El sexo en Israel

        

La mitología judeo-cristiana no se quedó atrás en cuanto a variantes sexuales, como nos muestra la leyenda bíblica de Lot, un hombre justo empadronado en Sodoma. En esta asiamenoreña ciudad había una exuberante vegetación, lo que facilitaba la intimidad para el desenfreno urbano. Hubo tanto sexo que la gente se aburrió de lo normal e inventó la inversión sexual (y no nos referimos a dedicar nuestros ahorros a comprar acciones de una cadena de mancebías), por lo que Lot decidió salir de allí por pies antes de que algún vecino se fijara en él. Partió con su familia y se fue a otro sitio, pero sus hijos le pidieron que antes de partir les hiciera «un favor» y él no supo negarse (no nos hemos inventado esta burrada: está en el Génesis, XIX, 34). De esta unión surgieron dos pueblos la mar de corruptos (a decir de sus enemigos): los moabitas y los amonitas, que acabaron adorando a Baal (un dios con un falo como de aquí a Lima) y montando unas orgías que temblaba el Mar Muerto.

          Pero olvidemos a los baalitas y no nos salgamos de Israel, no vaya a ser que cierren las puertas y nos quedemos fuera.

          Sabemos que, con todo su golpe de moral, los antiguos israelitas no le hacían ascos a la poligamia, al concubinato e incluso al hecho de entregarle una hija a quien se terciara, si la ocasión lo requería. La prostitución hospitalaria —que ha hecho famosos a los esquimales, que «prestan» su mujer para tener calentitos por la noche a los huéspedes — fue muy habitual en Judea. Luego ya se codificó y se hizo más urbanita y accesible a todos los conciudadanos pudientes (aunque no eran tantos los que se hallaban dispuestos a separarse de su dinero, si hemos de creer en el tópico).

          Más tarde, este pueblo se puritanizó y castigó con la muerte por lapidación el adulterio, el incesto, la pederastia, la sodomía y el mezclar los buenos vinos con gaseosa. La exhibición de los órganos genitales se consideraba vergonzosa y ridícula (sobre todo la de aquellos no muy bien dotados), por lo que tampoco se permitía ir por la casa en traje de Adán o de Eva ni mucho menos disfrazado de serpiente.

          Con Salomón las cosas se relajaron un tanto, pues como él tuvo setecientas esposas y trescientas concubinas, prohibió la poligamia a sus súbditos, pero lo hizo con la boca pequeña. En el sensual Cantar de los cantares, dejó bien claro que él era un librepensador en materia sexual y que si reprimía a su pueblo era tan solo por insistencia de los sacerdotes que le aconsejaban, pero que de haber sido por él, todo el reino hubiese sido una orgía en bucle.

               Un concepto sexual que nos legaron los hebreos fue el del onanismo. Onán, hijo de Judá, tuvo que cargar con Tamar, la viuda de Er, su ermano mayor (‘hermano’: ha sido por la velocidad adquirida). Para que los posibles hijos de esta no le quitasen la primogenitura, optó por tenerla a dos velas y no fecundarla en absoluto. ¿Cómo lo consiguió? Pues dejando caer su licor seminal sobre la alfombra (¡qué cochinada!). Esto no era masturbación propiamente dicha (la masturbación es mucho más antigua: data del período preglaciar y la descubrieron nuestros parientes lejanos: los monos), sino el método que hoy en día se conoce como coitus interruptus o «marcha atrás forzada». Si en vez de pasarle esto a Onán, le hubiese sucedido a su padre, Judá, el judaísmo sería una cosa muy diferente de lo que es hoy.

          ¿Hubo bestialismo en Israel? Sí, porque de no haberlo habido, no se habrían escrito leyes como la que encontramos en el Levítico (18, 23), donde puede leerse (si se quiere): «La mujer no debe colocarse ante un animal para emparejarse con él». Si te ponen una multa por aparcar en doble fila, es porque hay gente que aparca en doble fila: de no ser así, tal infracción no existiría.

          Y otra aportación judía al tema que nos ocupa (y preocupa y postocupa, porque pensamos en él todo el rato) fue la de la circuncisión —por la que otros pueblos les tomaban el pelo a los hebreos—, que se hacía por dos motivos: por higiene y para tener contento a Yahvé, que al parecer mantenía unos gustos muy particulares en lo referente a sus mascotas (otros le cortan el rabo a su perro o hacen cosas peores «para que el gato sea limpio», como solía decirse).

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