Los filósofos cristianos (1)

 

 

          Boecio (470-525) fue uno de los que le hizo sombra (poquita) a San Agustín. Fue una de las más importantes auctoritates del siglo, aunque no le pagaban dietas. Fue consejero de Teodorico el Grande, un rey ostrogodo que, al final, se hartó de él y le mandó encarcelar para que dejara de escribir tratados soporíferos. Pero Beocio no escarmentó y ya en prisión escribió De consolatione philosophiae [Consolación de la filosofía], con lo que Teodorico se vio obligado a decapitarle, para salvar la cara. Aparte de los sempiternos comentarios a Aristóteles sobre Lógica, no dejó gran cosa de utilidad, salvo un acordeón que heredó un hijo suyo, quien acabó tocándolo mejor que él.

           Desde el VI al IX hay una gran laguna de cuatro siglos en la que propiamente no hay filosofía. En ella se zambullen muy pocos señores, entre ellos Isidoro de Sevilla (circa 570-646), quien intentó reunir todos los conocimientos de su tiempo y lo hizo en sus Etimologías, porque entonces se sabían muy poquitas cosas y no ocupaban demasiado.

           Por más que rebuscamos, no encontramos a nadie más durante esos siglos, quizá debido a que entonces, cuando nacía un niño, aún no era obligatorio comunicarlo al Registro Civil. Con grandes dificultades nos enteramos de la existencia de un Escoto (porque hay dos), pero estamos hablando ya del siglo IX, que conste.

           Escoto Eriúgena (circa 819-877), el filósofo impronunciable y gala y ornato del renacimiento carolingio (sea eso lo que fuere), fue un gran pensador medieval, desconocido prácticamente en toda Europa (y en teoría y práctica en el resto del mundo), que procedía de las Islas británicas, como nos refiere Jenofonte inexplicablemente, pues bien es sabido que Jenofonte era muy anterior al otro.

           En Irlanda aprendió nuestro Escoto infinidad de cosas, puesto que allí se conservaba mejor —y tampoco se sabe por qué— la cultura clásica grecolatina. A mediados del siglo IX fue una de las cabezas más distinguidas en Francia, en la corte del rey Carlos, el Calvo, monarca que llevó tal sobrenombre no por carecer de cabello (que sí tenía), sino por su sentido de la previsión que le indicaba que más pronto o más tarde el sobrenombre le iría bien a su aspecto, por no estar el monarca hecho de un material más duradero que sus súbditos.

           El filósofo que más influencia a Escoto es Dionisio Aeropagita, como todo el mundo sabe. Escoto tradujo las obras de dicho caballero, para que todos aquellos que no las podían entender en griego tampoco las pudieran entender en latín. Pero como el nombre de Aeropagita sonaba a señor culto, fue un éxito editorial.

           El verdadero propósito de nuestro hombre al estructurar su filosofía es aún desconocido y el párrafo que él nos dedica y en donde se lee que «Veram esse philosophiam veram esse religionem, conversinque veram religionem esse veram philosophiam» no contribuye a aclararnos nada. Como en la Edad Media todo el mundo era muy religioso, Escoto —para curarse en salud— dice que el único ente verdadero es Dios y pare usted de contar. De Él surge todo en cuatro etapas:

           1.- Dios está ahí y no hay dios que le conozca, pues para eso es incognoscible.

           2.- Dios se hace Naturaleza.

           3.- La Naturaleza, a su vez, se hace seres.

           4.- La Naturaleza no es creada ni creadora. (Aquí, como se aprecia, ya no se entiende nada.)

           Algunos pensadores de su época, al leer estos postulados, lanzaron contra Escoto la acusación de que su doctrina era panteísta. Como el filósofo no pudo presentar ninguna prueba en contra, dio con sus huesos en la cárcel, de donde aún no se sabe que haya salido.

 

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