Jardiel comienza a escribir

 

          El joven Enrique comenzó a sentir la necesidad de poner por escrito aquellas nociones que le pasaban por la cabeza. Con respecto a su vocación de escritor, Jardiel solía bromear con frecuencia, como sucede en el «Prólogo» a un libro de recopilación de comedias, titulado De «Blanca» al «Gato» pasando por el «Bulevard», donde su editor (José Ruiz-Castillo, propietario de Biblioteca Nueva) le hizo objeto de una entrevista. En él se lee lo siguiente:

 

          Editor.–¿Cómo empezó a escribir?

          Autor.–Indudablemente, comencé a escribir muy torcido; es la costumbre general.

          Editor.–¿Cómo se despertó su vocación literaria?

          Autor.–Mi vocación literaria debió de despertarse después de llamarla muchas veces. Otra cosa me sorprendería en extremo.

 

          En realidad, la afición por escribir surgió bien pronto y fue clara y rotunda. Según él mismo cuenta, le venía de familia, pues sus padres solían regañar por escrito, en vez de a voces, como era lo habitual en otras parejas. Cuando su padre hacía alguna trastada –cosa que, al parecer era bastante habitual–, Marcelina le escribía una larga misiva, reprochándole su conducta, a la que el marido contestaba con otra, que provocaba, a su vez, una rápida respuesta. Así, la pareja se escribía mutuamente pliegos y más pliegos, hasta que hacía las paces. Los vecinos se maravillaban de que en aquella casa no se oyese una palabra más alta que otra, pero el papel lo compraban por resmas y la tinta, por bidones.

          Años más tarde afirmaría su total contento con la forma de vida que eligió: «Me divierte escribir, y me pagan para que lo haga. De suerte que me pagan para que me divierta.»

          No sólo eso, sino que la escritura le sirvió durante toda su vida para mantener el equilibrio mental y superar los malos momentos:

 

Escribo, porque nunca he encontrado un remedio

mejor que el escribir para ahuyentar el tedio,

y en las agudas crisis que jalonan mi vida

siempre empleé la pluma como un insecticida.

 

          Su hija, Eva Jardiel, en un artículo biográfico, cuenta que fue ya a los once años cuando Enrique decidió escribir su primera novela. Fue un verano, estando en Quinto de Ebro. La obra llevaba por título Monsalud de Brievas y el pequeño Enriquito la leyó a toda la familia, reunida en el huerto a tal efecto. También se tiene referencia de una pequeña obra teatral anterior: un juguete cómico en un acto, titulado El primer baile, fechado en 1911 y que no se conserva. No es de extrañar este temprano escarceo dramático pues el mismo Jardiel confesaría más tarde que el teatro fue su pasión desde que tenía tres o cuatro años y que sus padres le regalaron muchos de papel y cartón, con los que jugaba sin descanso, haciendo incansablemente que subiese y bajase el telón. En cuanto pudo y supo se dedicó a fabricarlos él mismo.

 

*                  *                  *

 

          En 1916 tuvo lugar un acontecimiento importante en la vida de nuestro joven. Los Jardiel se mudaron de domicilio, yendo a vivir a la calle de Churruca, donde residía asimismo un muchacho de su misma edad: Serafín Adame Martínez, hijo de un de amigo de la familia, también redactor en La Corres. Los dos jóvenes intimaron y se descubrieron mutuamente el pecado que cometían a diario, su vicio secreto: la afición por la literatura. Jardiel hubo de pasar algo de vergüenza ante Adame, a la hora de mostrar sus logros, pues ya sabemos que Marcelina rompía la mayor parte de la producción de su hijo, por ser de escasa calidad (en sus propias palabras: «cuentos odiosos, novelas putrefactas, artículos repugnantes y versos presidiables»). No sucedía lo mismo con Adame, cuyos familiares guardaban con verdadero orgullo todo lo que salía de su incipiente pluma.

          Como fuere, Serafín fue atrevido, confió en las dotes de su nuevo vecino y propuso a Enrique su osado plan: hacer una comedia «de verdad» en colaboración (lo más frecuente en aquellos años) e intentar estrenarla para lograr de un solo salto la fama y la riqueza. Con objeto de que las familias no desbaratasen sus planes, decidieron escribir de noche, a escondidas, cuanto todos durmieran.

          Al cabo de una semana dieron por finalizada su obra. Era un juguete cómico en dos actos, titulado Dádivas quebrantan peñas. Firmaron con el pseudónimo de «Serafín y Joaquín Álvarez Tintero».

          No consiguieron que la obra se representara, pero no se desanimaron en absoluto. Continuaron elaborando en colaboración todo tipo de obras: comedias, farsas, zarzuelas, operetas, entremeses y monólogos, hasta el número de sesenta piezas. Pero acababan todas cuidadosamente guardadas en un cajón. Escribían con gran entusiasmo, pero –y esto anticipa el particular perfeccionismo posterior de Jardiel– no firmaban casi nunca con su nombre, sino con el pseudónimo de «Totó Robinte». Jardiel, por su parte, componía en solitario cuentos bajo el sobrenombre de «Conde Enrico di Borsalino».

          No estrenaban nada, ni publicaban nada. Dice Jardiel, en una carta a su hermana:

 

De estrenos, os comunico...

que he estrenado unos zapatos

que nos han costado un pico,

porque no los hay baratos.

 

          Y, si por casualidad estrenaban algo, no cobraban nada. Todo aquello lo hacían únicamente por amor al arte. Pero llegaron a tener gran compenetración e incluso componían sonetos al alimón, escribiendo uno los versos pares y el otro, los impares, para ver qué salía de aquello. Merece la pena mencionar que en aquella finca tuvieron un tiempo por vecino a don Antonio Machado, que les animó mucho a seguir con su vocación.

 

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