¡Para que luego digan que en la televisión no se aprende nada!
Hace poco mencionaron en las noticias que algunos padres que quieren que sus hijos sean toreros los llevan a México, donde no hay límite mínimo de edad para torear. Apareció un chavalín de doce años mareando a un toro con su capa y luego varios padres envidiosos, que deseaban lo mismo para sus retoños y sólo se lamentaban por no tener bastante dinero para ir a América a rentabilizar su prole. Por último, entrevistaron a unos niños de ocho o nueve años que aprendían en España el oficio y declaraban que ser torero y salir en hombros era la mayor ilusión de sus vidas.
Mi primera reacción fue de repulsa ante el trabajo infantil y la manipulación de la mente de los infantes por parte de sus flamencos padres.
Pero luego me acordé de que nuestros políticos locales aseguraron en su momento que los toros eran un bien cultural y ya no tuve más remedio que cambiar de parecer y pasarme al bando contrario.
Porque, verán: yo no quiero bajarme del carro de la cultura y, si los toros son cultura, pues quieras que no, no tendré más remedio que defenderlos para poder seguir siendo culto, sobre todo después de conocer esta magnífica faceta del toreo infantil.
Así es que paso a hacerlo, puntualizando algunos detalles.
Según la ley española los niños no pueden torear hasta los dieciséis años. Esto de que a los niños no se les deje trabajar es, evidentemente, una injusta ley del gobierno, integrado todo por una panda de rojos y «progres». ¡Cuán mejor nos iba a los padres en aquellos benditos tiempos del inicio de la Revolución industrial, cuando podíamos llevarnos a los niños a la mina para que contribuyeran con medio jornal a la economía doméstica! No sé por qué dejamos pasar aquellas benditas situaciones laborales.
En España los padres no pueden poner deliberadamente en peligro la vida de sus hijos, si les apetece. No los pueden llevar en coche sin silla reglamentaria, ni colgarles por un pie del balcón, ni darles cocaína para desayunar ni nada por el estilo, porque los servicios sociales se entremeten. ¡Qué vergüenza! Como muy bien afirma algún partido político que otro, son únicamente los padres quienes tienen derecho a decidir qué hacer con sus hijos —que para eso les pertenecen— sin que ningún organismo interfiera.
Hay, pues, que insistir en el derecho paterno y materno a moldear la mente de los niños a su antojo. ¡Tuviera más que ver! Si los padres desean preparar a sus hijos desde pequeños para cualquier profesión futura, han de tener libertad para hacerlo sin verse obligados a irse del país. Desde aquí reivindicamos ese derecho. Si alguien quiere que su hijo sea torero, que se lo lleve a México para que toree desde niño. Si supone que su hijo va a ser guardia civil, no estaría de más que a los diez años le diera un arma y le enseñara a disparar, aunque tuviera que llevárselo de prácticas a Colombia. Y si se considera la posibilidad de que la hija de uno acabe siendo pilingui de mayor, los doce años es una edad estupenda para que empiece las prácticas. Por favor, el Estado que no interfiera, pues el derecho de educar a los hijos es sólo de los padres.
Volviendo a nuestro tema específico: ¡Viva México! Allí, como hemos visto, son todos unos machotes; en España, en cambio, debemos de estar muy amariconados para no permitir a nuestros hijos una actividad tan viril como el toreo infantil.
Además, si no lo fomentamos, dentro de dos o tres décadas el arte de la lidia habrá desaparecido. Y si el toreo desapareciera, ¿qué sería entonces de todos los que comen de ese sector? ¿Qué otro camino les quedaría a los analfabetos para hacerse millonarios? ¿Qué pasaría con los jesulines y otros representantes parecidos de nuestras elites sociales? ¡Sería la decadencia de Occidente tal y como lo conocemos!
Las subvenciones estatales a la fiesta son indirectas hasta el momento: corridas de toros en miles de pueblos pagadas con el dinero de los festejos del santo patrón de cada lugar. ¡No es bastante! El Estado debe apoquinar mucho más, para beneficio directo de todos los involucrados en esta noble arte: toreros, ganaderos, cuadrillas, los que le hacen la pelota a los diestros (muy necesarios para elevar la moral), etc.
Y también habría que considerar revitalizar la fiesta, para
dotarla de mayor atractivo. Se podría hacer recuperando tradiciones y quitando
los superfluos elementos de modernidad, que poco o nada aportan. Para empezar,
¡fuera los petos de los caballos! Queremos ver tripas colgando y, como hemos
quedado en que los toros son cultura, no creo que haya nadie tan cafre que se
oponga a que todos nos culturicemos a más y mejor. También se me ocurre
aumentar los trofeos, pues aparte de orejas y rabo, hay otras cosas que se les
podrían cortar a los toros para que los toreros las exhibieran encima de sus
televisores (o en vitrinas, a gusto de cada cual). Asimismo propongo el uso de
banderillas con pilas incorporadas para que, una vez puestas, lancen descargas
aleatorias sobre los astados, mejorando así su bravura. En cuanto a las
retransmisiones de corridas, no sólo tendrían que ser obligatorias, sino que
habría que ofrecerlas luego otra vez en diferido durante el horario escolar,
para que los maestros pudieran mostrar a nuestros niños en las aulas la cultura
española.
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