
y enriquecerse (¿es ficción?)
¿Y cuál es el resultado?
Que acaba metido en una
guerra con el país de al lado.
Insulta a un embajador,
se exalta, organiza un caos.
Una canción pegadiza
le sirve como reclamo
para despertar lo bélico
y para inflamar los ánimos.
Miente al pueblo y le promete
que va a ganar ipso facto
la contienda y arma un lío
de trescientos mil diablos.
Tan sólo en algo difiere
con la realidad. Sepamos:
que el film tiene un happy end
(es un film americano,
a fin de cuentas, recuerden)
y en la realidad, en cambio,
en las guerras de verdad
no hay gloria, tan sólo llanto.
Resumiendo, que es gerundio,
y para ir acabando:
con la gracia a que los Marx
nos tienen acostumbrados,
esta grandiosa película
le pega un tremendo palo
al nocivo imperialismo,
al nacionalismo insano
que ha causado tantas muertes,
al militarismo nato,
a la corrupción política
y al discurso reaccionario.
Hay otra genialidad
y es su título tan raro
(porque no hay gansos, ni sopa,
como habrán imaginado)
que roza lo inverosímil
—siendo, además, muy simpático—
y se anticipa a Ionesco
y, en general, al teatro
del absurdo y a esos géneros
que son hoy tan apreciados.

No hay comentarios:
Publicar un comentario