Abelardo Linares

 


          Se dice que Baltasar Gracián fue el mayor amante de los libros que nunca ha habido, porque afirmaba que había que leerse nada menos que uno cada día y que él lo hacía religiosamente.

          Pues yo sé de una persona que le gano por la mano, porque se compró un millón de ellos, con lo que tiene lectura para esta vida y para muchas vidas futuras.

          Abelardo Linares es un gran poeta, cuyos méritos han sido reconocidos con diversos premios.

          Pero la pasión a la que dedica sus horas es coleccionar libros y asegurarse de que muchos de ellos sigan existiendo, mediante ediciones de obras magníficas pero desgraciadamente olvidadas.

          Lo del millón, mencionado antes, es literal y me quedo corto. Abelardo adquirió en su momento la biblioteca de Eliseo Torres, en Nueva York, y se vino a España con ochocientos mil tomos, que fueron la base fundacional de su editorial Renacimiento que, como él, ha sido también premiada, porque no sabemos cómo cocina Abelardo o si es bueno jugando a la petanca, pero en materia de libros, todo lo que hace lo hace bien.

          He tenido trato con él durante unos años y he de decir que es una persona exquisita. Su conversación es apasionante, porque te habla de libros y de escritores desde una perspectiva siempre nueva y original. Es un aprendizaje condensado. Sabe, además, escuchar muy bien, algo que no todos los que saben muchas cosas saben hacer.

          La editorial Renacimiento publicó en 2014 mi primer libro de humor y eso fue porque Abelardo creyó ver que había algo aprovechable en  mis escritos y se arriesgó con un libro completamente anticonvencional.

          Yo publiqué mi primer libro en 1990 y desde entonces había dado a la imprenta otros muchos, pero eran todos ensayos serios sobre literatura y sobre filosofía india, principalmente. No había conseguido «colocar» ningún libro de humor. Yo, como autor de ficción, era más desconocido que el remedio eficaz para el constipado.

          Y eso que la mayor parte de las cosas que tenía escritas (en un cajón) eran cómicas. Mi primer gran intento fue una novela humorística y apocalíptica de 800 páginas que escribí con dieciocho años. Luego había ido acumulando montones de cuentos, piezas teatrales, versos, artículos, etc., pero que sufrieron el rechazo de docenas de editores a lo largo de los años.

          Hasta que Abelardo — a quien yo no conocía en absoluto por aquel entonces— me llamó por teléfono y me comunicó su entusiasmo por el manuscrito que yo había mandado a un montón de sitios. Me habló de todas sus partes (lo conocía ya al dedillo, al parecer) y me dijo que era el libro ideal para su colección «Los Humoristas». Así fue como publiqué el que habría de ser buque insignia de mis libros cómicos: Historia estúpida de la literatura.

          Aquel libro contenía ya los subgéneros que aún hoy sigo cultivando. En la publicidad, lo describí de la siguiente manera:

 «Esta Historia de la literatura no es en absoluto más estúpida que otras muchas reputadas que hay por ahí. Pero sí es bastante más cómica, pues incluye artículos burlescos sobre literatura, versos imitativos, falsas reseñas de libros, textos apócrifos, parodias teatrales, burla de los talleres de escritura y otras cosas sorprendentes. El libro pone en solfa a los autores pelmazos, a los libros infumables, a los clásicos soporíferos, a la preceptiva académica, a los estudios pedantes, a las investigaciones absurdas y a otros aspectos de ese negocio del que comen los libreros y al que muchos se empeñan tontamente en definir como arte literario.»

 

El libro tuvo muy buenas críticas y me proporcionó una alta dosis de «publicabilidad»; es decir: desde su aparición no he tenido problema para que las editoriales acepten mi humor.

          Esto quiere decir que Abelardo fue quien me «descubrió», como se suele decir en el argot teatral.

          Tras el primer libro —y aparte de ocuparme de preparar y prolongar algunas ediciones de obras de mi abuelo— he publicado con Renacimiento varios libros originales: Español para andar por casa (una crítica a cómo los políticos y los medios de comunicación, aunque estén reñidos entre sí, se saben poner de acuerdo para destrozar nuestro precioso idioma), El arte de hacer de todo (una parodia de los libros de autoayuda y de «hágalo usted mismo»), Canallas y mangurrinos (una sátira de figuras históricas) y Como ser culto en diez días (un grito —cómico— de desesperación ante esa manipulación que sufrimos y en la que se nos dice qué libros debemos leer, qué películas hemos de ver y qué monumentos hemos de visitar antes de morirnos). Con otras editoriales, he publicado muchas obras más. Todo eso no hubiera sido posible sin aquella Historia estúpida.

          Resumiendo, que es gerundio: si mis libros de humor han dado alguna alegría a alguna persona, es a Abelardo Linares al que hay que darle las gracias.

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