En 1943 escribe y estrena con éxito en el Teatro de la Comedia dos obras basadas en la psicología de la mujer: Blanca por fuera y Rosa por dentro (febrero) y A la seis en la esquina del Bulevard (julio).

          Durante el verano, inicia su segunda tournée como empresario, al frente esta vez de una compañía propia, «haciendo las plazas» de Zaragoza, San Sebastián y Barcelona. Llevaba montadas varias de sus comedias y, como pensaba alargar la gira durante todo el otoño, tuvo que montar –¡naturalmente!– Don Juan Tenorio.

          Ésta era una práctica habitual durante el mes de noviembre y todas las compañías solían, en aquellos años, llevar esta obra en repertorio. Jardiel, además, había escrito unos «Entreactos» sobre el drama romántico, en donde se explicaban muchas particularidades curiosas y que servía de complemento a la representación.

          Pero sucedió que la empresa del Teatro Borrás de Barcelona tenía sus exigencias. No sólo detenía las representaciones de las obras de Jardiel para representar el Tenorio, sino que insistía en que el papel de don Juan no lo interpretase el galán oficial de la compañía, sino alguien designado por la misma empresa.

          Jardiel quiso saber las razones para ello.

          –Pues, verá usted –le dijo el empresario–: hay una persona que goza de mucha popularidad en Barcelona y hemos creído que si se encargase del papel de don Juan, las representaciones serían un gran éxito; tendríamos el lleno asegurado.

          –Muy bien –replicó el autor–. Pero, tenga Vd. en cuenta que mis actores son tan buenos como el que más y pueden hacer una representación de gran calidad. Además, permítame decirle que...

          –No lo dudo en absoluto –le cortó el otro–. Pero no es un asunto de que el actor sea de mayor o menor calidad.

          –Explíquese.

          –Verá: es que no se trata de un actor –dijo el empresario.

          –¿Ah, no? Y, si no es un actor el que va a hacer el papel de don Juan, ¿qué es, entonces? ¿Un ministro? ¿Un ingeniero agrónomo?

          –Un torero.

          Jardiel se quedó de piedra.

          Efectivamente. La reclame que el empresario aquel había ideado para promocionar su Tenorio consistía en que el protagonista fuese una figura de moda en el mundillo de los famosos. Y, ¿quién más famoso en este país que un torero?

          Nuestro hombre, resignado ante lo inevitable, decidió tomarse aquello con buen humor, por lo que añadió:

          –¡Muy bien! A fin de cuentas, don Juan también lleva capa y espada y hasta muchos comediantes tienen sus muletillas. Sepamos ahora quién es el diestro que va a subir de un salto del coso al escenario.

          Y el empresario se lo dijo.

          –El torero es Mario Cabré.

          –Pues entonces no va Vd. a ganar mucho dinero –afirmó Jardiel, ya que Cabré, aunque muy querido en Barcelona, no era, ni mucho menos, una primera figura del toreo–. Ya puestos, ¡tendría Vd. que haber contratado a Manolete!

          El efecto que causó de esta anomalía teatral entre los actores está fuera de toda descripción. Algunos se opusieron abiertamente y Jardiel tuvo que emplear toda su persuasión para tranquilizar los ánimos durante los ensayos. La actriz que iba a hacer de Doña Inés, por el contrario, estaba ilusionada por recibir los galanteos del torero, aunque fueran fingidos.

          Pero la persona que más sufría con aquella situación absurda era el galán oficial de la compañía, quien, apartado de su personaje de don Juan, había pasado a ocuparse del papel de don Luis Mejía, el sempiterno rival del conquistador.

          –Si viera Vd., don Enrique, lo abatido que estoy por tener que hacer de don Luis –le decía, casi lloroso.

          –Hombre –respondía Jardiel–, el papel de don Luis también es bonito y de mucho lucimiento.

          –Sí –objetaba el otro, ingenuamente–, pero luego don Juan va y le mata.

          –Ya sabes que esto no es así por mi gusto, que todo ha sido una imposición.

          –Ya lo sé, ya lo sé –aseguraba–. Y, sin embargo...

          Y se alejaba, cabizbajo.

          Tal fue la depresión en la que se sumió el actor que, para desagraviarle y animarle un poco, Jardiel decidió darle una sorpresa.

          Llegó el día del estreno del Tenorio. Como es sabido, el primer acto tiene lugar en una hostería en donde don Juan y don Luis se reúnen en la escena llamada «de las conquistas» para referirse sus maldades durante el último año. Ambos espadachines van seguidos de sendos grupos de partidarios y de curiosos.

          Cuando Cabré, en dicha escena, se quitó el antifaz, la concurrencia aplaudió a rabiar, demostrando de esta manera lo acertado de la idea del empresario. Entonces, le tocó hacerlo a don Luis. En el momento en que don Luis se quitó la máscara, lo primero que vio en escena fue al mismísimo Jardiel, ataviado con un traje de época, con capa, espada y chambergo, que comenzaba a jalearle.

          –¡Viva don Luis Mejía! –gritaba, ante el estupor de todos.

          Con objeto de animar a su cómico, había decidido aparecer de figurante, haciendo de partidario de don Luis, para demostrarle que estaba con él y le apoyaba, aunque criterios económicos les impusiesen mil toreros a la compañía.

          El público, indudablemente, reconoció al autor y no se explicaba qué demonios hacía el conocido escritor actuando de figurante en la obra.

          Durante todo el acto, Jardiel actuó, apoyando a don Luis, lanzando gritos esporádicos de «¡Mejía es el mejor!» y dando un bello ejemplo de amistad, compañerismo y lealtad hacia su gente.

 

 

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