El muerto necesario


 Los públicos esperaban de Jardiel obras chispeantes y rebosantes de humor y, cuando quiso apartarse un poco de ese camino –por otra parte, trazado por él mismo–, no se lo quisieron permitir. Incluso dentro de las obras cómicas, si había alguna escena «seria» tenía que salpicarla de alguna manera con elementos humorísticos para que la aceptasen sin reservas. Jardiel protestó siempre de esto, aduciendo que la gente aguantaba escenas aburridísimas sin protestar cuando veía un drama cualquiera, por el mero hecho de ser drama, pero que no le toleraba a él que escribiese nada que sonase algo serio.

          Hay una anécdota curiosa en relación con este punto: al final de Las siete vidas del gato –obra de la que más adelante se tratará– se escuchaba un tiro y uno de los personajes de una habitación muy concurrida caía al suelo, herido por la bala. La concurrencia del estreno, instantáneamente, comenzó a silbar y a patear. Evidentemente, no quería que su humor festivo se viese empañado por un elemento dramático.

          –¿Qué está pasando aquí? –se preguntaba el empresario, sin entender nada de todo aquello–. Han estado celebrando, riendo y aplaudiendo toda la obra y, al final, esto.

          –Pasa –aclaró Jardiel– que la gente no quiere sufrir.

          –¡Pero esto significa un fracaso! Un pateo al final de la obra provoca la impresión de que la obra no ha gustado en absoluto. Tienes que hacer algo –le apremió–. Tienes que eliminar el tiro, para evitarnos problemas.

          –No se puede eliminar –respondió el autor–. Es un elemento esencial en el argumento de la obra. Ese personaje debe morir y no hay otra manera de hacerlo.

          –Pero, si no lo cambias, vamos a la ruina. ¡La obra será un fracaso!

          Jardiel se echó a reír.

          –En absoluto –aseguró–. Verás cómo lo arreglo fácilmente.

          –Tendrás que escribir la escena de otra forma, meter chistes, justificar cosas, algo...

          –No tendré que añadir ni una sola palabra al texto.

          –¿Qué dices?

          –Ya lo verás: confía en mí.

          Al día siguiente, Jardiel dio una sencilla instrucción a los actores.

          En la escena cumbre de la obra sonó el tiro de rigor.

          Y no uno, sino todos los personajes que se hallaban en escena en el momento del clímax cayeron al suelo. El público prorrumpió en carcajadas al ver que todos creían haber sido alcanzados por el disparo.

          Y luego, ¡naturalmente!, se levantaron todos menos el muerto.

          Las risas continuaron, el éxito no se vio empañado por nada y el personaje que tenía que morir, moría, como era su obligación.

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