Mocedades / El Consorcio

 


En una época de mi vida trabajé organizando espectáculos para el Ayuntamiento de Madrid. Durante las fiestas de la Paloma, tuve en el parque de las Vistillas y otros escenarios a algunas figuras de la música, que me sorprendieron por su comportamiento.

          Aunque el grupo musical que idolatré en mi adolescencia fue Nuestro Pequeño Mundo (fui siempre un amante del folk en todas sus variedades), también tuve gran respeto por la calidad musical de Mocedades, aunque aprecié más su época primera de «Pange lingua», «Otoño» o «Más allá» que la segunda más comercial de «Secretaria» o de «Tómame o déjame».

          Y por fin los tuve allí, cara a cara, en mi escenario (mío, porque aquella noche sugestión me tocaba a mí).

          Entonces fue cuando perdieron todo mi respeto. Primero actuaban ellos durante cincuenta minutos justos (El Consorcio, pues estamos hablando de 1998 o por ahí) y luego, una orquestilla desconocida tocaba cuatro horas para que la gente bailará. El Consorcio cobraba seis millones de pesetas por su actuación y la orquestilla, cien mil.

          Pero sus instrumentos y equipos tenían que compartir escenario.

          El antiguo Mocedades llegó antes con un gran tráiler, descargó una montaña de bafles, ocupó todo el escenario y no dejó sitio alguno para la otra orquesta. Total: eran unos pringados, de esos que tocan en los bailes de los pueblos. Nadie (tampoco yo) sabía ni recordó luego su nombre.

          Cuando la orquesta de baile quiso poner su equipo, no tenía dónde. Pidió a los de Mocedades que hicieran sitio. Mocedades se negó. Intenté convencerles, pero no me hicieron caso. Ellos eran las « estrellas» del programa.

          La orquestina dijo entonces que podían enchufar sus guitarras y tal a los amplificadores de Mocedades y no poner los suyos. Mocedades dijo que sí, si la orquestina les pagaba treinta mil pesetas.

          A la tal orquestina (siete músicos y dos técnicos) —que iban a cobrar cien mil pesetas para todos— no le salían los números. Finalmente pusieron su equipo en el suelo, fuera del escenario y, claro está, aquello era una chapuza y no sonaba bien.

          Pidieron a Mocedades, por favor, que les ayudarán a buscar una solución.

          Mocedades no quiso ayudar, dejar su equipo ni rebajar su alquiler por cuatro horas.

          Amaya y compañía cantaron sus canciones durante cincuenta minutos justos. El público que llenaba la plaza pidió bises y no los hicieron: les habían pagado los seis millones por cantar cincuenta minutos, ni uno más. Se fueron sin despedirse de nosotros, los organizadores.

          La orquesta tocó durante cuatro horas y sonó a rayos, pero a la gente, que había bebido mucho, no le importó la calidad del sonido. Todos en la plaza bailaron hasta las tres de la mañana y se lo pasaron estupendamente.

          Yo me prometí no volver a comprar ningún disco de Mocedades ni que una peseta mía fuera a parar a sus bolsillos.


 

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