La Muerte juega al ajedrez

 

          Hay películas que son grandes hitos de la cinematografía y que nadie debe perderse. Las listas de los cien mejores films de la historia varían según el crítico, pero algunas cintas aparecen en todas las selecciones. El séptimo sello (1957), de Ingmar Bergman, es una de las más recomendadas[1].

          La imagen del cruzado jugando al ajedrez con la muerte no se nos despega de la retina. ¿Cómo se llega a esta situación? Lo contaremos para beneficio de todos aquellos que se las quieran dar de cultos sin tener que tomarse el trabajo de ver el film bergmaniano[2].

En una playa sueca de esas que no sirven para nada (porque no te puedes bañar en ella, lógicamente, debido al agua helada), aparece un caballero cruzado que ha cruzado el mar para llegar de vuelta a su pueblo. Se llama Antonius Block (‘block’, del holandés antiguo ‘blok’ [tarugo, zoquete]) y viene con su escudero, que se llama de otra forma (Jöns), porque si ambos se llamaran igual, aquello sería un lío.

Viene de pelear contra los infieles y de ser derrotado miserablemente, pues como dice la famosa redondilla popular:

 

«Vinieron los sarracenos

y nos molieron a palos,

que Dios ayuda a los malos

cuando son más que los buenos.»

 

          Por ello, el hombre ha perdido la fe y la cartera (que se le cayó por el camino). En cuanto a Jöns, no era nada creído (nunca había creído en nada).

          Se encuentran con que la peste asola la comarca (no se sabe si es una epidemia de peste de verdad o solo acumulación de roña a consecuencia de no lavarse, lo que en el Medioevo era una tradición muy común). El caso es que están todos enfermos y con las caras sucias.

          Aparece entonces la Muerte, que tenía que haberse llevado a Block en Tierra Santa, pero que llegó tarde a su cita, por lo que el otro se le escapó por unos minutos. Así es que ha tenido que hacerse todo el camino hasta Suecia para reclamarlo. Pero Block es listo, pese a su apellido, y sabe que a la Muerte le gusta jugar con los mortales, por lo que le propone una partida de parchís.

          La Parca (aunque más bien parece un señor alto y calvo) insiste en que sea ajedrez y accede a dejar vivir al guerrero hasta el jaque mate definitivo, porque quiere probar en él una salida de peón nueva que ha aprendido en la página de pasatiempos de un periódico.

          Por otra parte, hay una pareja de cómicos ambulantes, Jof y Mia, que, junto con su hijo Miguel nos recuerdan a la Sagrada Familia del Pajarito, de Murillo. Se dirigen al pueblo a dar una función, probablemente algo de Shakespeare, que debió de ser el único dramaturgo cuyo nombre conocía el guionista de la película. Jof le compone canciones a la Virgen, algo que a su esposa Mia no le hace ni pizca de gracia, paradójicamente.

          El caballero entra en una iglesia, se genuflexa o genuflexiona y se confiesa con un sacerdote, contándole cómo piensa vencer en la partida, con un movimiento de alfil que le enseñó un moro en Jerusalén en un descanso entre combates. No sabe que el cura no es tal, sino la misma Muerte, que se ha colado en el confesionario para excitarse escuchando los pecados de las jovencitas.

          En el pueblo las cosas se han desmadrado. Los vivos se mueren, los muertos se pudren, los hombres violan a las mujeres (y a otros hombres), las mujeres violan a los hombres (las hay muy robustas en Suecia), los flagelantes se flagelan, los profetas profetizan cosas feas y, ante la inminencia de la muerte por bubos, las buenas gentes se despachan a su gusto cometiendo toda suerte de abusos y excesos, al mismo tiempo que lloran y se arrepienten de los pecados que han cometido y de los que están a punto de cometer.

          En medio de este caos, los comediantes invitan al caballero a un picnic, para relajarse. Este corresponde, ofreciéndoles su castillo, para que se protejan de la peste y para que le hagan compañía y le entretengan, pues Jöns no tiene mucha conversación.

          En el camino se encuentran con una muchedumbre que, por pasar el rato, va a quemar a una señorita en la hoguera. No se la acusa ni de ser bruja ni de nada en especial, pero en algo tienen que entretenerse los lugareños. Una vez quemada, continúa la película.

          Block sigue jugando su simbólica partida con la Muerte y hace todas las trampas que puede, por lo que la otra no entiende nada y está muy mosqueada. En una de estas, Jof se asoma a cotillear y la Muerte le ve. El caballero reacciona de inmediato y le empieza a contar un chiste de locos para distraerla y que Jof pueda escapar y salvar la vida.

          La historia sigue más o menos por esos derroteros. La Muerte le anuncia a Block que le dará mate en la siguiente jugada. La próxima vez que le vea, se lo llevará consigo a él y a los que le acompañen, por estar en el lugar equivocado en el momento equivocado.

Caballero, escudero, comediantes y algún otro personaje que se nos había olvidado mencionar llegan al fin al castillo, donde les recibe la señora Block, que lleva diez años esperando a su esposo y que se ha puesto de gorda que no veas. Todos comparten una especie de «última cena», porque en la casa de un cruzado los símbolos religiosos hacen muy resultón.

A la mañana siguiente, muy tempranito, en medio de la lluvia y con un frío que pela, la Muerte, provista de sus herramientas de trabajo (guadaña y reloj de arena), se lleva de la mano y en cadena a toda la panda, en una frenética Danza de la Muerte, tras haber tenido con ellos la innecesaria crueldad de hacerles madrugar.

La película acaba necesariamente aquí, por falta de personajes que pudieran seguir con la trama.

 



[1] Es una de las mejores películas de todos los tiempos, junto con Ciudadano Kane, El ladrón de bicicletas, Lo que el viento se llevó, Ben-Hur, Eva al desnudo y Chitty Chitty Bang Bang.

[2] Al hilo de esto, insertaremos un chiste que nos inventamos hace años y que a nosotros nos hace mucha gracia, aunque no así a los que se lo hemos contado. Ustedes juzgarán.

«Un estudiante de metafísica le pregunta a otro:

—¿Has leído el libro de Arthur Schopenhauer Sobre la cuádruple raíz del principio de razón suficiente?

—No, pero he visto la película.»

 

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