Los presocráticos (1)

 

 

          Hemos estudiado en detalle muchos tratados escritos sobre Parménides (circa 540- circa 450) y la frase con la que más estamos de acuerdo es una que dice: «La interpretación de la filosofía de Parménides presenta graves dificultades».

 Lo que sabemos sobre él se lo debemos a un metomentodo llamado Sexto Empírico, que era como un trapero de retales filosóficos y los coleccionaba. Por él nos enteramos de que Parménides compuso un poema en hexámetros interminables donde aparecían personajes alegóricos como la Verdad, la Justicia, la Necesidad, las Ganas de Merendar y otros, que protagonizaban una historia un poco confusa.

 El hombre sostenía que la multiplicidad de las cosas era ilusoria, ya que estas eran tan solo apariencias de una realidad única y eterna, el Ser, que es uno y que comprende todo lo existente. Este «modismo» o «unismo» no gustó a muchos, pues a nadie le agrada que le recuerden que el hombre está constituido, al fin y al cabo, por cadenas de carbono, al igual que un plato de macarrones.

 Zenón de Elea (490-430) era discípulo de Parménides y, como había nacido después, se dio la feliz circunstancia de que era mucho más joven que él, así es que le sucedió en la dirección de la Escuela Eleática de Filosofías Comparadas, por verse en la imposibilidad de precederle.

 Su frase preferida era decir que tenemos dos orejas y una boca, para oír mucho y hablar poco. Esta opinión no le impidió a Zenón inventar la Dialéctica, lo que prueba una vez más la falta de coherencia de los grandes hombres. Como todos los directores de escuela, Zenón gozaba lo indecible creando dificultades o oponas (como las llamaba él).

 Se hizo famoso principalmente por la tortuga que protagoniza su conocido ejemplo. Imaginemos una línea recta: el principio se llama A y el final, B. Zenón decía con toda su cara que no se podía ir nunca de A hasta B, porque primero habría que pasar por un punto C y, antes de llegar a este, habría que llegar a un punto D; así seguía la cosa, por lo que llegar de A hasta B se convertía en algo tan difícil que el que lo había estado intentando abandonaba su propósito irremisiblemente, lo cual no tenía ninguna importancia, puesto que no se ha conseguido averiguar para qué sirve ir de A hasta B.

 Lo que diferencia a Zenón de Parménides son dos detalles básicos, a saber: que mientras que Parménides cree que el ente es inmóvil, como una sentencia de muerte, Zenón cree que es móvil, como el precio de la gasolina.

 El filósofo agrigentino Empédocles (circa 483-430) quería llegar muy alto. Y como cuando se proponía hacer una cosa quería hacerla bien, no se contentaba con ser rey en su ciudad: quería ser Dios. Unos le consideraron como un semidiós; otros, como un charlatán.

           Cuenta la tradición que para tener un fin digno de su divinidad, se arrojó al Etna. Otra leyenda dice que fue llevado al cielo. En realidad, murió en el Peloponeso, de un ataque al hígado.

           Cuando llega el momento de decidir cuál es la raíz del ser, Empédocles se ve en un apuro. Si dice que es uno de los elementos, los filósofos que defienden a los otros elementos se enfadan. Como es muy diplomático, decide incluir a todos en el revoltijo y pregona que el aire, el fuego, el agua, la tierra y el éter (no nos olvidemos del éter) son el principio de todas las cosas.

           Estos elementos no se acaban nunca —dice— y, para decirlo, se apoya en Parménides, que le rechaza de un empujón. Los elementos están juntos, pero el odio los separa, aunque el amor los vuelve a juntar al poco rato, como ocurre en las novelas románticas. Pero, al juntarse se unen los trozos mal y aparecen leones con cabeza de asno, carteros con patas de gallo, pasteleros con lenguas de gato, reyes con corazones de león, cocineros con piernas de cordero y ministros con cabeza de chorlito.

           De entre estos engendros, asevera acertadamente Empédocles, solo sobreviven aquellos que tienen una estructura interna que les permite seguir viviendo.

           Lo que hace Empédocles es dividir a Parménides en cuatro (a su teoría, se entiende, porque a que se le dividiera en persona imaginamos que Parménides se habría negado en redondo). Y le divide sacándole el jugo y sacándole hasta los decimales.

No hay comentarios: