Como al karma no hay quien lo pare y como debo de haber hecho alguna cosa buena en esta vida, tuve en un momento la suerte de trabajar con Eduardo Gutiérrez, que accedió a dirigir una comedieta mía y me enseñó de paso muchas cosas (incluso sin él saberlo).
Eduardo es un destacado actor y director de doblaje y de teatro, que ha intervenido en más de un millar de películas, que ha dirigido un sinfín de obras y que ha logrado diversos premios y el respeto de la profesión.
Se trataba de un proyecto curioso, impulsado por la productora La Magia de la Voz: una ficción sonora o comedia radiofónica, al estilo de las que solían emitirse años ha y que resultaban tan satisfactorias. Recuerdo en mi niñez y juventud haber escuchado muchas y serme muy familiar el nombre de Guillermo Sautier Casaseca, que casi monopolizó ese campo artístico en los años sesenta y setenta (algunos recordarán la larguísima y lacrimógena radionovela Simplemente María).
La idea era volver a experimentar con el género y para ello se me pidió un texto. Yo escribí Trolas de la historia, una parodia de algunos momentos destacados del pasado, y la productora confió a Eduardo la dirección.
Su trabajo requería una gran dosis de habilidad, tanto en el campo del teatro como de las relaciones humanas, pues yo, además de autor, era uno de los integrantes del reparto (yo no me quedo fuera de nada que sea actuar) y es complejo para un director tener que montar el texto de una persona a la que tienes delante, con su opinión crítica, y a la que tienes que mandar (y saber conseguir que haga lo que le mandes).
Yo, que dirijo teatro, sé ser obediente cuando me dirigen otros, pero en este caso el asunto se complicaba. ¿Y si Gutiérrez no acertaba a realizar el montaje como yo lo imaginaba? Aquí Eduardo demostró una maestría insuperable, consiguiendo quedar contento él, que quedara contento yo y que mi texto consiguiera el mayor realce posible.
Su trabajo como director fue impecable y yo, como digo, aprendí de él muchas cosas durante el proceso de ensayos.
En primer lugar, acertó con el reparto, tanto al elegir a los miembros del elenco como al repartirles los diversos papeles (cada uno de nosotros representaba tres o cuatro personajes distintos), pues es bien sabido que un reparto bien hecho constituye la mitad del éxito. Nos marcó claramente nuestros personajes para evitar repeticiones de tipos, nos guio con habilidad en cuanto a la elocución y los acentos extranjeros y consiguió un resultado sonoro verdaderamente satisfactorio. Bajo su experta dirección, Trolas gustó mucho y fue todo un triunfo, tanto cuando se emitió por la radio como en las representaciones en directo que hicimos. ¡Y no es fácil conseguir entusiasmar al público cuando lo único que ves es a siete actores vestidos de negro, leyendo inmóviles delante de un atril! Pero su montaje sonoro era de primera calidad y desde aquí le agradezco el cariño que puso para mejorar las palabras que yo había escrito.
¿En qué aspectos específicos destacó su dirección?
Eduardo puso en juego su dilatada experiencia en la prosodia y con claras y precisas instrucciones y su estilo amable y cercano, nos marcó ritmos, velocidades, intensidades de sonido, pausas, inflexiones de la voz y toda suerte de matices. ¡Ojalá todos los directores de escena lo hicieran como él! Porque nuestra escena y nuestro cine adolecen muchas veces de falta de calidad en la forma de hablar y a muchos intérpretes no siempre se les entiende todo lo que dicen. Eduardo tuvo especial cuidado de crear un espectáculo sumamente agradable al oído, que se completó con oportunos efectos sonoros y unas piezas musicales de gran calidad, compuestas por Borja Murel. El resultado fue un espectáculo del que todos —la productora, él y los actores— estamos justamente orgullosos.
Y yo, como dije al principio, estoy orgulloso, además, de haber trabajado a sus órdenes.
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