Chacal

 


CHACAL, de Frederic Forsythe

         

          —Hay que matarlo.

          La sugerencia de un asesinato presidencial impresionó vivamente a los que se hallaban alrededor de aquella mesa. Todos los miembros de la Organisation de l’Armée Secrète sabían que no había otra solución; pero, aun así, era duro de aceptar.

          —Su popularidad aumenta por días —dijo el que había hablado, quien, para guardar el incógnito, se hacía llamar «Bénédictine»—. Si no le atajamos, este país no será aquél por el que tanto y tan fieramente combatimos. Nuestros amigos de...

          —Te hemos entendido, «Bénédictine» —cortó «Chartreuse». No habían estado muy originales a la hora de escoger los pseudónimos—. Y estamos de acuerdo. Las últimas disposiciones del presidente han sacudido los cimientos de nuestra Organización. Se ha mostrado a favor de la autodeterminación argelina, ha detenido la construcción de autopistas de peaje y prohibido la importación de chirimoyas. Por su culpa hemos perdido millones.

          —De ahí la urgencia. Pero hemos de estar de acuerdo. Votemos. ¿Quiénes están a favor de acabar con esto de una manera drástica? Levanten la mano.

          Todas las manos se alzaron. Todas, menos una.

          —¿Qué le pasa, «Crème de cassis»? ¿No está con nosotros?

          A «Crème de cassis» lo que le pasaba era que se había dormido. Pero cuando se enteró de qué iba el asunto, estuvo con la mayoría, como siempre.

          —Bien. Tenemos que actuar con celeridad. Desde que el año pasado aquel loco le atacó con una lata de piña en rodajas, las medidas de seguridad se han incrementado. Para adelantar me he permitido ponerme en contacto con un profesional.

          —¿Quién es? —quiso saber «Cointreau».

          —¿Le conocemos? —preguntó, a su vez, «Grand Marnier».

          —Nadie sabe su nombre. Se le conoce por un apelativo —Hizo una pausa para el efecto—. Es «Coyote».

          —¿«Coyote»?

          —Sí; parece un nombre de personaje de tebeo, pero no se confundan. Ese hombre es letal. Me he informado bien.

          —¿No tendremos que tratar con él directamente, verdad? A mí esos tipos me dan mucho miedo —repuso, temeroso, «Marie Brizard».

          —No se preocupe, «Marie». Está todo controlado —. El tono de «Bénédictine» era tranquilizador—. Hará el trabajo. Lo único que exige es confidencialidad y que le dejemos actuar a su manera.

          —¿Será caro?

          —Un millón, más gastos.

          —Es muy razonable. Juntando los fondos de que disponemos, reuniremos la cantidad —indicó «Pastis», el tesorero.

          —Entonces: ¿puedo confirmarle el encargo?

          Hubo unanimidad.

 

*        *        *

 

          —Ha surgido un problema desde nuestra última reunión —anunció «Bénédictine», que parecía preocupado.

          Hubo expectación en todos.

          —¿Cuál?

          —¡Ejem...! Bueno: el presupuesto.

          —¿Ha subido el precio?

          —No, es que... los gastos... Aquí está todo, en un papelito.

          El papelito en cuestión detallaba lo siguiente: «Gastos en concepto de asesinato presidencial. Gastos previos: gimnasio (para estar en forma), documentación falsa (para entrar en el país), coste del asesinato complementario del falsificador, hoteles (con jacuzzi), comidas (con marisco), fabricación de arma especial, coste del asesinato complementario del armero, taxis, ropa para el asesinato, gastos del tinte, tranquilizantes para dormir, anfetaminas para animarse, protector estomacal para la acidez debido a las anfetaminas, plus de peligrosidad. Gastos posteriores: nueva documentación, billete de avión para escapar (Business Class), taxi al aeropuerto (con maletas), ropa nueva, temporada en balneario (para calmar los nervios), cinco años de consulta de psicólogo (para evitar traumas), coste del asesinato complementario del psicólogo, donativo a la Iglesia (para tranquilizar la conciencia)»

          —Todo esto suma... —y «Bénédictine» indicó una cifra astronómica—. Así es que no nos va a llegar el presupuesto.

          Los presentes pusieron caras largas.

          —No veo más que tres soluciones: la primera sería todos contribuyéramos personalmente a los gastos del plan.

          Las caras se pusieron más largas todavía.

          —Otra opción es contratar a alguien más barato; aunque corremos el riesgo de que no lo mate bien, de que sólo le hiera un poquito.

          —¿Y la tercera posibilidad?

          —No sé; he pensado que...

          Todos aguardaron con ansia que las palabras salieran de la boca de «Bénédictine».

          —... si alguno de ustedes se anima...

 

          (Finalmente, los miembros de la OAS, en vez de a «Coyote», contrataron a «Chacal» que era más barato, sí, pero que, como todos ustedes saben, no le acertó a De Gaulle ni de lejos.)

No hay comentarios: