El último rey de Escocia

 


Para tipos liantes, nadie como Idi Amín Dada, un negrito que decía ser descendiente de los reyes de Escocia y tener derecho al trono. La verdad es que era un pinta, pero no se le puede negar la originalidad. Los que vivieron en Uganda entre 1971 y 1979 aseguraron que no tuvieron ocasión de aburrirse.

          Amín empezó su carrera militar en 1946 en el cuerpo de Fusileros Africanos del Rey del periodo colonial británico, como pinche de cocina. Sin dar golpe y mediante el procedimiento de amenazar de muerte a sus superiores de una manera convincente, ascendió vertiginosamente a cabo, sargento, effendi, teniente, capitán, comandante y coronel. Como esto no le pareció bastante, una vez convertido en dictador de su país se nombró a sí mismo mariscal de campo. Esa es una de las ventajas de ser un dictador: que puedes elegir el uniforme que más te favorezca.

          Más tarde afirmó mentirosamente que luchó en la Segunda Guerra Mundial, en la campaña de Birmania. Claro que eso era imposible, porque en 1946 la guerra ya se había acabado, pero Amín no era nada obsesivo con las fechas y aquello no pareció importarle.

          Como el hombre era presumido hasta decir «¡basta!», hizo correr algunos rumores, como que jugó al rugby en el equipo de East Africa en un memorable partido contra Inglaterra y Escocia en 1955, pero que algún inútil se olvidó de poner su nombre en la alineación y por eso no figura. También afirmó que había inventado una receta sabrosísima para sus famosas prácticas caníbales, cuando la verdad es que a sus prisioneros se los comía crudos, porque realmente no sabía cómo guisarlos sin que la carne se le pusiera correosa. También intentó desmentir que hubiese mutilado a sus seis esposas, porque en realidad solo lo hizo con dos.

          Amín fue un hombre del Renacimiento, por si ello se entiende una persona de intereses variados y que sabía hacer muchas cosas. Él, en punto a salvajadas, ilegalidades e inmoralidades, hizo de casi todo.

          Su carrera política fue apasionante. En 1965 lo encontramos haciendo contrabando de marfil y oro en compañía de un gran canalla, asesino y mafioso, llamado Milton Obote, que resultaba ser casualmente el primer ministro de Uganda. Amín estafaba un poco a su socio, porque también hacía contrabando de armas a espaldas suyas, pero es que tenía mucho tiempo libre y el golf nunca le había gustado.

          Nuestro héroe chantajeó a Obote con unas fotografías comprometidas en las que aparecía el primer ministro desnudo en situación peliaguda y en compañía de personas de los siete sexos. Obote le ascendió a jefe del ejército, posición que Amín aprovechó para atacar el palacio real y hacer huir al rey Mutesa, que tuvo que saltar por un balcón, lo que resultó en la rotura de tres piernas (las dos suyas y una de uno de sus guardaespaldas, que saltó con él).

          Amín y Obote acabaron por distanciarse cuando el primero le robó al segundo la cartera por tercera vez consecutiva (las dos primeras veces le había perdonado). En 1969 Idi Amín organizó un atentado contra la vida de Obote, porque este se empeñaba en tocar la flauta a todas horas en el palacio presidencial y Amín no lo soportaba. El intento de asesinato falló (es lo que resulta de comprarle los explosivos a gentes sin sentido moral, que no tienen escrúpulos en engañarte). Obote se rebotó y degradó a Amín, arrancándole los galones y los pelos de las cejas delante de todo el ejército, que casi no podía contener la risa, cosa que el otro no le perdonó nunca.

          Obote planeaba empapelar a Amín por malversación de fondos del ejército (habría que decir «malversación de los fondos», porque los malversó absolutamente todos y dejó la caja temblando), pero Amín se le adelantó. Aprovechando que el primer ministro había viajado a una cumbre de la Commonwealth donde le daban de comer salmón gratis, las tropas leales a Amín dieron un golpe de estado, siguiendo al pie de la letra las instrucciones de un eficaz manual: Coups d’etat for Dummies. Todo esto pasó en 1971 y nadie en el mundo se dio cuenta, porque todos estaban pendientes del Concierto para Bangladesh, donde cantaron Bob Dylan, Eric Clapton, George Harrison y muchos otros.

          Nada más subir al poder, Idi Amín prometió que convocaría elecciones libres y, nada más hacerlo, se nombró a sí mismo presidente de Uganda y jefe de las Fuerzas Armadas, hizo añicos la Constitución y estableció un consejo militar de gobierno dirigido por él.

          Se dispuso entonces a mandar apresar y torturar a todos sus enemigos políticos, pero no le hizo falta: sus fieles partidarios ya se lo imaginaban y para cuando Amín fue a dar la orden, ya estaban todos torturados.

          A continuación purgó el ejército, haciendo matar a los partidarios de Obote, con lo que se ahorró un montón de sueldos. A inicios de 1972 más de 5.000 militares habían desaparecido Amín hizo quemar sus documentos y datos de los registros civiles y otros organismos, y esos militares pasaron de estar desaparecidos a no haber existido nunca.

El dictador le tomó el gusto a la cosa y mandó acabar con líderes religiosos, periodistas, artistas, jueces, abogados, estudiantes, intelectuales y homosexuales feos. (A los homosexuales guapos les perdonó la vida por razones que no han trascendido.) Estos crímenes fueron tan frecuentes durante sus ocho años de dictadura que los soldados que los llevaban a cabo marcharon a la huelga para protestar del exceso de trabajo. Durante un mes solo hubo servicios mínimos, con nada más que dos o tres asesinatos al día. Al final, Amín claudicó y contrató a más gente para que el trabajo estuviera mejor repartido.

          Según Amnistía Internacional, el número de muertos se elevó a 500.000, pero es una exageración: ya serían algunas docenas menos. De todas maneras no había forma de contar los crímenes con precisión y además no parecían importarle a nadie.

          A Idi le entró entonces la manía de que en Uganda había demasiados asiáticos y europeos, por lo que no iban a caber todos. Declaró una «guerra económica» y expulsó a unos 80.000 extranjeros. No solo esto, sino que les prohibió llevarse sus tierras, sus casas y sus fincas, cuando ya las tenían empaquetadas. Los expulsados se fueron y Amín expropió tranquilamente sus propiedades. Esto no los hizo ricos a él ni y a su país, porque era un desastre para los negocios y las empresas que se quedó fueron ruinosas y pronto colapsaron.

          Luego le tomó tirria a Israel, lo cual no estuvo muy bonito, que digamos, puesto que ese país le había suministrado gratuitamente las armas necesarias para escabechinar a sus enemigos, pero en política no hay lealtades que valgan. Amín expulsó a los asesores militares israelíes (que estaban en Uganda para decirles a los lugareños cómo se usaban sus armas, porque estas no llevaban libro de instrucciones) y sobornó a los delegados italianos para que votasen en contra de Israel en el festival de Eurovisión. Dijo que Hitler no solo había hecho muy requetebién quemando a seis millones de judíos, sino que se había quedado corto, e hizo planes para atacar al país un sábado, a fin de pillar a todos desprevenidos.

          Uno pensaría que ninguna nación sensata apoyaría a un régimen tan racista, brutal, imprevisible, belicoso y militarista, pero la Unión Soviética le regaló un montón de armas a Idi Amín, porque le sobraban y no sabía dónde guardarlas (dijeron). Y lo peor era que esas armas funcionaban (a diferencia de las que les vendieron a otros regímenes africanos pringados).

          Las armas se enviaban a escondidas entre productos de importación legal. En 1975 los funcionarios keniatas del puerto del Mombasa se extrañaron de recibir 700 contenedores para Uganda, que eran supuestamente un cargamento de palillos de dientes de calidad superior. Abrieron las cajas, encontraron las armas y se asustaron, porque Idi Amín había dicho días antes que los mapas estaban mal y que un cacho de Kenia le pertenecía a Uganda desde hacía mucho. Hubo un conato de guerra y en la frontera las tropas de Kenia y Uganda se estuvieron diciendo algunas lindezas, aunque sin llegar a las manos. Esto pasaba en 1976.

Al año siguiente, Idi nacionalizó ochenta y cinco empresas británicas y entonces fue cuando el gobierno del Reino Unido descubrió que Uganda era un país de indeseables (hasta entonces no se había dado cuenta) y rompió las relaciones diplomáticas, vendiendo el edificio del Alto Comisionado por un precio cinco veces más caro de cómo lo había comprado en su día. A Amín no le importó mucho, porque los cócteles que daban los británicos en sus fiestas eran deleznables de todos modos y, además, el hecho le sirvió para promocionar su imagen. Con el poder que le confería su propio poder, se condecoró a sí mismo con el título del CB, «Conqueror of the British Empire» [conquistador del Imperio británico], y se pegó las siglas detrás de su nombre en todas sus tarjetas de visita. Es bien conocida la manía británica de ponerse otras letras después de las letras del nombre y Amín no iba a ser menos que cualquier caballerete londinense. Su título completo era «Su Excelencia el presidente vitalicio, mariscal de campo Alhaji Dr. Idi Amín Dada, CBE, VC, DSO, MC, señor de todas las bestias de la tierra y peces del mar y conquistador del Imperio británico en África en general y en Uganda en particular».

          Muchos embajadores extranjeros que fueron invitados en diversas ocasiones a banquetes en el palacio presidencial afirmaron luego que no habían conseguido verle nunca la cara a Idi Amín, puesto que la tarjeta que se solía colocar en la mesa delante del plato del comensal era tan grande en su caso que le tapaba todo el rostro.

          En cuanto al contenido del título, era casi todo falso. Ya sabemos que a mariscal de campo se había ascendido él mismo por méritos de guerra en una guerra en la que no estuvo. El título de Alhaji (esto es: el buen musulmán que ha peregrinado a la ciudad santa de La Meca) también era de pacotilla, pues Amín nunca aportó por allí, aunque afirmaba que sí, solo que había ido de incógnito para no tener que estarse toda la peregrinación firmando autógrafos.

          Tampoco era doctor de verdad, sino que invitó a comer al rector de la Universidad de Makerere, le dio pastel de queso y le convenció de que le regalara un doctorado «honoris causa», porque era su cumpleaños y le hacía mucha ilusión. El hecho de que Amín no supiera ni el día ni el año en que había nacido no supuso ningún obstáculo. El rector, que quería vivir un poco más, se lo concedió de inmediato. (Y sí vivió un poco más: los tres días que tardó en hacer los trámites y conferirle el título al dictador, porque luego Amín le hizo rebanar el cuello, alegando que en el discurso de otorgamiento del título no se había esmerado demasiado.)

          Las siglas DSO, «Distinguished Service Order» [Orden del Servicio Distinguido], tampoco se las merecía ni redefiniendo el adjetivo ‘distinguished’, porque no hizo servicio alguno.

          Amín, impostor en toda regla, se inventó la distinción de VC, «Victorious Cross» [Cruz Victoriosa], para que los incautos se creyeran que tenía la prestigiosa «Victoria Cross» británica. La MC, «Military Cross» [Cruz Militar] sencillamente se la compró a un inglés que sí la tenía, aunque no se la pagó nunca.

Siguiendo nuestra descripción del film, nos encontramos con la deposición de Idi Amín, aunque con ello nos referimos al momento en que fue depuesto de su puesto y no a otra cosa más desagradable de describir.

          Idi estaba tan convencido de la lealtad de sus soldados que dejó de pagarles el sueldo, contando con que no les importaría; pero se equivocó de medio a medio, porque sí les importaba. Las tropas se le amotinaron y tuvo que enviar contra ellos a un destacamento de mercenarios que le clavaron. Muchos rebeldes huyeron por la frontera con Tanzania y Amín utilizó eso como excusa para declararle la guerra a ese país. (Hacía ya mucho tiempo que le apetecía hacerlo, pero por más que pensaba no encontraba un buen pretexto. Cuando el azar se lo proporcionó, no desperdició la ocasión.)

          Julius Nyerere, el presidente tanzano, que también era de aúpa, no se amilanó y le hizo cara. Más bien le deshizo la cara, porque Amín sufrió una morrocotuda derrota y tuvo que subirse a un helicóptero y salir de allí por hélices (porque por pies no fue).

          Se exilió en Libia y luego, en Arabia Saudita, donde le cayó bien a la familia real saudí, que le dio asilo y le puso una pensión importante. Los historiadores afirman que esto se debió a que Amín se sabía muchos chistes muy divertidos y los contaba muy bien.

          No hay mucho más que decir de él. Vivió hasta el día de su muerte y se murió exactamente en el momento en que se le acabó la vida, ya ven qué casualidad. Le dejaron, para uso suyo y de su familia, varios pisos de un hotel en Lleida (en Lleida no, en Yeda: es que el corrector automático escribe lo que quiere). El susodicho hotel ahora se está forrando al alquilar las habitaciones que ocupó el dictador a millonarios curiosos que quieren dormir «en la cama del caníbal». Amín paso los últimos años de su existencia viendo en la televisión la versión de Al Jazeera de «La ruleta de la fortuna».

          En esos años de exilio se dedicó principalmente a la tarea de ser un buen padre, pues consiguió aprenderse el nombre de sus cuarenta y cinco hijos (bueno, de casi todos).

          Su gobierno se recordará siempre por el abuso de los derechos humanos, la represión política, la limpieza étnica, los asesinatos ad libitum, el nepotismo, la corrupción, el caos económico y el mal olor corporal de las tropas.

          Cuando Idi Amín Dada murió, en el 2003, le acabaron enterrando, porque de no hacerlo, aquello habría resultado muy engorroso.


 

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