Platón

 

Platón (427-347) fue discípulo de Sócrates y, tras exprimir la sabiduría de su maestro, se volvió traidoramente contra él. (Pero tuvo su merecido, pues su discípulo Aristóteles haría más tarde lo mismo con él: el criminal nunca gana).

 Destacó por su idealismo, que no consistía en subvencionar a ninguna ONG, sino en considerar que el mundo real era el de las ideas y que este en el que vivimos era solo una mala copia del original, realizada por un becario demiurgo un tanto chapucero, durante las vacaciones del demiurgo titular. La vida es apariencia y no hay que creerse nada, sino liberarse de lo sensible para alcanzar lo inteligible y utilizar la dialéctica para ignorar las opiniones de los hombres —bastante tontas, por regla general— y así aprehender la verdad de las ideas.

 Como todas estas elucubraciones le ocupaban tan solo un ratito por las mañanas, Platón tenía mucho tiempo libre, por lo que decidió dedicarse a la política, la mejor manera de perder el tiempo que se haya inventado jamás. Imaginó un estado ideal donde los platones gobernaban y los demás obedecían: una república de sabios con toga donde los guerreros ponían la fuerza, los trabajadores, el esfuerzo, y los filósofos, sus agradables deliberaciones en jardines, llenos de efebos y efebas, entre trago y trago de vino con miel e ingestión de las más dulces uvas y melocotones.

 Platón aportó también otras nociones. Parangonó el bien con la belleza; es decir: si algo era bello, a él le parecía bien. Además, sostuvo la creencia en la trasmigración de las almas de acá para allá después de la muerte, lo cual era más cómodo de sostener que explicar a dónde iban, tema que ha sido siempre harto peliagudo.

 El filósofo escribió mucho (aunque más bien dictó, pues se le cansaba la mano y no era cosa de escribir él, teniendo tantos alumnos en su Academia). Sus diálogos son muy apreciados por todos aquellos que no los han leído, aunque sus personajes se enredan con frecuencia en divagaciones e incertidumbres y acaban por no saber a qué atenerse. No obstante ello, a Platón la fama de gran hombre ya no hay quien se la quite.

 

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