Tuve ocasión de conocer brevemente a Octavio Paz en la India, en donde él había sido embajador durante muchos años. En aquel momento ya no lo era, sino un simple visitante.
Coincidimos en una fiesta de la embajada y charlamos. Yo era joven y se veía que a don Octavio le gustaba mucho hablar a los jóvenes.
Realmente, estar en una fiesta con Paz y no conversar con él no tenía mucho sentido y por eso lo hice, porque he de reconocer que su poesía no me gustaba nada. Aunque sí me parecía interesante su libro en prosa El mono gramático sobre la figura de Hanuman, el dios-mono que aparece en la epopeya del Ramayana y sobre el que años más tarde yo escribiría una monografía que publicó Miraguano Ediciones (2002).
Hablé con Paz de literatura (o, mejor dicho, le escuché hablar, porque acaparaba toda la conversación) en aquella ocasión y luego otra vez, unas semanas más tarde, antes de un recital poético que ofreció en la Sahitya Academy (la Academia de Letras de la India). Pero no aprendí nada, porque —por egolatría o antibelicismo— Paz solo sabía hablar de Paz.
La impresión que me dio fue la de un dilletante de la cultura. Desde luego, de la cultura india sólo conocía los tópicos y cometía errores de bulto, algo perdonable en un periodista que visitara el país unas semanas y luego escribiese un libro, pero no en un diplomático que había pasado años allí.
Pero, como dijo acertadamente Quevedo, el método para saber griego consiste en hablarlo entre los que no lo entienden. Y eso hacía Paz: aprovecharse de la ignorancia occidental sobre la India para contar cualquier cosa.
Durante el recital, concretamente, leyó una de sus poesías sobre la famosa Rebelión de los Cipayos de 1847 contra el yugo británico, que era completamente tendenciosa. Sus posiciones políticas eran imperialistas y militaristas en extremo: ingleses buenos e indios salvajes y perversos. Aquello parecía salido de un cuento de Kipling, porque hasta las novelas de Salgari resultaban menos tendenciosas.
Eso me hizo reflexionar sobre los verdaderos amores de los escritores. ¿Son verdad o solo del artificio oportuno en un momento dado? Paz parecía amar la India, pero no la amaba. Bueno, es como cuando Góngora escribía bellísimos poemas de amor sin estar enamorado en absoluto. La literatura salía ganando, aunque lo que se contará en ella no fuera verdad.
Resumiendo,
que el tiempo apremia: Paz aprovechó su estancia en Oriente para no ser un
diplomático más cuyo nombre se olvidara al cabo de un tiempo. De haber habido
una embajada de México en el Polo Norte en lugar de en la India, la poesía de Paz
habría versado toda sobre el hielo.
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