El cuento de Esopo que corrompió a Occidente


 

Fábula deconstruida

 

 

          Las fábulas son un género falso y engañoso donde salen animales que hablan mejor que muchos presentadores de televisión y con el que se inculcan subrepticiamente en los tiernos infantes las más inmundas ideas, con el objeto de deformar sus inocentes mentes y alienarlos por completo, para que, cuando sean mayores, se les pueda manejar al antojo de alguien (el que manda).

          Ya sabemos que esto suena fuertecillo y demagógico, y que, por ende, precisará de una explicación detallada. La ofrecemos con muchísimo gusto. Tomaremos como ejemplo el apólogo de la liebre y la tortuga, cuento inmoral donde los haya.

 

          Todos los niños conocen de memoria está fábula. La liebre se confía y la tortuga gana la carrera. Nosotros objetamos. Con estos procedimientos educativos, no nos extraña que nuestros hijos sean tan majaderos.

          Veamos las justificaciones éticas y sociológicas de la fábula:

          Los animalitos del bosque no tienen otra cosa mejor en la que entretenerse y deciden hacer una carrera para ver quién corre más, si la liebre o la tortuga.

¡Ya hace falta ser estúpido! La respuesta es obvia y todos los animales ya sabían desde siempre quién era más veloz. Con esto se pretende exaltar al ser humano (que no deja de ser un mono con pretensiones) y denigrar al resto de la fauna del planeta, presentándola como imbécil. Esto justifica luego el maltrato animal en todas sus modalidades, porque si las bestias son así de bestias (valga la redundancia), no parece haber ningún mal en hacer con ellas todas las salvajadas que se nos ocurran. Pero estamos apartándonos del tema. Prosigamos.

El hecho de que se plantee tal carrera enseña a nuestros niños a perder el tiempo miserablemente en experimentos ya comprobados.

Siguiente estupidez: la tortuga acepta el reto. Esto implica gran vanidad por su parte. ¿Cómo pensó nunca que podría vencer a la liebre sin tener capacidad para correr con rapidez? Esto enseña que, para triunfar en algo, no es necesario ser bueno en ello, sino esperar que el contrario cometa errores y se duerma. (Véanse nuestros partidos de oposición de hoy y de siempre.)

          Se critica a la liebre porque se duerme durante la carrera. ¿Por qué no iba a hacerlo, si tenía sueño? A lo mejor prefería dormir a ganar la carrera. ¿Es que todo ha de ser competitividad? Esto es una crítica a la gente que se toma la vida con sosiego. Tal interpretación fomenta la rivalidad salvaje en nuestros niños: si no ganas las carreras en las que te ponga la vida, no eres nadie.

          Por fin, llegamos al final (de la carrera y también del artículo). Gana quien menos lo merece, quien menos corre (la tortuga). Llega antes, sí, pero sólo por esa vez. Nunca más volvió a ganar a la liebre.

Con eso se toma la excepción y se convierte en regla general, lo que es tremendamente falaz. La moraleja es que el mundo es de los incapaces, no de los que poseen una habilidad. Esta historia significa el triunfo de la ineptitud, la primacía de los tontos, el encumbramiento del inútil y la desaparición de la meritocracia. Ésta es la lección que deben aprender nuestros hijos para que luego, cuando sean mayores, los mediocres que nos gobiernan no les provoquen nauseas.

 


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