El «show» de Truman

 


                            Película de terror

posmoderno: El show de Truman,

en el que hay un «Gran Hermano»

mandado por un granuja

que tiene pocos escrúpulos

y muchas menos escrúpulas,

y que, por ende, se hace

de oro, se forra, se lucra,

pues para lograr el éxito

con su programa, no duda

en sacar a sus hermanas

completamente desnudas

o a su madre, si hace falta,

para que la audiencia suba.

 

Es una historia simbólica

que a todos nos espeluzna

sobre un mundo de «voyeurs»

—la Tierra, por si alguien duda —

en el que hay por todas partes

cien mil cámaras ocultas

que graban a un infeliz

que está sin sospecha alguna

y retransmiten su vida

sin que el pobre lo descubra.

Las gentes conocen todo

sobre él: si ronca, si suda;

sí está jugando al parchís

o, por el contrario, estudia;

si se hurga las narices

sí está a solas; si estornuda,

sí le gustan los garbanzos

o prefiere las alubias.

Le ven cuando va por pan,

le ven cuando está en la ducha,

le ven cuando... lo ven todo

y eso es lo que más les gusta.

 

El hombre vive encerrado

en una ciudad muy cuca

en donde no hay delincuencia

ni tráfico en la hora punta.

Es todo un gran decorado

hecho dentro de una cúpula

y que semeja una isla

en medio de aguas profundas.

Sus habitantes son «extras»

sin michelines ni arrugas,

sino guapos y tostados,

porque se dan rayos UVA.

Se muestran la mar de amables

con el pobrecito Truman;

le sonríen todo el rato,

le tratan bien y le ayudan

para que el hombre esté a gusto

con su vida y su fortuna

y siga sin sospechar

que vive en una burbuja.

 

Además, han inventado

una treta muy astuta

para que nunca se atreva

a cruzar las aguas turbias

que rodean a aquel pueblo

y haga alguna cosa estúpida:

le meten miedo a la mar,

le traumatizan e inculcan

temor al H2O,

logran que se asuste y sufra

viendo el agua. ¿Cómo? Es fácil:

hacen que su padre se hunda

en un naufragio y se ahogue,

con lo que Truman se asusta

con ver el agua en un vaso,

ya que el agua le repugna,

y, para no abrir los grifos,

se baña muy poco o nunca.

 

Todo va bien, aunque algún

decorado se derrumba

de cuando en cuando, hay errores

o se olvida la peluca

algún cómico. Lo grave

sucede cuando resulta

que el actor que hizo de padre

ahogado aparece en una

calle interpretando a un pobre

que rebusca en la basura

a la hora de comer.

Aunque el hombre disimula,

a Truman le entra un mosqueo

de cuidado y se figura

que le están tomando el pelo

y que alguien le manipula.

Esta sensación se hace

mayor, más grande y mayúscula

en el momento en que un foco

desprendido de la altura

cae a su lado con estruendo

y por poco le desnuca.

 

Como se está haciendo tarde

y va a sonar ya la una,

voy a acabar de contar

de qué va la pelicula.

 

Película: Hemos tenido que correr el acento una sílaba hacia adelanten para que rimase. A esta licencia poética se la denomina diástole y Góngora la utilizaba todos los miércoles y algunos fines de semana. Escribía ‘Napoles’ en lugar de ‘Nápoles’ u ‘oceano’ en lugar de ‘océano’ y se quedaba tan a gusto. No veo por qué no voy a poder yo hacer lo mismo.

  

Truman descubre el enredo,

la verdad terrible y cruda,

y empieza a hacer cosas raras

que ponen a la actriz rubia

(que es su esposa) de los nervios.

Esta mujer es muy furcia

(pues se acuesta por dinero,

aunque ella diga que actúa

y que lo exige el guión)

y es más mala que una bruja.

Cuando su esposo habla de irse

lejos, se le despechuga

y pretende detenerle

con la futura criatura

de cebo, pues si eres padre,

no te vas a las Bermudas,

ni a Tailandia ni a las Fiji

ni mucho menos a Murcia:

te quedas allí hasta el día

en que vayas a la tumba.

 

No obstante, Truman no pica.

Sin salvavidas ni brújula,

sin saber lo que es un remo,

se monta en una chalupa,

le echa... eso y se dispone

a bogar por la laguna,

sabiendo que aquellas aguas

pueden ser una hoya húmeda.

Para evitar que se escape,

el productor le diluvia

y apretando los botones

le echan olas tremebundas,

pero él remonta las aguas

como si fuera una trucha

y al fin consigue encontrar

una especie de abertura

que hay en la pared del «set»

y por el hueco se esfuma.

«¡Si te he visto, no me acuerdo,

porque tengo amnesia aguda!».

 

Entendemos que, a partir

de ahí, Truman se va en busca

de alguien, muy probablemente

de otra novia (la penúltima)

que se fue y que era decente,

no como la pelandrusca.

Y los telespectadores

vuelven de nuevo a su abulia,

a ser tan solo mirones

en la caja tonta y pútrida,

viviendo la vida de otros

en vez de vivir la suya.

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