Hay mucha gente en este mundo que no se molesta en conocer bien su oficio ni en ejercerlo correctamente: el burócrata que se equivoca con tu expediente, el camarero que te tira encima el café, el profesor que te enseña mal, el político que adopta medidas nefastas que emperoran tu vida. Se podrían citar mil ejemplos. Por eso tiene mucho más valor que una persona ame de verdad su trabajo y, por ende, acabe siendo una gran profesional.
Tal es el caso de Isabel, con quien he tenido la suerte de trabajar (y espero seguir haciéndolo por mucho tiempo).
Isabel es una magnífica actriz. Lo viene demostrando desde hace años, con una carrera impecable en la que ha triunfado en todo tipo de medios y registros. Ha hecho teatro, cine y televisión. Ha interpretado eficazmente personajes de toda índole. Ha dirigido montajes, fundado compañías y escrito textos teatrales. En suma: se ha dedicado en alma a este bello oficio de iluminar la vida de las gentes interpretándoles historias para su aculturamiento y su solaz.
Pero se me podría preguntar lo siguiente: hay muchas buenas actrices, en efecto; luego, ¿qué la hace a ella tan especial? Yo contestaría que —por supuesto— su talento, pero querría añadir una palabra que, a mi parecer, define su forma de actuar: precisión.
Cuando digo que Isabel es maestra en la precisión me estoy refiriendo a algo importantísimo en este oficio, estoy indicando su gran calidad en la técnica, algo en lo que nunca se insiste lo bastante. Porque puede haber grandes actrices intuitivas pero descontroladas, que ofrezcan representaciones desiguales y actúen estupendamente hoy y de forma mediocre mañana, según su estado de ánimo y otros muchos factores. Pero eso no vale. Un actor, una actriz deben tener control sobre su rol e Isabel lo ejerce completo sobre las emociones que muestra, los movimientos que hace, los diálogos que pronuncia y los otros cientos de matices que conforman una actuación. De ahí su gran nivel interpretativo, complementado con sensibilidad, elegancia y dicción perfecta.
El público que la contempla en una obra gusta en extremo de su actuación, pero los que la vemos en acción más de una vez apreciamos cómo esa otra interpretación nunca desmerece lo más mínimo de la primera, gracias al dominio de la técnica al que me he referido. Isabel no tiene grandes días: todos sus días son grandes. Nunca decae su nivel.
Trabajando con ella, y tras muy pocos ensayos, la he observado con atención para intentar corregir su forma de hacer su papel (como he hecho con las de los demás integrantes del elenco)... y no ha hecho falta: no había nada que corregir. En este mundo, por desgracia abundante en profesionales torpes e individuos inútiles, ¡qué gran placer es colaborar con alguien que hace bien su labor hoy, y al día siguiente también, y al otro y al otro!
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